El miércoles 20 de noviembre de 1985 Joseph Beuys dio su última conferencia. Las charlas en que exponía sus ideas no eran inusuales: los pizarrones que usaba en ellas hoy se exhiben en museos con su escritura de gis sobre ellos. Además de ser un artista significativo e influyente del siglo XX, Beuys se ocupaba de pensar el arte y de difundir sus ideas. En esa última presentación habló en el Teatro de Cámara de Múnich en el ciclo: Hablar sobre la propia nación: Alemania.
Como prácticamente cualquier personaje público alemán ha hecho desde la postguerra, Beuys hizo una alusión condenatoria al racismo. En un momento dijo que “un pueblo no es una raza” y en otro sugirió que sólo a través del arte se podría superar el racismo. Se expresó también con la demagogia de cualquier político: “el pueblo alemán encuentra en sí mismo la fuerza de la resurrección”. Llegó a lindar con la contradicción al declarar que la economía de mercado no sería una opción racional y al afirmar poco después que: “Las empresas no pueden estar estatizadas”. Todo esto tuvo que ver con el carácter de su conferencia. Como en otras ocasiones, Beuys no hizo una exposición ordenada, inmediatamente transparente o libre de elementos que sólo podrían esclarecerse desde la sobreinterpretación: “ser políticamente activo supone renunciar a todo potencial de ideas de futuro”.
Al menos en esa etapa —dos meses antes de su muerte—, Beuys daba gran importancia a la lengua, el idioma que él veía asociado a la noción misma de pueblo. Sin embargo, lo que más llama mi atención es la centralidad que Beuys otorgaba al lenguaje verbal en su propia vida: “mi camino lo he recorrido a través de la lengua, no ha partido de las cualidades plásticas”. Se podría suponer que serían los escritores quienes enfrentarían el mundo a través de su idioma. Pero, al decir esto, Beuys probablemente daba una clave sobre un proceso necesario para los artistas: la reflexión descarnada. No se trata de que los artistas sean grandes pensadores, que acierten en sus apreciaciones, ni siquiera que tengan cabal claridad de sus propias ideas, mucho menos de que sean virtuosos moralmente. Me parece, no obstante, que la creación requiere de múltiples rechazos, de una posición ante el mundo que se libra de los pesos de lo esperable —incluyendo las expectativas de los orbes del arte. Entiendo desde esta perspectiva algunas posiciones de Beuys pues le interesaba “una forma de arte” que comenzaba “con el habla y el pensamiento” y daba pie a “construir conceptos que posibilitan dar forma al sentimiento y a la voluntad”. Esto podría asociarse a la dimensión conceptual de las obras de Beuys, pero también, como él afirmó, a “un concepto de lo plástico” y, agregaría yo, de lo artístico.
En esta visión de Beuys, el artista, y llanamente la persona, “debería efectivamente formularse a sí mismo” y a través de la interacción entre lengua, sensibilidad, pensamiento y voluntad llegar a “una conciencia aguda de mí, es decir, una voluntad de afirmación de uno mismo”. En tesitura libertaria habló de la autodeterminación como “la única palanca capaz de transformar la sociedad. No se puede esperar que esta transformación venga de la autoridad estatal, tampoco podrá ser realizada desde lo jurídico ni empleando las fuerzas de la vida económica”. En vez de esas opciones, Beuys veía a la creatividad como “ciencia de la libertad” y a la libertad como “palanca fundamental de todo”, incluida, por supuesto, cualquier transformación social.
La charla de Beuys estuvo marcada por el tema del ciclo pues en cada ocasión los invitados hablaron sobre la situación de Alemania. Beuys se refirió, por ello, a sus preocupaciones ambientalistas y a la necesidad de legislar para hacer efectiva la posibilidad de llevar a cabo referendos. Pero el argumento más personal que Beuys buscaba transmitir no era sobre el día a día del gobierno o de la sociedad alemana. Era fundamental su idea de que “cada hombre es un artista”, que, aclaró, no implicaba que cualquiera fuera un buen artista. Su provocación apuntaba a la necesidad de la creatividad en la sociedad. En nuestro tiempo hay que distinguir esta aspiración de Beuys de lo que se conoce como economía naranja, una promoción utilitaria de las industrias creativas. Beuys no pensaba en la estetización de la sociedad sino en su emancipación.
A Beuys le interesaba desarrollar un “concepto de arte posterior a la modernidad”. Que todas las personas fueran artistas no quería decir que todos hiciéramos arte, sino que tuviésemos una relación distinta con nuestro entorno. Así, Beuys avanzaba en su planteamiento y llegaba a su célebre dictum: “El dinero no es un valor económico. La capacidad (la creatividad) y el producto son los dos auténticos valores económicos, en la relación que los une. La fórmula del concepto expandido de arte es ARTE = CAPITAL”. Para Beuys un “concepto ampliado de arte” era una “plástica social”, una dinámica de cambio “donde cada uno sea uno mismo y se insista en el soberano que se encuentra dentro de cada hombre”.
El deseable cambio de relación de las personas con sus actividades, primordialmente económicas, para tener un vínculo creativo con su trabajo —aunque sin el énfasis individualista de Beuys—, se asemeja a la crítica de la alienación contenida en los Manuscritos económicos y filosóficos redactados, cuando aún era un veinteañero, por Marx —futuro enemigo de la libertad. Beuys no afirmaba, entonces, algo novedoso sobre lo social. Como anoté: los artistas requieren confrontar genuinamente su mundo y reflexionan constantemente —lo que no significa que deban ser oráculos de pensamiento, ni que sus especulaciones sean irrelevantes. Piensen esto a aquello, quizá lo distintivo de las ideas de los artistas —aun si ellos las enuncian en tono terminante— radica en que suceden en el territorio de la incertidumbre.