A lo largo de mis muchos años como psicóloga pensé, hasta hace unos cuantos días, que la empatía representaba un grado de madurez en los seres vivos que nos permitía ponernos emocionalmente en el lugar del otro y por lo tanto ser mejores personas sintientes.
Pero después de que AMLO hiciera el llamado (en una terrible mañanera) a “cuidar a los delincuentes” debo decir que mi esquema mental de plano se desajustó. Y por si esto fuera poco, al día siguiente de su asombrosa declaración, orgulloso reafirmó que decir eso no fue “un desliz” sino que firmemente cree en que hay que proteger la vida de los integrantes de las bandas (como él les dice a los carteles de la droga) y más aún que el no busca acabar con nadie.
Ahí les va textual lo que dijo el señor presidente:
“Cuidamos a los elementos de las fuerzas armadas, de la Defensa, de la Guardia Nacional, pero también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos, es una política distinta, completamente distinta”.
Y vaya que lo es. Mientras en nuestro país y durante este sexenio han sido brutalmente torturadas, violadas, atacadas, secuestradas y finalmente asesinadas más de 120 mil personas el jefe del ejecutivo nos hace un desnudo total y nos dice claramente que los ciudadanos no importamos, que el dolor de esas 120 mil familias que perdieron a un ser querido le vale un comino y que su empatía y solidaridad se reparten generosamente entre sus amados delincuentes. Esto se llama Estado fallido, aunque no lo aceptemos.
De acuerdo con las declaraciones de hace unos cuantos meses del ex embajador de USA en México, Christopher Landau, el 35% del país se encuentra en manos del crimen organizado y me atrevería a decir que ese porcentaje aumenta día a día ante la inacción del mal llamado jefe supremo de las fuerzas armadas. Ya no nos sorprende ver a la famosa Guardia Nacional tratando de escapar, lamentablemente corre y corre, para salvar el pellejo de los sicarios de algún cartel que van tras ellos. Los soldados tienen órdenes de no actuar en contra de los delincuentes y como en el caso del Chapito, no tocarlos ni con el pétalo de una rosa. ¿Qué está pasando?
Vivimos un delicado momento en muchos puntos de la república mexicana en donde el gobierno no es capaz de garantizar el acceso de la población a servicios básicos ni dar seguridad a la ciudadanía. Nuestro país, no mantiene el monopolio del uso de la fuerza y nos enteramos de que un día sí y otro también aparecen cadáveres colgados, descabezados, embolsados, desaparecidos, torturados o balaceados y cualquier otro horror que usted pueda imaginar. Nuestro Estado no es capaz de garantizar condiciones mínimas de seguridad y supervivencia ni a hombres ni a mujeres ni a niños Vivimos esperando que el destino no nos alcance y que por suerte no nos llegue una bala perdida o un tiroteo en cualquier rincón de México o incluso en un resort cuando estamos de vacaciones. Nadie está protegiéndonos y lo dijo claramente el habitante de Palacio Nacional. Estamos solos.
La identificación del primer mandatario con los delincuentes me preocupa. Un presidente está y así lo juró, para cumplir y hacer cumplir la ley, no para compadecerse de los asesinos, ni cuidarlos, ni acusarlos con sus abuelitos por los crímenes que cometen.
El único programa que le ha funcionado espléndidamente al presidente es el de Sembrando Muerte, a lo largo y ancho del país se reconoce su titánico esfuerzo.
Espero que en las elecciones de este año no vayamos ciegamente a darle todo nuestro cariño y solidaridad a los protectores del crimen organizado. ¡Por favor!