Hay dos preguntas que se mantienen en el escenario político, ambas relacionadas: primero, ¿por qué si en el caso del aeropuerto de Texcoco había sospechas fundadas de actos de corrupción y, segundo, si la planta de Constellation Brand en Mexicali tenía irregularidades, no se procedió conforme a derecho? ¿por qué no hay nadie en la cárcel por estos temas? Mucho me temo que las respuestas no pasan por la posibilidad de la aplicación de la ley, sino más bien fueron actos de venganza, como algunos indicios apuntan, de parte de quien ahora tiene el poder, motivado por el resentimiento que guarda.
Palabra de Dios
La palabra presidencial influye. Para muchos es la guía acerca no sólo de lo que hay que hacer, sino también es una forma de normar el criterio y poder emitir una opinión.
Con un gobernante preparado y bien informado, una sociedad se puede conducir por el mismo sendero y contribuir al desarrollo del país.
Pero cuando, gracias a un pueblo que se guía más por el hígado que por el cerebro, llega al poder un individuo marcado por el egoísmo, el resentimiento y la ignorancia, los resultados a esperar no pueden ser buenos.
Y no sólo hablamos del desprecio hacia los especialistas, la manera en que se hace a un lado a la ciencia para poner en su lugar una serie de creencias que garantizan el subdesarrollo o la forma en que la palabra del presidente se toma como un artículo de fe, sino porque también hay otro motor que mueve los actuales hilos del poder: el resentimiento.
El señalamiento constante de que los conservadores están detrás de todo lo malo que sucede –sin asumir la responsabilidad propia–, señalar a Felipe Calderón de estar detrás de un supuesto complot –sin decir algo parecido de Peña Nieto–, incluso llegar al extremo de no cancelar las giras bajo el pretexto de que “lo que quieren los conservadores es que yo me aísle, imagínense, no habría conducción, oh, sí, habría la conducción de ellos porque en la política no hay vacíos de poder, los vacíos se llenan y eso es lo que ellos quieren para apoderarse de la conducción política del país de manera irresponsable”, como señaló en un video difundido en redes sociales.
Además, la negativa a no continuar con las medidas de los despreciables neoliberales que tanto daño han hecho al país –aunque en las práctica se apliquen–, deja ver que lo único que hay detrás de esto es resentimiento puro y no argumentos de peso.
Sé que sus defensores empezarán a contestar –tanto en el portal como en redes sociales–, cualquier cantidad de insultos buscando descalificar este texto –aún sin leerlo–, pero con esto nos dan la razón al defender a su jefe con palabras como que se trata del presidente más querido o que en realidad se desea que le vaya mal al país, sin mencionar las etiquetas que utilizan, pues su defendido es incuestionable, no se equivoca, todo lo hace por el bien común y raya en la perfección, algo comprensible en cualquier fanático.
Pero vayamos a las manifestaciones del resentimiento.
Si hay un grupo al que odia el mandatario en turno es el de los empresarios, no porque se hayan apropiado de la riqueza nacional y eso explique la pobreza –pues eso sería generalizar a todo un sector de la sociedad y sin pruebas–, sino porque algunos de ellos financiaron campañas en su contra en pasados procesos electorales.
Eso explica los golpes en contra del aeropuerto en Texcoco y la cervecera en Mexicali, en contra de la cercanía con algunos miembros de este grupo, como Alfonso Romo, Jaime Bonilla, Ricardo Salinas Pliego y otros más que por esto dejaron de pertenecer a esa minoría rapaz.
¿Y los actos de corrupción que se alegaron para clausurar las obras? Pues todo quedó en un discurso para consumo de los fanáticos.
Que estemos en crisis económica o el crecimiento del PIB este en cero, es lo de menos.
Los señalamientos acerca de que en la pasada crisis por el H1-N1 se exageró, que estuvo mal paralizar al país, para terminar adoptando medidas similares y todo por no parecerse al gobierno del odiado Calderón, es otra muestra más de las motivaciones que hay en nuestro gobernante.
Otro tanto ocurre con las versión de fraude de 2006, elevado al rango de dogma de fe de quien quiera pertenecer a la secta, a pesar de las evidencias que en su momento han mostrado especialistas como José Woldenberg.
Olvidar la promesa de reconciliación para diariamente arremeter en contra de quien piensa distinto –columnistas, activistas y un largo etcétera–, nos habla de alguien que no piensa en gobernar para todos, sino para sí mismo.
Y se podrían dar más ejemplos, pero todo quedaría en la redacción de un catálogo de algo que nos debe preocupar por nuestro futuro: en Palacio Nacional no hay quien escuché a los demás y a menos que sea para oír lo que se desea.
El problema es que ese resentimiento rebaja la estatura política de López Obrador, quien ya no llegará a ocupar un sitio en la historia como estadista, sino como uno más de los que llegaron al poder para hacer realidad sus objetivos personales.