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lunes 23 diciembre 2024

Rius para principiantes

por Juan Villoro

Los mejores chistes mexicanos se cuentan en los velorios. No es casual que un genio del humor vernáculo haya trabajado en una funeraria. En 1956, Eduardo del Río contestaba el teléfono en Gayosso, célebre casa de los difuntos, y aprovechaba la vecindad con la librería de Polo Duarte para surtirse de lecturas y consagrar los tiempos muertos (nunca fue más cierta la frase) a leer y dibujar caricaturas.



Desde que Posada dibujó a La Catrina como un esqueleto de necrofílica coquetería, el humor nacional ha sido un recurso de primera necesidad para superar los quebrantos de la realidad y "pasar a mejor vida" sin el inconveniente de morir. Rius se desempeñó tan bien en Gayosso que recibió una oferta para formarse como embalsamador en Estados Unidos, pero en vez de embellecer lo que ya no tiene remedio prefirió poblar el mundo de monitos.



Nacido en Zamora en 1934 y huérfano de padre, recibió una educación religiosa que le causó efectos paradójicos. Estudió con los jesuitas, involuntarios forjadores de radicales como Simón Bolívar, Fidel Castro, James Joyce y Julio Scherer García, y con los salesianos, expertos en trabajos manuales y uno de cuyos alumnos fue Federico Fellini. En forma decisiva, esta educación le permitió graduarse como ateo.



Gracias a Saul Steinberg descubrió que unas cuantas líneas reinventan el dibujo y adoptó esa fecunda sencillez en el trazo; a través de Abel Quezada, descubrió que la palabra puede ser tan importante como las ilustraciones, y se convirtió en un caricaturista narrativo que llegaría a publicar cerca de cien libros.



México reaccionó ante los superhéroes del cómic estadounidense con curiosos antihéroes: Los Supersabios, de Germán Butze, y Los Superlocos, de Gabriel Vargas. En esa línea, Rius concibió Los Supermachos, nombre que aviesamente le birló su editor, Octavio Colmenares, lo que lo llevó a concebir otra imprescindible historieta, Los Agachados.



La temperatura política de sus cartones le ganó infinidad de adeptos y algunos infaustos enemigos. En una ocasión recibió las atenciones del Ejército: fue secuestrado y amenazado de muerte por sus comentarios sobre las fuerzas militares. Se salvó de milagro porque el general Lázaro Cárdenas, pariente suyo, se enteró del agravio y llamó al presidente Díaz Ordaz pidiendo su liberación. Poco después, supo que todo había sido maquinado por otro pariente, el general Marcelino García Barragán. El horror quedó en familia. Una metáfora de las divisiones nacionales y una demostración del temple de Rius, que conoció el miedo sin deponer su sentido crítico.



Poco antes de llegar a los cuarenta años, Rius jugaba futbol en un equipo bastante digno de su nombre, el Atlético Reumático, y sufría para llegar al segundo tiempo. Con la curiosidad intelectual que lo ha llevado a indagar la Segunda Guerra Mundial (Hitler para masoquistas) y la contradictoria identidad nacional (Quetzalcóatl no era del PRI), estudió los efectos de la comida y anunció su conversión al vegetarianismo en La panza es primero, un bestseller en el país de las carnitas.



Al calor del éxito de Marx para principiantes, su mejor colega, Rogelio Naranjo, dibujó a un Marx de barba y melena hiperrealistas, que en una mano sostiene su más reciente libro: Rius para principiantes. La imagen capta la condición legendaria de un monero al que un día el Che Guevara le propuso dirigir una revista y que influyó de manera decisiva en el más leído y prolífico escritor de mi generación, el subcomandante Marcos, ahora Galeano.



El gobierno de la Ciudad de México ha creado un premio que hacía falta y que reconoce la trayectoria de un caricaturista. En forma inmejorable, el galardón lleva el nombre de Gabriel Vargas, creador de La Familia Burrón y máximo cronista de la vida en cuadritos de esta capital.



El pasado 7 de diciembre se entregó por primera vez. El ganador era tan obvio que el jurado pudo deliberar por telepatía, y es que nadie cuenta con más atributos que Eduardo del Río para burlarse de los abusos del poder y demostrar que la risa no sólo es un recurso de consuelo, sino un aguijón que alerta las conciencias.



Las cuatro letras de su nombre artístico representan los puntos cardinales del humor: Rius.



 


Este artículo fue publicado en Reforma el 9 de diciembre de 2016, agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

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