El próximo 31 de julio está programado el Congreso Nacional que aprobará la Constitución Moral que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador pretende promulgar. No se ha anunciado al público algún cambio de fecha. Se trata, nada más ni nada menos, que del Magno Evento destinado a ser clímax y apogeo de la Cuarta Transformación. La elaboración del proyecto se emprendió con activo entusiasmo y fue defendido con ahínco por los intelectuales orgánicos y los aplaudidores del gobierno. Empero, con el paso del tiempo, las actividades preparatorias languidecieron y, prácticamente, se olvidaron.
El llamamiento citado programó para el día último del mes de julio de 2020 la que sería una fecha que la Historia recogería como el punto culminante del rescate de las almas descarriadas. Dada a conocer el 26 de noviembre de 2018, aún antes de que el gobierno actual tomara posesión del cargo, la Convocatoria fue ratificada por el Presidente de la República ya armado de la investidura, quien de paso ratificó al Comité de distinguidos miembros redactores, a los que encomendó la salvación ética y espiritual de los mexicanos.
Para que no se diga que el intento moralizante quedó en un plano extraoficial, se plasmó en los 100 compromisos presidenciales que López Obrador anunció en su discurso del 1º de diciembre de 2018 en el Zócalo de la Ciudad de México, que pronunció con motivo de su toma de posesión. El compromiso 99 ahí enunciado dice: “Vamos a convocar a maestros, antropólogos, psicólogos, sociólogos, filósofos y profesionales de otras disciplinas, así como a religiosos, librepensadores, ancianos respetables y ciudadanos en general para la celebración de un congreso en el cual se elabore una Constitución Moral, que ayude a fortalecer valores nacionales, culturales y espirituales.”
A la fecha, ningún especialista ni librepensador ha sido escuchado para tal fin, salvo los integrantes del Comité nombrado de a dedazo, un par de los cuales cubrirían el perfil de “ancianos respetables” por la edad, aunque no estaría tan clara su respetabilidad. Se ha sabido de algunos religiosos que fueron convocados a hacer sentidas reflexiones sobre aquello de retomar el camino a Dios y apegarnos a su Palabra, pero ha sido en eventos oficiales de corte político y en programas asistencialistas del gobierno. Tampoco se conocen sus enriquecedoras aportaciones a la Norma Moral.
La Convocatoria aludida está publicada en la página oficial del Gobierno de México (sic), cuyo dominio es www.gob.mx, bajo el logotipo de la Secretaría de la Función Pública (faltaba más) y, mediante ella, se llama a todas y todos los ciudadanos a participar en su elaboración. El texto define a ésta como “una guía de valores” que rescatará los que son entrañables de nuestro pueblo y “estimulará mejores patrones de conducta” (por fallas en la sintaxis no quedó claro si la buena conducta deberá inculcarse al pueblo, al equipo de redactores designados o a los altos funcionarios del gobierno).
Como se trata de un ejercicio de-mo-crá-ti-co, se abrió la posibilidad “a todas y todos los mexicanos, miembros de la sociedad civil, a las organizaciones políticas, a los pueblos y las comunidades” a presentar propuestas, siempre que éstas se hubieran registrado antes del 31 de diciembre de 2019 (¡chín!). Para ello, los proponentes debían apegarse al índice con el que Alfonso Reyes redactó su Cartilla Moral en el no tan lejano año de 1952: los “respetos” a nuestra persona, a la familia (se entiende que a la formada por padre, madre e hijos. Otras formas de familia, abstenerse), a la sociedad, a la patria, a la especie humana y a la naturaleza. Se prometió la realización de foros de discusión en diversas ciudades de la República en torno a los temas torales (gran palabra) y la celebración de la convención (el Presidente le llama Congreso) para aprobar, por fin, la Constitución Moral de los Estados Unidos Mexicanos.
Sin embargo, salvo cuando el propio Presidente protagonizó algunas escaramuzas verbales frente a malintencionadas críticas fifís… no pasó nada. Afortunadamente, los amagos de debate dieron oportunidad para que ciertos intelectuales, que antaño denunciaron el carácter reaccionario de la imposición de una moral a la sociedad diversa y plural, produjeran prosa de la buena para justificar ahora justo lo contrario.
No se conoce borrador alguno que haya emanado del Comité redactor, pero de sus integrantes hay alguna información: la única mujer del respetable cuerpo colegiado se ocupa en producir narcoseries para la televisión; uno es atareadísimo pastor de los bots del gobierno en combate frontal contra la disidencia; otro halló chamba en la Fepade; el redactor restante, Enrique Galván Ochoa, nos regaló recientemente esta joya: “Si tuviera principios este ojete al menos no morderia la mano que le dio de comer” (sic, que incluye las faltas ortográficas). No tiene relevancia saber a quién dirigió el redactor tan edificante mensaje de Twitter, lo que en verdad importa es que su alto contenido conceptual vaya directo al articulado de los nuevos mandamientos. Pero fuera de eso, no hubo propuestas ciudadanas, ni de las organizaciones políticas, ni de los pueblos y comunidades. No hubo foros de discusión (a menos que se hayan efectuado “en lo oscurito”) y, por lo visto, tampoco habrá Congreso Nacional.
El doctor Gatell podría salvar la fecha si alguno de sus pronósticos atina por fin al pico de la pandemia, o si hace otro cambio de semáforo ad hoc para que el Magno Evento pueda realizarse en algún “municipio de la esperanza” (término fugaz). De otra manera, la promulgación de la Constitución Moral que está destinada a inhibir la corrupción, la violencia y la impunidad, e instaurar la honestidad, la paz y la justicia social, tendrá que esperar, quizás, hasta la Quinta…Transformación.