I. El preludio político-constituyente.
El Congreso de 1822, que se instituyó con la función de Constituyente, finalmente se transformó en Convocante a un nuevo Congreso Constituyente que lo remplazara en el compromiso de elaborar la Constitución que no estuvo en condiciones de preparar. Solo que ahora para confeccionar una Ley Fundamental para un nuevo rostro político de país: el de una República Federal.
No alcanzó a manufacturar la Constitución, por la efervescencia política polarizada que había en ese tiempo, así como por los desencuentros entre los actores político militares, lo cual provocó incluso un impasse en su vida parlamentaria, al eliminarlo formalmente el emperador. Pero para su fortuna, solo se quedó en una especie de muerte física temporal al quedar en estado cataléptico,¹ pues la flama de su espíritu siguió encendida con la revolución que brotó en el Puerto de Veracruz exigiendo su reinstalación, al triunfo de la cual y ya doblado el emperador, él mismo lo habría de revivir.
Pero sus peripecias no terminarían ahí, pues cuando despertó de ese sueño cataléptico y ser reinstalado, por todo el revuelo político existente, algunas provincias, aprovechando la ocasión, lo quisieron desconocer argumentando que no estaban debidamente representadas en el mismo y pedían la creación de un nuevo Congreso; momentos álgidos que de momento nuevamente superó; pero finalmente, ante la presión de éstas y ya en clara rebeldía, cedió su calidad de constituyente y prefirió constituirse en convocante, para contribuir a calmar las alborotadas “aguas políticas” y dejar el camino abierto a un nuevo Constituyente. Este Congreso deveras que, como dicen los refranes populares, “sí que se las vió negras” y “sí que la sufrió en serio”.
Veamos cómo fue que sucedió todo esto en su tortuoso camino. Recordemos que Iturbide no quiso convocar a un nuevo Constituyente como lo pedía el Plan de Casa Mata; el de su ejército que al final del día le dió la espalda, y mejor se inclinó por restituir al que había disuelto, que era lo que precisamente exigía el Plan de Veracruz de la rebelión que surgió cuando el emperador despidió al Congreso. Sin embargo, me parece que de ahí se agarraron las provincias para desdeñar la reincorporación del citado Congreso y exigir la erección de un nuevo Constituyente, tal y como lo proponía el Plan de Casa Mata, lo cual terminaría por fructificar meses después.
La adopción del federalismo, como dice Emilio O. Rabasa en su Análisis jurídico de la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824, interpretando a los constituyentes federalistas de ese año, fue el resultado de “… la voluntad general de la nación; ahí estaba, si no la presión que en tal sentido ejercían en ese momento las provincias (especialmente Yucatán, Jalisco, Veracruz, Puebla y Querétaro); porque el sistema federal permitía un enlace entre todas las entidades, …”² Sí, en efecto, en el Congreso Constituyente de 1823-1824 la expresión de la voluntad general mayoritariamente consensada fue en ese sentido. De eso no hay duda, pero desde mi parecer, como se verá en el siguiente punto, no fue el resultado de una voluntad general política pacífica y tranquilamente consentida, sino que devenía, en todo caso, de una voluntad general gestada desde 1823 revestida de una fuerte presión, incluso soberbia, que sentenciaba con la rebelión, desconocimiento del gobierno central y hasta con la separación de éstas del país recién independizado.
Esa era la condición, so pena que, de no consentirse la independencia y soberanía de las provincias para transformarse en estados dentro del Estado general, vendría la escisión. Y esa presión de rebeldía y de desobediencia política detonada, fue la que salió ganando, para que finalmente se constituyera el Estado Federal Mexicano. Podríamos decir que, como entes políticos, de hecho invocaron su derecho a la revolución para el supuesto de que no se aceptara el federalismo.
Por otro lado, podríamos decir que, en estricto sentido, en ese periodo de insubordinación política, no eran la mayoría de las provincias en estado de indisciplina, pues había un número mayor de éstas que por lo menos abiertamente no habían manifestado descontento, por lo que me parece se habían mantenido a la expectativa, aunque las señaladas líneas arriba sí eran de las que tenían una importante presencia. Pero no por ello significaba que en ese momento eran la voluntad general. Desde este ángulo y para estos efectos, se mira a la voluntad general fincada en las regiones del país; es decir, en la suma de todas las provincias, y ya no emanada a partir del epicentro político del país, que lo era la Ciudad de México.
Entre sus polémicas, cuestionamientos y presiones, este Congreso se fue desgastando y consumiendo, por lo que seguramente sus miembros inteligentemente pensaron que, por el bien del país, lo mejor era dar por concluida su existencia, a pesar de que no estaba cumpliendo con la misión histórica para la que fue llamado: Hacer la primera Constitución del país. No obstante, si bien no cumplió con esta encomienda, sí atendió otra que no estaba contemplada en su partitura político constituyente, dando un paso histórico más trascendental: dar por concluida la etapa inicial de una monarquía, para inaugurar una nueva era; ahora la republicana.
Fueron varios los hechos que protagonizó este Congreso, cuya sinuosa vida podemos dividir en dos episodios: Primero el del Constituyente de cariz imperial que surgió y funcionó durante el Imperio de Iturbide y, después, su transformación a un Constituyente con aroma republicano a partir de su restitución:
Se instaló el 24 de febrero de 1822. Elige emperador a Agustín de Iturbide el 19 de mayo de ese año y lo corona el 21 del mismo mes. El emperador disuelve al Congreso el 31 de octubre del citado año. El 2 de noviembre instala una Junta Nacional Instituyente en sustitución del Congreso. Después del triunfo del alzamiento armado en contra del emperador, a propuesta del Consejo de Estado del 3 de marzo de 1823, por decreto de ese mismo día, el emperador convoca a la reinstalación del Congreso para el día 4, pero realmente lo hizo hasta el día 7, toda vez que no se encontraba en la Ciudad de México la mayoría de los diputados. El 18 de marzo se presenta la renuncia del emperador al Constituyente; sin embargo, éste decide revocarle el título de emperador el 8 de abril de ese año. El 30 de marzo el Constituyente nombra un triunvirato con perfil republicano encargado de ejercer provisionalmente el Poder Ejecutivo. Aunque no llegó a aprobarse, el Congreso conoció y se leyó en sesión del 28 de mayo un proyecto de Plan de la Constitución Política de la Nación Mexicana, heredando claros trazos de corte republicano con toque federal que pudieran ser útiles al siguiente Congreso en la hechura de la Constitución. Mediante declaración del 12 de junio, dicha Asamblea se pronuncia en favor de la República Federal. Aunque ya desde poco antes este Congreso fue orillado a quedarse solo como convocante, el 17 de junio de 1823 lanza formalmente la Convocatoria para el establecimiento de un nuevo Congreso Constituyente, abandonando su papel inicial y, finalmente, el Congreso clausuró sus sesiones el 30 de octubre, dando por terminada su existencia.
Con este motivo políticamente fúnebre, sonaron los latidos de campanas por su fenecimiento. Como se dice en el folklor popular, “que mala pata” la de este primer Congreso Constituyente cuando apenas empezaba a respirar el país después de lograr su Independencia. Así, con este descalabro, empezó a escribirse la historia parlamentaria del México independiente. Ahí quedó, en el registro de la historia constitucional y en el de la parlamentaria, la esquela de defunción de este maltratado Congreso.
Y a propósito, cabe subrayar que el 5 de noviembre de 1823 se reunió el nuevo Congreso Constituyente y se instaló formalmente el día 7. Fue el segundo del México Independiente. Por lo tanto, el 7 de noviembre del 2023 fue el cumpleaños de su nacimiento. Fue el bicentenario de su instalación y, no obstante su importancia y trascendencia por la sublime producción constitucional que realizó: la del Acta Constitutiva de la Federación Mexicana y la de la primera Constitución Política del país independiente, y con ellas la creación y confirmación de la República Federal, pasó desapercibido. No se hizo recordatorio, homenaje ni festejo de este singular suceso histórico de alta envergadura para el país. Aunque “a toro pasado”, sin lugar a duda, pensamos que será objeto de atención en este 2024 por la notable obra y legado apuntado líneas arriba.
También es oportuno apuntar para cerrar esta obertura histórica republicana federal, que por tan importantes, significativos y trascendentes acontecimientos, que fueron un verdadero parteaguas en la historia del país, consumándose así su primera gran transformación, este año del 2024, debe ser declarado oficialmente como el Bicentenario de la República y del Federalismo Mexicano.