Cuando el Presidente toma una decisión difícilmente la cambia llueve, truene o relampaguee. Se podrá argumentar que es firme de convicciones, pero también se puede presumir que para algunos temas se cierra y escucha poco o nada.
Habrá que reconocer que a menudo esta actitud, que tiene algo de empecinamiento, le ha dado resultado. Sin embargo, también es muy cierto que quizá todo esto lo ha llevado a perder de vista las muchas posibilidades y alternativas que ofrece atender diferentes visiones.
No se trata de que desde fuera alguien le diga lo que debe hacer, pero sí es claro que desde fuera también se tienen elementos que permitan tomar las mejores alternativas ante situaciones que, por más que puedan ser muy claras, bien merecen escuchar voces y opiniones del entorno y de otros.
No se aprecia que el Presidente se haya dado por aludido ante la gran cantidad de opiniones que le pedían postergar, que no cancelar, su viaje a EU. Si bien se presentaron puntos de vista que pueden tener que ver con posiciones políticas o de rechazo por el rechazo mismo, también participaron y participan especialistas conocedores de lo que se vive en este momento al interior de la Unión Americana, entre los cuales se da cuenta de las desventajas de la visita.
Buena parte de las opiniones tienen más el sentido de la voz de alerta que una crítica opositora o algo parecido. La carta que Bernardo Sepúlveda le envió al canciller Marcelo Ebrard es ejemplo de ello. El diplomático mexicano intentaba mostrar los diferentes escenarios que va a enfrentar el Presidente, entre otros por el historial del empresario en funciones de mandatario.
El excanciller alertó con talante diplomático y estratégico sobre el sentido que puede adquirir la visita, a querer o no, en medio de las agitadas aguas en que ya se encuentra el proceso electoral de noviembre. La sola presencia del tabasqueño se convierte en un factor más de la elección, la cual tiene en las encuestas a Donald Trump en la adversidad.
En este tipo de escenarios se termina por jugar, aunque no se quiera jugar. Son situaciones que rebasan a los actores que en ellas participan. La visita en sí misma se convierte en referente y en la muy alta probabilidad de que sea usada por parte del inquilino de la Casa Blanca.
Si el motivo de la visita tiene que ver con agradecimientos y con la puesta en marcha del T-MEC bien se pudo pensar para otro momento, no es casual que el primer ministro de Canadá haya hecho mutis a los intentos del Gobierno mexicano de que asistiera a la reunión.
Como fuere, el Presidente no cambió su decisión y estará en Washington el 8 y 9 de julio. Será su primera salida formal al extranjero, lo cual sorprende, porque los supuestos por el historial de López Obrador lo colocaban con visitas a otros países, en particular los de América Latina.
Otra razón tiene que ver con que a lo largo de muchos años el Presidente ha sido un crítico sistemático de su homólogo estadounidense.
Bajo la política de hechos consumados lo importante ahora es que el Presidente pueda sacar la mayor de las ventajas a la visita, saliendo con la mejor cara y el mayor decoro.
López Obrador, presumimos, debe tener claro el juego y el riesgo en que puede estar. Trump no es diplomático ni parece tener palabra. Lo que puede el mandatario mexicano enfrentar es un escenario que no pueda controlar, y más tratándose de que le toca jugar de visitante en un viaje que tiene como uno de sus grandes objetivos algo que llama “agradecimiento”.
López Obrador decidió correr un riesgo prescindible, habrá que reconocer que así se la ha pasado toda su vida, lo que no quiere decir en términos beisboleros que se la pase bateando arriba de 300.
RESQUICIOS.
El acto de aniversario por los dos años del triunfo de López Obrador terminó siendo un acto de gobierno. El festejo le competía hacerlo a la alianza que lo postuló, encabezada por Morena, en donde a la fecha se ve que les pasó de largo.
Este artículo fue publicado en La Razón el 3 de julio de 2020, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.