domingo 07 julio 2024

Resentimiento, ira y envidia

por Luis de la Barreda Solórzano

En su libro El destructor (Grijalbo), Pablo Hiriart señala el mecanismo psicológico, soslayado por casi todos los analistas, por el cual muchos mexicanos votaron por el actual Presidente de la República: el entonces candidato de Morena —que estaba en campaña eterna y vivía del aire, sin cuenta bancaria ni tarjeta de crédito ni efectivo, con los 50,000 pesos mensuales que, según decía, le daba el pueblo— “logró conectar muy bien con la parte oscura (cual más, cual menos, todos tenemos una) de millones de personas. Sacó lo peor de cada uno: el resentimiento, la ira y la envidia. Entró muy bien su cizaña polarizadora”.

Son líneas estremecedoras porque nos dicen lo que tantos no se atreven siquiera a insinuar, ya que revelan una realidad sombría y políticamente incorrecta: numerosos ciudadanos, un considerable segmento del pueblo al que, demagógicamente, se califica como siempre bueno, votaron por Andrés Manuel López Obrador no movidos por la esperanza de que, con él en la Presidencia, el país mejoraría, sino identificados con el retortijón ponzoñoso de la envidia rencorosa. Quienes lo experimentan se sienten disminuidos, sufren un daño en su autoestima que nadie les ha infligido, pero del que ansían vengarse. “La vida no me ha dado lo que merezco, y si a mí me falta algo es porque otros lo tienen en abundancia”. (López Obrador llegó a afirmar que los males del país son culpa de aquellos que beben buenos vinos. ¡Mea culpa!).

La envidia, el resentimiento y la ira conducen a decisiones demenciales. ¿Un aeropuerto espléndido que nos daría progreso, conectividad, decenas de miles de empleos? Claro que no: cómo íbamos a tener un magnífico aeropuerto en un país con tantos pobres. No importó que llevase 37% de avance, que 70% de la inversión fuera privada, que el resto de la obra sería pagada por los usuarios a través de la tarifa de uso de aeropuerto, que las máximas autoridades técnicas en materia aeronáutica dictaminaran que era la mejor opción, que se lo aconsejaran sus colaboradores, que el costo de su destrucción fuese estratosférico. No, había que inundarlo, que no quedara huella de un proyecto neoliberal.

¿Seguro Popular, que permitía acceder a incosteables tratamientos médicos? ¿Estancias infantiles, escuelas de tiempo completo, comedores populares? ¿Amplia cobertura de vacunación infantil? ¿Suficiente abasto de medicamentos? ¿Recursos generosos a los institutos de salud? ¿Ambiente propicio a las inversiones para generar empleos y combatir así la pobreza? No, ésas fueron políticas de los abominables gobiernos neoliberales.

¿Por qué quitar apoyo a investigadores, científicos, cineastas, a la ciencia, a la innovación tecnológica? ¿Por qué se persiguió penalmente, con acusaciones grotescas, a prestigiados científicos? ¿En qué cabeza cabe tildar a la ciencia moderna de neoliberal? ¿Cómo puede afirmarse que quienes estudian postgrados lo hacen para poder robar más?

Además de la estrategia populista de condenar todo lo de gobiernos anteriores y fabricar enemigos a los cuales dirigir el santo enojo del pueblo, ¿hay otra explicación que no sea la de la envidia feroz, la que carcome el alma? El envidioso resiente no tener los méritos de la persona envidiada. Entonces la desvalora, la desacredita, la difama. Al sentir la punzada de la envidia compara su pequeñez con la grandeza de quien ha alcanzado metas para él inalcanzables y reacciona con una rebelión espasmódica, una protesta: no, es un error de la realidad. (Loret, Aguilar Camín, Krauze, Cossío, Norma Piña son talentosos, admirados y, ¡ugh!, ganan más que yo: tengo que vilipendiarlos). El envidioso se encoleriza por la presencia del envidiado, lo odia, quisiera que desapareciese, explica Francesco Alberoni (Los envidiosos, Gedisa).

El proyecto educativo del gobierno no busca fomentar en los educandos el idealismo que anhele elevar el nivel educativo y la calidad de vida de los sectores desfavorecidos, sino inyectarles el veneno del resentimiento airado y envidioso.

Millones se siguen identificando con López Obrador. No les quitan su fervor los actos indefendibles y los resultados catastróficos del gobierno. ¿Es posible apoyar la pulsión destructiva del autócrata, su afán de demoler el sistema de salud, la educación básica y las instituciones democráticas sin simpatizar con esa pulsión?


Este artículo fue publicado en Excélsior el 23 de marzo de 2023. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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