Volver a lo (más) básico: Que las dejemos en paz

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La movilización que presenciamos el viernes pasado -se ha dicho- constituye una de las reivindicaciones más urgentes y más legítimas en México. No recuerdo otro momento en el que el término “mujeres” o “feminismo” hubieran cimbrado al debate público con tanta fuerza, con tal legitimidad y también, con esos tonos de ira que desgraciadamente desembocaron en vandalismo espurio.

Pero la urgencia está ahí pues como ellas han demostrado y denunciado, atravesamos un momento de mucha agresividad y violencia que se ensaña contra las mujeres.

A una semana es difícil agregar algo a las distintas opiniones que construyen el debate, pero conviene detenerse un momento a revisar prosapia y genealogía de estos movimientos que son toda una piedra de toque de la civilización. Ya se sabe: la medida del progreso social es exactamente la medida de la centralidad conquistada por las mujeres.

Por distante que parezca, las raíces del feminismo se encuentran en el nacimiento de la Ilustración, pues el primer autor que se encarga de reivindicar el rol igualitario de las mujeres es Poullain de la Barre, un barroco adelantado que escribió De la igualdad de los sexos en 1673 y un año después Tratado de la educación de las damas. En esas obras, se anticipa a una de las utopías más caras de Kant: serán la educación y el acceso al saber, los remedios en contra de la desigualdad y el maltrato discriminatorio. Pero en esas obras hay un argumento subyacente de gran actualidad, a saber: “…las mujeres sufren con virulencia cotidiana el desprecio de los hombres, se les valora mucho menos de lo que son y viven en un estado de humillación permanente”. Es decir, la reivindicación feminista es una reivindicación contra la violencia, en 1670 como en el 2019, en aquella Francia, como en el México actual.

FOTO: GABRIELA PÉREZ MONTIEL /CUARTOSCURO.COM

Nadie puede llamarse a asombro, pues todas las obras seminales del pensamiento feminista tienen ese trasfondo y esa preocupación: las muchas formas de brutalidad y crueldad que sufren ellas de mil formas, a diario.

Adelantémonos ahora un siglo para escuchar a Mary Wollstonecraft en su Vindicación de los derechos de la mujer de 1792: “porque la vida de una mujer en Inglaterra es equivalente a la vida de un animal, da igual azotar o encerrarlas porque su condición no le permite jugar un papel importante en el sustento familiar… Pero esto no es natural como cree Rousseau, es impuesto por los hombres mediante una organización social opresiva”. Una vez más el rumor airado en contra de la violencia está presente como sustancia de fondo de la protesta femenina.

Si exploramos otros textos clásicos de la Ilustración consecuente detectamos el mismo sentimiento hasta bien entrado el siglo XX cuyos temas centrales como el derecho al sufragio, al trabajo y a la inserción en cualquier actividad dominan la escena, y sin embargo el reclamo primordial se genera en esa agresión consuetudinaria que padecen las mujeres al parecer desde los inicios de los tiempos.

Y lo que siguió mantuvo esa sustancia básica latente. No estoy hablando de los desarrollos y sofisticaciones teóricas que descubrieron brillantemente los mecanismos de opresión que anidan en la división de roles en los distintos ámbitos públicos y privados (Millet o Firestone). Ni tampoco de la soberbia explicación de Simone de Beauvoir acerca de la otredad (ellas son algo que necesita ganarse un lugar en el mundo, los hombres no, lo tienen de antemano).

Fuera cual fuera la veta temática y la denuncia que se alzara, siempre, aparece la violencia de los hombres y como correlato la necesidad de la venganza.

En El segundo sexo Beauvoir describe “para existir, lo femenino requiere ser menos, requiere ser recluido, necesita ser menos a través de métodos arbitrarios cuyo símbolo intemporal es la castración. Lo femenino es el hombre venido a menos, reducido, convertido así en alteridad”.

Si no estoy muy despistado, feminismo es la épica e ilustrada búsqueda de igualdad, de derechos, pero también y de modo determinante, la protesta contra la violencia -que entre nosotros ha llegado a límites inverosímiles-, es la reacción política contra el abuso y el horror cotidiano, una forma de “venganza” (o de vindicación como dicen las académicas).

El movimiento de mujeres en México que alcanzó una cima el viernes anterior (y que corre peligro de corromperse por las y los violentos provocadores infiltrados) es un legítimo producto de una larga historia. La de la mitad de la humanidad que exige, entre muchas tragedias,un alto a la espiral bárbara de la que son sujetas, su derecho a ser iguales, y aún más básico, su derecho simple a no ser agredidas, vivir tranquilas y que los hombres (los machos) las dejemos en paz.

Autor

  • Ricardo Becerra Laguna

    Economista. Fue subsecretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México. Comisionado para la Reconstrucción de la Ciudad luego de los sismos de 2017. Presidente del Instituto para la Transición Democrática.

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