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jueves 07 noviembre 2024

Ratas y callejones

por José Antonio Polo Oteyza

Para las personas, las empresas y los Estados, calcular riesgos es fundamental. Y muy difícil. De inicio, solemos minimizar el peligro cuando hay una recompensa al final del camino. Pero además, el análisis va a zaga de la información, y siempre revuelto con prejuicios, zarandeado por premuras, sazonado por animosidades o afinidades, encubierto en la bruma de la propaganda, la ajena y la propia, subordinado usualmente a la política. Los sistemas de inteligencia tienen que lidiar con una suerte de síndrome de Casandra –condenada a profetizar verdades que nadie creerá– porque las personas tienden a enfocarse en el corto plazo y a sentirse incómodas con perspectivas que acotan sus planes y recortan sus ambiciones. El caso es que los encargados de las alertas tempranas tienen una profesión intrínsecamente ingrata, no sólo por las dificultades para entrever el futuro y luego para que les hagan caso, sino porque sus éxitos suelen ser eventos que no sucedieron –pudieron preverse y prevenirse–, mientras que sus fracasos son evidentes. Y así les va cuando llega el tiempo de encontrar culpables.

La historia, la historia política al menos, abarca las motivaciones y elucubraciones en torno a las oportunidades, las acciones que esas valoraciones provocan, y sus efectos en el río más amplio de los acontecimientos. En el difícil arte de calibrar riesgos, bien se puede sobreestimar al fuerte y subestimar al débil, sobre todo si el primero está en fase de complacencia y el segundo está en declive o acorralado. Hitler subestimó a la URSS, Estados Unidos la sobreestimó, y luego subestimó a Putin, quien a su vez subestimó a Occidente y a Ucrania. Se dice que el ruso ha contado cómo, siendo un niño, arrinconó a una rata y de cómo ésta se volvió para atacarlo. Aparte de lo que pueda decir de un niño y de su infancia que jugara a perseguir ratas, Ucrania le recordó la lección que un callejón encierra; vueltas da la vida, y ahora él es el acorralado, amenazando con usar armas nucleares. Está también el caso de China, cuyas perspectivas económicas y demográficas indicarían que bien se pudo haber sobreestimado su potencial; igual que en el caso ruso, quizá el régimen asiático sea hoy más peligroso que cuando se iba a comer al mundo por las buenas.

Photo by Anna Moneymaker-Pool/Getty Images

Así como no es inusual subestimar a los emproblemados, tampoco lo es observar con displicencia los trayectos ascendentes de dictadores o aspirantes. A Trump y a López Obrador, como a muchos otros, se les subestimó por sus evidentes limitaciones, y fue un error porque son precisamente sus pequeñeces las que mejor conectan con las sensibilidades lastimadas y las coyunturas descompuestas que los terminan aupando. Digamos que tenían los defectos adecuados en el momento preciso. La debilidad de este tipo de personas es que se sobreestiman, siempre y sin excepción. Sólo en América Latina, ni Batista ni Somoza ni Stroessner ni Trujillo ni Pinochet ni los de la junta argentina ni Noriega ni Fujimori, entre otros, la vieron venir.

Y es que una autovaloración desmedida no solo minimiza los peligros, sino que, aparejada con debilidad intelectual y una esencia abusiva y persecutoria, genera señales contradictorias en temas esenciales, descobija a colaboradores y apila resentidos, descarta lealtades y compromisos, y desde luego provoca enfrentamientos de pronóstico reservado. Como nos recuerdan la rata de Putin, y Putin mismo, nada bueno resulta de un gandalla y una víctima en un callejón sin salida.

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