Me refiero enseguida a la supina ignorancia de ese ente plural y heterogéneo que en México llamamos gremio periodístico. Naturalmente, carezco de cifras demoscópicas para respaldar la anemia intelectual que campea en los profesionales de la comunicación, aunque como un consumidor de medios tengo el registro puntual de la baja calidad informativa que hay en los medios de comunicación del país, con excepciones muy notables por supuesto.
Desde luego, aludo a un fenómeno cultural –que me parece corresponde con lo que sucede en la población mayoritaria del país–. Buena parte de los periodistas son unos ignorantes y eso se constata en la cotidiana oferta informativa.
Ahí está, parafraseando a Carlos Monsiváis, el columnista verboso que observa cómo se aleja el lenguaje cada que intenta ejercerlo, que se enreda en las palabras y se tropieza con la sintaxis. Entre esos columnistas están quienes traducen con sus propias palabras (bueno, es un decir) el boletín oficial recibido a trasmano; y además estan quienes reflejan otro tipo de encomiendas a través de proclamas y manifiestos. La falta de creatividad intelectual y la falta de respeto a las palabras precisas, el no emplear el vocablo exacto para la idea que se quiere presentar, son unos de los signos cotidianos del bajo nivel del intercambio público en México.
Asiduamente, el periódico Reforma masacra nuestro idioma y no sólo anteponiento el verbo como norma editorial en todas las frases sino que incluso descompone los elementos de toda una oración. El diseño de la empresa es así, es decir, en denuesto del lenguaje, debido a lo cual tienen el mismo (nulo) rigor en el empleo de las palabras que, por ejemplo, para aceptar el derecho de réplica o seguir llamándole TRIFE al TEPJF.
Encaminados en el trajín editorial, constatamos la falta de cultura, imaginación y destreza en los títulos de textos del género que ustedes quieran. Como presumiendo un bagaje que no se tiene, los editores o el autor de la pieza acuden a nombres de cintas o libros famosos para titular algo así de brillante como “Y cuando despertamos…” o “Crónica de una renuncia…”, o cualesquier otro encabezado que a ustedes se les ocurra.
Siempre he pensado que sería magnifico tener fotografías como las que los medios propalan de los legisladores que están durmiendo y que, en conexión con su público, el medio lo que hace es demandar que estos trabajen mediante el recurso de suscitar emociones. Digo que sería magnífico tener instantáneas de las mesas de redacción donde los reporteros hemos dormido despatarrados en el piso o a horcajadas entre un escritorio y otro. Desde luego que ese afán heróico que campea entre los periodistas podría justificarse, incluso con eficacia, porque ellos, vale decir, nosotros, somos la expresión candente de una de las libertades más preciosas del ser humano junto con una larga retahila demagógica, mientras que, sin duda, los legisladores no tienen derecho ni a cabecear siquiera. Nosotros podemos dormir como un bebe encima del escritorio y así incluso constatar que los paladines tienen, tenemos, derecho a descansar. ¿O no?
También están los periodistas alivianados, excelentes promotores de sí mismos así como de las empresas que encabezan. No hace falta precisar nombres pero sí actitudes: su forma de escribir es ligera, no comunican ni más ni menos de lo que quieren decir, que habitualmente es nada porque lo que buscan es caer bien y para ello bracean, y lo hacen bien, en las aguas de las generalidades. Casi todos ellos son políticamente correctos y guardan silencio frente a la más minima insinuación de polémica porque saben que guardar silencio muchas veces es visto como sinónimo de prudencia y no de cálculo pragmático o ignorancia. Este día por ejemplo, pueden anotar que un día como hoy nació Carlos Fuentes, sin haberlo leído o sin conocer más de tres libros del escritor, pero en este país de máscaras hacen como que sí lo saben aunque estoy seguro de que muchos de ellos ignoran que Ambrose Bierce tuvo mucho que ver en la hechura de “Gringo viejo”, es más, sospecho que no saben quién es el escritor estadounidense quien, por cierto, también fue periodista. No conocen que Bierce es autor, sin duda, de uno de los cuentos más hermosos del siglo pasado en nuestro continente (porque a diferencia de Europa, América es prolija en ese género literario). También un día como hoy nació Fiódor Dostoyevski y creo que la mayoría de mis colegas no han leído más de uno o dos libros, si es que lo han hecho, y no tienen la más remota idea del porqué E.M. Ciorán lo considera el mejor escritor de todos los tiempos, por encima de Shakespeare.
Dentro de la palmaria ausencia de conocimientos, muchos periodistas hacen escarnio de ese candidato que no supo decir cuáles eran sus tres libros preferidos, y con ese escarnio lucran mediante la competición sobre quién hace el mejor chiste contra el defenestrado personaje, aunque esos mismos periodistas sean incapaces de mencionar siquiera tres libros y sostener con toda seriedad una plática al respecto. Lo suyo es la grilla intensa en cualesquiera de sus causas, incluso, entre esos profesionales de la comunicación hay quien ha sostenido que no lee ni escucha música ni mira cine porque no tiene tiempo, debido a que lo suyo es informar, aunque en realidad lo suyo sea, en efecto, hacer política, en desdoro de parámetros éticos y profesionales del periodismo.
Todo esto es una vergüenza.