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sábado 28 diciembre 2024

La risa frente al odio y el insulto

por Marco Levario Turcott

Es imposible para todos andar por los inconmensurables vericuetos de la risa, y acaso eso no importa, lo que importa es que todos reímos. Por diferentes motivos y causas. A mí me gusta reír de la impotencia de quienes, en ausencia de argumentos –vale decir, de inteligencia o al menos de generosidad para admitir la derrota intelectual, política e incluso moral– insulta y lo hace con todo el estruendo posible, tanto que no le importa difamar; y no importa porque ya lo decía Voltaire: en la denuncia del fanatismo siempre hay que pagar la cuota proveniente del sujeto que difama, lo que importa también, decía él, es lanzar frente a ellos la estruendosa carcajada. Entonces reír también es burlarse. A mí me gusta reír, vamos, burlarme del poder en cualesquiera faceta –de quienes lo ostentan o de quienes lo pretenden– y más divierte mirar a los soldados de esos intereses que los defienden como si fueran suyos, porque ellos no son más que pequeñas piezas de maquinarias que sus dueños ponen a funcionar o por lo menos se aprovechan del genuino sentimiento que mira en los otros al enemigo al que debe aniquilar porque su misión superior lo justifica.

A veces río frente a la desesperanza y porque la risa (al menos en mi caso, y estoy seguro que en el de muchos más) es el reducto que halla la inteligencia para verificar que nunca nada es para tanto o, como se quiera, que nunca, ni siquiera la desgracia, es un monolito adverso; la risa, en tal sentido, también es un deslinde frente a quienes sí se les va la vida por lo que consideran una misión que a veces ni ellos mismos entienden, pero que los hace sentir con el hálito casi divino del que lucha por nuestra salvación aunque no lo pidamos; su generosidad está por encima de nuestra propia inconsciencia. Entonces, voy a seguir riendo de esto y de aquello. De ellos y de nosotros. Pero sobre todo: de mí, porque al reír del otro me identifico con las flaquezas propias: la soberbia del que cree que detenta la verdad, del ser infalible o el que sólo juzga al otro sin mirar las insuficiencias propias. Y tengo muchas, me río de ellas.

Ustedes lo han notado: en procesos electorales o en movimientos políticos o sociales, una de las primeras víctimas es el humor. Incluso priva el desdén por el otro y, a veces, el odio. Por eso creo que también vale la pena reír, reconforta el ánimo, nos distancia del sectario y creo que también genera atmósferas sociales que aniquilan al juicio absoluto de quien cree que representa el único camino posible, la única forma de pensar valedera. Me encanta reír de quien regaña, también por eso.

Voy a seguir riendo, entonces. Y quiero reír con ustedes, con pleno respeto a sus afinidades y sus denuedos. Reír de ellos, de nosotros. Porque no existe proceso posible que sea capaz de quitarnos la alegría, eso no. Definitivamente, no.

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