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El nombramiento de Brenda Lozano como agregada cultural mexicana en España parecía una solución inspirada a un problema complejo: el cese de Jorge F. Hernández tras haber hecho reivindicación pública de la lectura por placer, ésa a la que el director de Materiales Educativos de la SEP cuasi calificara de desviación burguesa. Mujer, joven y oronda feminista, Lozano tenía el perfil perfecto para que su designación fuera celebrada por una comunidad cultural que, si bien iniciara el sexenio como entusiasta del actual gobierno, hoy le reprocha su ahogo presupuestal a los programas culturales, su sordera ante la urgencia de la agenda de género y –nuevo agravio– su represalia a la expresión disidente de Hernández.

No bien fuera anunciado el encargo de Lozano por parte de la Cancillería el 16 de agosto, las voces adictas al obradorismo habrían de volcarse a Twitter para efectuar uno de sus acostumbrados linchamientos digitales, cuya materia habrían de ser publicaciones que la escritora ha hecho en esa misma red: reclamos fundamentados ante el desdén y la suspicacia que el gobierno federal dispensa al movimiento feminista, señalamientos igualmente solventes a los recortes a los presupuestos de ciencia y cultura, algunos memes inocuos. La respuesta sería sangrienta: que si es “alguien sin dignidad”, que si “una odiadora de este gobierno no merece el puesto”, que si –descollante pero no atípica– “éstas sólo esperan un hueso para cerrar el hocico y meter la cola entre las patas”.

Días después, en su conferencia de prensa matutina, el presidente López Obrador hacía al respecto un pronunciamiento no por deshilvanado menos contundente. (Reordeno la perorata en aras de la claridad.) Que si, antes de su gobierno, “todo lo que tiene que ver con cultura… estaba vinculado a los dos grupos hegemónicos… el grupo de Krauze, el grupo de Aguilar Camín lo acaparó todo”. Que si “muchos de estos escritores, intelectuales, se manejaban antes simulando, aparentaban ser liberales cuando, de verdad, en los hechos son conservadores; aparentaban ser demócratas cuando en realidad defienden el pensamiento autoritario”.

Bien conocido es el odio presidencial a Nexos y Letras Libres; sin embargo, en el caso de Lozano el argumento difícilmente se sostiene: colaboradora esporádica de esta última revista, no participa en ella, sin embargo, desde 2017. El asunto, por tanto, huele a pretexto para legitimar su rechazo extemporáneo al nombramiento de una Lozano incómoda y su sustitución por “una mujer indígena, una poeta del Istmo”, de ésas que “encarnan la cultura”. (En la idea de mundo del obradorismo, lo mexicano es siempre y sólo indígena, y la cultura es una: la que se alinea con la visión del gobierno.)

Lo verdaderamente preocupante, sin embargo, estriba en la frase “Si no se está de acuerdo con nuestro proyecto ¿cómo nos van a representar?” (cursivas mías) con que el presidente asume que los diplomáticos son representantes de un proyecto político y no de un país. La Ley del Servicio Exterior Mexicano consigna que éste es un “cuerpo permanente de servidores públicos, miembros del personal diplomático del Estado”. Las cursivas son otra vez mías y apuntan al quid del problema: un diplomático no es representante de un proyecto político determinado (y parcial) sino de un Estado nacional.

Ese mismo día, Lozano publicó en El País un texto en que expone sus razones para aceptar y para disentir. Desde entonces nada ha dicho, como tampoco el gobierno federal. La moneda sigue en el aire. Quedan en prenda la autoridad y el margen de actuación de la Cancillería, la golpeada relación del gobierno federal con la comunidad cultural. Queda en Brenda reivindicar aquello en lo que cree –valores caros al grueso de esa misma comunidad–, sea defendiendo su nombramiento, sea visibilizando desde fuera la incongruencia de un proyecto político que, antes de ser gobierno, se decía aliado de la cultura y de las mujeres.


IG: @nicolasalvaradolector

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