Mónica Maccise debió dimitir el mismo miércoles 17 de junio, cuando López Obrador calificó como inútil al Conapred. Hubiera sido un acto de dignidad ante la patanería presidencial. También pudo hacerlo antes, el martes, cuando fue forzada a cancelar un foro sobre racismo, porque a la reina consorte no le pareció que uno de los panelistas fuera Chumel Torres, enemigo de la Corona y ofensor de uno de los infantes reales. No lo hizo y ahora es noticia que la secretaria de Gobernación le pidió la renuncia a Maccise desde el miércoles —quizá después de la conferencia matutina donde López ninguneó y ofendió a ese Consejo— y Mónica tuvo que resignar. Mal por la secretaria y mal por la ya ex presidenta, una por seguir siendo uno de los floreros del Ejecutivo y la otra por aferrarse al puesto, cuando era evidente que querían su cabeza. No sólo se va ella: el presidente quiere disolver el Conapred y que Gobernación absorba sus funciones.
Detrás de la purga estalinista operada por López Obrador, consistente en aniquilar un organismo porque invitaron a platicar a uno de sus adversarios, hay algo más que la brutalidad rupestre con la que suele retratarse al presidente. La estrategia del jefe del Ejecutivo no sólo involucra su usual juego del tío Lolo: esta decisión tiene causas a distintos niveles y no se reduce a un berrinche palaciego.
En el nivel más básico se encuentra la molestia de la pareja presidencial, que se siente propietaria del gobierno, porque un crítico del régimen participara en un acto organizado por una entidad pública. La relación ríspida entre los López y Chumel Torres es de mucho tiempo y se ha recrudecido, dado que el influencer los pone en ridículo varias veces a la semana y su popularidad sigue en aumento. Si no bastaran los dos programas semanales del Pulso de la República en YouTube, Chumel tiene un espacio de lunes a viernes en la radio donde también se pitorrea del gobierno cuatrero y, para rematar, conduce un programa semanal en HBO, que lleva la mofa sobre López a una ventana internacional. La confrontación no sólo es política, también es personal, porque Torres se ha burlado del hijo de Andrés Manuel y Beatriz, un menor de edad. Así que, como dueños de la Administración Pública, los López encontraron un agravio directo en la decisión de Maccise. No obstante, incluso en ese nivel tan primario y vulgar, la reacción de un gobernante autoritario se habría reducido a despedir a la funcionaria. ¿Por qué tirar el agua sucia y al niño? La respuesta está en el segundo nivel de causas.
También es pedestre asumir que López vio una oportunidad de ahorro en el “error” de Maccise y mató dos pájaros de un tiro: se deshizo de la funcionaria y de la dependencia. Este nivel es de mera propaganda para el target del presidente: el pueblo bueno que todo le cree irreflexivamente. Liquidar el Conapred le da una oportunidad de demostrar que el gobierno se seguirá ajustando el cinturón para gastar lo menos posible, porque “no puede haber gobierno rico y un pueblo pobre” y, como ese pueblo está más pobre que nunca, el sumo sacerdote de Tezcatlipoca ofreció una víctima para tranquilizar al dios de la oscuridad. El inmolado es el Conapred. Los “ahorros” con su disolución son intrascendentes —lo operativo lo seguirán haciendo los mismos que hasta ahora—, pero López convirtió en una ventaja simbólica el exabrupto causado por la falta de templanza de su pareja: el líder actúa cada vez que se percata de algo, no había disuelto el cochino Conapred porque no lo tenía en su consciencia, cuando se percató de que era un robo al pueblo, lo destruyó. Loor al presidente, patriota austero y liberal juarista. Así, en lugar de dar explicaciones sobre la legitimidad de su esposa para actuar como jefa de Gabinete, la atención está en el acto justicialista de abolición de una entidad fifí e inútil, dilapidadora de los recursos públicos. Sin embargo, la reacción de The Great Pretender sigue siendo exagerada, incluso para tapar una metichería en la función pública, que iguala a los López con los Fox. Hay un tercer nivel, el más profundo, que explica el uso de un cañón para matar moscas.
Al final, lo que hay es una receta elemental del maquiavelismo, el nivel que es causa real de la reacción presidencial consiste en infundir miedo entre sus colaboradores, que le teman al príncipe. Pero, ¿por qué pretende que haya recelo entre sus empleados? Porque el mismo Obrador está asustado: López tiene el temor de todos los autócratas, que ante una caída de la popularidad, el relajamiento de sus huestes le impida mantener el poder.
Maquiavelo explicaba que “es más seguro ser temido que ser amado. Porque, en general, se puede afirmar que los hombres son ingratos, inconstantes, falsos y fingidores, cobardes ante el peligro y ávidos de riqueza; y mientras les beneficias, son todos tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, como antes dije, cuando la necesidad está lejos; pero cuando la necesidad se acerca te dan la espalda, así que el príncipe que haya confiado por completo en sus palabras y no disponga de otras defensas, se hundirá (…) A los hombres les da menos miedo atacar a uno que se hace amar que a uno que se hace temer, porque el amor se basa en un vínculo de obligación que los hombres, por su maldad, rompen cada vez que se opone a su propio provecho, mientras que el temor se basa en un miedo al castigo que nunca te abandona”¹. El gran gobierno de la 4T está integrado por una pluralidad a la que sólo la une el interés en el dinero y el poder público: no aman al líder, se sirven de él. Por eso López tiene miedo.
Así, lo que el presidente pretende es que la totalidad del gobierno permanezca en vilo, que esa inquietud y zozobra los mantenga atentos y dispuestos a los deseos del caudillo, porque nadie sabe quién caerá. No importa si hacen bien o mal su trabajo, nadie está seguro en su puesto. López ya había mandado mensajes en ese sentido, como su doblediscurso orwelliano de “conmigo o contra mí” que parecía dirigido a sus opositores, pero también era un ultimátum para sus colaboradores. Dado que el primer mensaje no fue suficiente, había que inmolar a una funcionaria y a una dependencia en la ceremonia matutina del Huey Tlatoani.
Este último nivel implica desesperación y nerviosismo en López Obrador: cuando un jefe ejerce violencia contra sus subordinados, no habla su poder, sino su incapacidad para ordenar su oficina con justicia, eficacia, paciencia y misericordia. Si esto es inadmisible entre los funcionarios menores, resulta imperdonable cuando lo comete el titular de la primera magistratura de la nación. Hay miedo en Palacio… y, cuando falta la frialdad de cabeza, se toman decisiones irracionales. El presidente debería seguir su propio discurso y serenarse: linchar empleados y destruir estructuras no le dará mayor capacidad de gobernar. De hecho, el problema del régimen, más que de gobernabilidad, es de gobernanza: el día que comprenda que lo que necesita es dar buenos resultados de gobierno, sus enemigos —reales y ficticios— disminuirán, pero no parece que López esté dispuesto a entenderlo…
1 Maquiavelo, Nicolás. El príncipe: (Comentado por Napoleón Bonaparte). Traducción y notas, de Eli Leonetti Jungl, introducción de Giuliano Procacci. Ediciones Austral, Grupo Planeta, 2012. Capítulo XVII.