Por décadas, hablar de manifestaciones fue sinónimo de represión, granaderos, detenciones arbitrarias, personas desaparecidas, abusos de autoridad, detenciones sin justificación y de miedo. De eso saben mucho en la izquierda.
La historia está llena de casos como el 2 de octubre de 1968 o el famoso Halconazo de 1971. Por eso, cuando la alternancia en el poder llegó, creímos que esas prácticas desaparecerían. Y cuando un gobierno que ofreció una transformación total vendió la idea de que nunca más se reprimiría una manifestación por parte de la autoridad, hubo quienes lo creyeron.
Sin embargo, el tiempo nos permite comprobar que hoy México vive un período donde la protesta se criminaliza y los movimientos legítimos, como el de las feministas y del movimiento amplio de mujeres, se desprestigian y desde luego, la represión persiste.
Sólo así se entiende la decisión de amurallar el Palacio Nacional y colocar decenas de granaderos, de esos que ya no existen, en el recorrido de la marcha que con motivo del Día Internacional de la Mujer se realizó el pasado lunes 8 de marzo del Monumento a la Revolución al Zócalo en la Ciudad de México.
La decisión del gobierno de colocar vallas para proteger el Palacio donde despacha el presidente se sumó a la ola de indignación de las mujeres que salieron a caminar, gritar y exigir fin al patriarcado.
Y si al gobierno se le hizo bolas el engrudo para explicar esas vallas, el martes, cuando debieron dar explicaciones sobre el uso de gas lacrimógeno o sustancias irritantes que salieron de detrás de la valla de Palacio Nacional, o de los inhibidores de drones, la autoridad tardó y se enredó en su propio discurso.
No obstante, el discurso ficticio que cada mañana lanza el presidente desde Palacio Nacional se impuso y al final se intentó desprestigiar una marcha que era fundamental en el marco de la COVID-19.
Lo era porque, en este año de pandemia, aumentó la violencia familiar y los feminicidios a consecuencia del confinamiento y de que la actividad del gobierno prácticamente se paralizó. Lo era porque, a pesar del camino andado, las mujeres enfrentamos un discurso machista y misógino como pocas veces habíamos visto en fechas recientes.
Un discurso que sale de la presidencia y es replicado por el gobierno federal, afectando la vida diaria de millones de mexicanas que parece que han visto retroceder sus derechos a consecuencia de la pandemia que llegó en 2020.
El lunes, lo que vimos fue un grupo mayoritario de mujeres comunes y corrientes que salieron a las calles a protestar por sus muertas, desaparecidas o violentadas, pero en lugar de hablar de eso, desde la presidencia, el discurso se enfocó en la violencia y en desviar los problemas que a diario sufren las mujeres.
No nos engañamos: estamos en un régimen conservador, machista y misógino que no entiende, ni tiene interés en las causas del feminismo, pues para el presidente no son temas que electoralmente sean rentables y dejen votos.
Por eso era importante salir a las calles, aún en medio del riesgo de contraer COVID-19, porque si hoy alzamos la voz, es porque advertimos que no seremos cómplices del sistema misógino, machista y patriarcal que hoy domina en el país.