Quién sabe qué tanto tenga de generosidad, interés, de convicción democrática, o, de plano, pase por una suerte de cuidarse ante lo que eventualmente se le pueda venir: la civilidad política de la transición.
El tiempo responderá parte de estas dudas y otras quizá nunca podremos saber el porqué de esta actitud presidencial. Se agradece, en un país que ha pasado por tanta confrontación, la civilidad política y no viene mal reconocerla y hasta ponderarla.
Sin embargo, tiene que haber una evaluación de la actual administración, más allá de los gestos de civilidad. No es que seamos de la idea de una especie de persecución en contra del Presidente Peña Nieto, lo que pasa es que la vida del país en los últimos años se ha visto severamente sacudida en los ámbitos político, económico y social.
¿Hasta dónde va a llegar López Obrador respecto a la gestión de Peña Nieto? ¿Qué tanto va a investigar? A lo largo de por lo menos 18 años, el hoy Presidente electo ha sido muy severo en sus críticas; los ha bautizado, no casualmente, como el PRIAN. Sus referencias y críticas han sido, incluso, propuestas de campaña y definiciones para su partido.
La cantidad de adjetivos y señalamientos para definir en estos años a los gobiernos ha sido interminable; y en muchos casos, además, han sido hasta ingeniosos.
Al nuevo gobierno no le va a ser fácil pasar por alto casi nada de lo que ha ocurrido en estos seis años. No todo es blanco o negro, pero es claro que hay muchas cosas que van a merecer ser investigadas, lo que puede traer serias consecuencias.
El nuevo gobierno tendrá que demostrar que detrás de la civilidad política de la transición, no hay nada por debajo de la mesa, como se ha venido especulando.
Peña Nieto debe conocer muy bien cuál es la herencia que está dejando. Existen elementos positivos en su gestión. La cuestión medular está en que la principal crítica al actual gobierno está en la forma en que fue rodeado por la corrupción; en tanto que el nuevo gobierno, y sobre todo quien lo encabeza, han hecho de la lucha contra la corrupción su eje; una suerte de caballito de batalla.
Uno de los temas que definieron en buena medida la elección fue, sin duda, la lacerante corrupción. Fue López Obrador quien tuvo la capacidad de meterlo como uno de los grandes centros en la agenda electoral; entendió, en este sentido, el hartazgo ciudadano y lo supo canalizar.
La palabra corrupción fue una de las más utilizadas a lo largo de las campañas. En todo el país fue tema; igual se hablaba de ella a nivel de gobernador, presidentes municipales, senadores y diputados.
No hay manera de que el nuevo gobierno pase por alto estos años. La clave es cómo lo va a hacer y a partir de cuándo. No puede no pasar nada, porque el costo le sería muy alto.
Quedaría en entredicho por las evidencias que existen y las que, por principio, deberá investigar, léase Casa Blanca, Odebrecht, socavón, entre otros. Suponemos que llegará el momento, y cuando lo haga, será muy importante hacerlo muy bien y no crear falsas expectativas.
Además de que no se llega a ningún lado, de no ser descrédito, que ha sido el tono de las investigaciones que se han hecho en este sexenio.
Peña Nieto desde el martes anda en medios; está entre promoviendo su último informe y en la ceremonia de su adiós. Anda explicando temas que en su momento no quedaron claros, debe saber que en esta materia su futuro tiene algo de incertidumbre, reconociendo que en la vida y en su sexenio, no todo es blanco o negro.
¿Aplicará López Obrador aquello del perdón y olvido? Es un dilema de sexenio.
RESQUICIOS.
Javier Duarte tuvo, al inicio de su caso, como abogado a Marco del Toro. Es el mismo litigante de Elba Esther Gordillo y Napoleón Gómez Urrutia. Desde hace tiempo hemos conversado con él e, invariablemente, nos ha dicho lo mismo de estos tres casos: “no están bien argumentados, vas a ver que los voy a sacar”; así está siendo.
Este artículo fue publicado en La Razón el 24 de agosto de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.