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lunes 23 diciembre 2024

Sasha Montenegro

por Marco Levario Turcott

La primera vez que ví a Sasha Montenegro, la Tierra estaba en peligro. Tuve la seguridad, sin embargo, de que saldríamos airosos porque sino, cómo explicar que mi mamá estuviera ideando la comida del día siguiente mientras Santo, el enmascarado de plata, combatía a “los asesinos de otros mundos”. Era 1973. Ese mismo año, por cierto, la encontré de nuevo en otra gesta cinematográfica de Santo, en esta ocasión, “contra la magia negra”. Sasha encarnó a Bellamira, lucía igual de hermosa que en el filme anterior, donde se llamó Karen Bernstein. La tercera vez que la encontré fue un año después, en “Santo y Blue Demon contra el doctor Frankenstein” y entonces afiancé la certeza de que la paz de la Tierra no podía explicarse sin la actriz. Yo tenía ocho años.

Entre varias epopeyas más en los encordados y otros avatares, no supe de Sasha Montenegro sino cinco años después cuando, frotándome los ojos frente a la pantalla del cine Popotla, en la calzada México-Tacuba, vi “Muñecas de medianoche”. Ahí estaba, no había duda, era Bellamira o Karen, como sea, y Óscar Olguín, mi primo, se burlaba de mí porque yo no sabía que, poco antes, Sasha había actuado en “Bellas de noche”, otro emblema de la comedia erótica que en esos días, junto a la cinta “Emmanuel”, tenía mi interés por encima de Santo en el cine y Kalimán en las revistas. Por eso me enteré de que su nombre civil es Aleksandra Acimovic Popovic, que tiene ascendencia yugoslava y que nació en Italia.

Tan pronto como pude vi “Bellas de noche”. Y a Sasha bailando “Luces de Nueva York” mientras me coqueteaba o eso creía yo para diluir a Jorge Rivero, el mesero con quien ella estaba ligando:

“Fue en un cabaret
donde te encontre bailando
vendiendo tu amor
al mejor postor
soñando”.

Muy pocos años después, la misma imagen de Sasha Montenegro y las mismas canciones de la Sonora Santanera animaron mis incursiones en centros nocturnos del Eje Lázaro Cárdenas, que recién había sepultado a San Juan de Letrán, y de la Colonia Obrera, donde conseguí los primeros amores intensos y, sobre todo, sinceros. Eran los tiempos del CCH, ímpetu revolucionario, y el denuedo por mujeres como la actriz y modelo. No exagero. Tanto es así que Julian Isidoro y yo quedamos prendados de una mujer que se llama Celia nada más por ser idéntica a Carmen, la bailarina de “Bellas de Noche” y su belleza enloquecedora que nos desguazó el corazón al enterarnos de su matrimonio con José López Portillo, el presidente de México entre 1976 y 1982. Por eso, dentro de mis sueños más lúbricos, jamás imaginé que, a finales de los 90, conviviría con Aleksandra durante una velada inolvidable. Un modesto departamento de la colonia Roma de la ciudad de México y amigos entrañables son testigos de ello.

Yo tenía poco más de cuarenta años. Pero aquella noche sentí algo parecido a cuando a los siete años ví a la heroína junto al Santo. En el fondo cantaba Gardel Mi Buenos Aires querido, evocando el terruño donde, por cierto, Sasha vivió su infancia y adolescencia. Minutos después supe que no sólo estaba frente al máximo símbolo del cine erótico nacional de los años 70. No era la actriz, modelo y guionista nada más, sino una mujer culta y refinada a quien acompañé, entre varios whiskys, a recitar a Borges, Paz y Neruda. Recuerdo cuando levantó su vaso y, sonriendo, hizo un exquisito apunte sobre las diferencias políticas que hubo entre aquellos poetas. También declamó composiciones suyas y las de otros autores que yo desconocía, por lo que un largo rato bebí de sus palabras.

Desde esa ocasión no me interesó saber sobre los intentos de Sasha para incursionar como vedette, en 1972 y 1979 en el Marraquech de la ciudad de México. Tengo conmigo la secuencia de fotografías en la que representa a Astarté. Ni siquiera comenté con ella sus más de 60 películas que, por supuesto, he visto. Platicamos de muchos otros temas y, entre estos vericuetos, estuve a su lado cuando demandó a Isabel Arvide, quien durante estos años se ha ostentado como periodista sin serlo, porque la difamó con una frase que no merece se transcrita en estos recuerdos. Sasha ganó la demanda. Cuando lo supo, satisfecha, tuvo el señorío de anotarlo frente a los medios y dar vuelta a la hoja porque su ánimo principal para emprender esa aventura legal y ética fueron sus dos hijos.

Sasha y yo nos frecuentamos unos tres años más hasta que los vericuetos de la vida nos alejaron. Tener el privilegio de conocerla es algo de lo más bonito que me ha sucedido en la vida. Su sentido del humor y su basta cultura, más aún, su alto aprecio por la amistad y el honor, la mostraron terrenal ante mí y, por ello, la afianzaron como diva. Este diccionario lo hice también como un tributo a ella y para dejar registro egoísta de que esto no fue un sueño: una noche, Bellamira salió de la pantalla y salvó al mundo junto conmigo.

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