El viernes pasado en la tarde como a las cinco y media, Ruth Esparza llegó a las oficinas de etcétera con muy buenas noticias: traía un mezcal que adquirió por las hermosas tierras de Oaxaca porque lo consideró un gran motivo para festejar el 17 aniversario de la revista: “El mezcal se toma a besos”, advirtió la subdirectora a los más jóvenes mientras servía en unas jícaras pequeñas. El punto es que nos la pasamos besando las siguientes tres horas más o menos.
El mezcal, como los besos, deja en los labios un aroma fascinante, incluso con solo cuatro o cinco sorbos junto con sus granitos de sal en la punta de la lengua, y para muchos que no es el caso, algunas tenues gotitas de limón. Ah, el mezcal, elixir que el enamorado saboreó al besar el turgente seno de Máyatl para convertir en mujer a la diosa. Pero hay que advertir: no podemos embriagarnos de amor porque, como dice una conseja oaxaqueña: “Nunca tomes menos de dos ni más de tres”.
En esto pensaba cuando leo que un viejo amigo mío –con quien me unen más recuerdos que presente– estuvo ayer en la tarde en Tláhuac porque es el comisionado para la reconstrucción de la Ciudad de México. Se llama Ricardo Becerra y en esos rumbos los vecinos le ofrecieron dos mezcalitos con mole y él le dio gusto al paladar –acción que sin duda yo también habría hecho– lo que además granjea la simpatía del anfitrión (lo entiendo: si ustedes van a mi casa que es la casa de ustedes y no prueban mi arroz cantonés, yo quedaría muy sentido). Bueno pues, el caso es que de ahí Ricardo se trasladó a la calle de Zapata 252 de la colonia Santa Cruz Atoyac y todo iba bien hasta que el abogado que lo acompañó, el abogado reitero, leyó otro expediente y les avisó a los vecinos que el edificio sería demolido. Desde luego es muy entendible el impacto que esto causó en los damnificados, incluso hay quienes dicen que una señora desmayó de la impresión. Y entonces, ¡Pum!, que detona el sainete y Becerra oyó de todo en su contra, lo agredieron como suele suceder con los borrachos que salen de control y él tuvo el temple para comentar que había besado un poco mientras comió mole. Ustedes ya podrán imaginar el incendio que, como cerillo en alcohol, se suscitó en las redes: troles, bots y toda esa retahíla que poco a poco convierte la hoguera en ritos. Lo de menos fue que esa reunión hubiera terminado bien y con acuerdos, y lo de menos también fue que Ricardo concediera en ese momento una entrevista y, más allá de lo malencarado (que le viene de nacimiento al camarada), respondió con coherencia y sobriedad.
Así se encuentra el ambiente en el país. Naturalmente en la Ciudad de México y otras zonas donde los sismos del 7 y 19 de septiembre han dejado secuelas dolorosas y a las personas muy sensibles, muchas incluso desesperadas. Desde luego que a eso hay que sumar la gran animosidad que comienza a despertar en el proceso electoral. Esto hay que tenerlo presente y, claro, también los funcionarios. ¿Hizo mal Ricardo Becerra en beber dos mezcales con los vecinos de Tláhuac? Ya saben ustedes que no me gustan los dictados morales pero creo que no, que no hizo mal, y mi valoración no sólo es por la empatía con los damnificados ni por lo exquisito que es el mezcal sino porque no disminuyó en absoluto la claridad que el funcionario siempre ha tenido, (incluso admiro la prudencia con la que él encaró insultos y creo que uno admira sobre todo lo que no podría hacer).
Espero que ese episodio, para mí en realidad muy menor, no afecte el desempeño del comisionado para la reconstrucción de la Ciudad de México. Y para rubricar mi deseo ahora mismo beso suavemente a Máyatl, a la salud de Ricardo Becerra.