López Obrador no dijo que Rosario Robles sea un chivo expiatorio. Es cuestión de revisar sus declaraciones para darse cuenta que no dijo lo que se interpretó en varios medios y en las redes.
Lo que no quedó del todo claro es si esto quiere decir que hay o no camino libre para saber si se va a hacer algo en esta materia.
No pareciera que el Presidente electo tenga intenciones de querer hurgar en el pasado, presume que hacerlo le puede quitar tiempo, lo puede desgastar y sobre todo lo puede distraer de lo que son sus grandes objetivos; algo tiene de razón.
Se pueden abrir expedientes que, en algunos casos, pueden terminar por ser inexpugnables, lo que llevaría a que efectivamente López Obrador tuviera razón, ganaría poco y perdería mucho. No es sólo un tema de imagen es de efectividad y resultados.
A pesar de ello, está claro que no puede pasar de largo de manera sencilla ese pasado tan desigual y crítico, que hoy nos tiene con el presente cuestionado.
El riesgo está en pasar por alto temas que han dejado una herencia de dolor, violencia y enojos sociales, para con ello, voluntaria o involuntariamente, convertirlos en asuntos menores que pueden terminar en omisión. La disyuntiva para López Obrador es grande. No puede dejar pasar estos asuntos, y al mismo tiempo hacerlo lo puede meter en un callejón sin salida.
Uno de los elementos que debe considerar el Presidente electo es que sus huestes quieren “venganza” y “cárcel”. Es cuestión de revisar las redes para darse cuenta que sus furibundos seguidores quieren que más de alguno pague los platos rotos.
¿Qué va a pasar con asuntos como la Casa Blanca, la Estafa Maestra, las investigaciones sobre César Duarte, Karime Macías, Rosario Robles, el socavón, entre otros? Son asuntos que pasan por la justicia, pero está muy claro que bajo las condiciones de país que hoy somos, no el que proyecta por lo menos al mediano plazo López Obrador, son temas que también pasan por la voluntad política.
Lo que sí ha quedado claro, es lo que López Obrador asegura que no va por ningún motivo a pasar de largo. No sólo por su obligación como gobernante sino también, suponemos, por una convicción moral y ética. Son temas que tienen al país enojado, dolido y por momentos en vilo.
El caso emblemático y sin duda más doloroso es la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. López Obrador ha manifestado en varias ocasiones la convicción de que se debe investigar a detalle desde cero, y que se debe crear una “comisión de la verdad”.
Independientemente de cómo se vaya a resolver esta figura, no está establecida en la Constitución; no podemos como sociedad y como país seguir en terrenos en donde todo pasa por los cuestionamientos, la incredulidad y la duda.
Lograr credibilidad a través de una investigación profunda que haga justicia y que deje, en la medida de lo posible, tranquilos a los padres de familia y a la sociedad, sería invaluable para el país. Para López Obrador se traduciría en una ratificación de su imagen y credibilidad, en una sociedad dolida que vive exigiendo justicia.
Por este mismo rumbo se cruza Tlatlaya, Apatzingán y muchos otros conflictos, los cuales si bien pasaron por muchas instancias, al final terminaron en el ámbito de Peña Nieto. “Fue el Estado”, se convirtió en una forma de definir muchos conflictos.
Para López Obrador no va a ser nada fácil pasar la página bajo el no detener a famosos o el no jugar a hacer escándalo.
RESQUICIOS.
El keniano Eliud Kipchoge no corre, vuela. El domingo en el maratón de Berlín rompió todos los récords habidos y por haber en esta prueba. ¿Qué hace a los africanos ser tan resistentes y tan rápidos en las pruebas de medio fondo y gran fondo? El siguiente paso para Kipchoge es bajar de dos horas, cosa que desde siempre se ha visto como imposible; está cerca de dejar de serlo.
Este artículo fue publicado en La Razón el 18 de septiembre de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.