Desde la llegada al poder de López Obrador, hablar de socialismo se ha vuelto una práctica común. No obstante, es necesario hacer una distinción con el socialismo europeo. Lo hago porque la gran mayoría de políticos izquierdistas en América Latina quieren replicar los logros y el bienestar alcanzados en el viejo continente en países que han tenido gobiernos socialistas. En mi opinión, están completamente equivocados en esta analogía, especialmente cuando se refieren a países como Francia, Suecia, los Laboristas en Inglaterra o los Social Demócratas en Alemania.
Ninguno de estos gobiernos europeos se atrevió a cuestionar siquiera la economía de mercado. Las empresas continuaron prosperando y contribuyendo al crecimiento de sus países. Además, estos gobiernos no intentaron socavar las instituciones democráticas ni obstaculizar el libre ejercicio del voto popular. De hecho, han entregado el poder en varias ocasiones de manera pacífica y democrática.
Es importante resaltar estas diferencias porque existe una clara discrepancia entre los objetivos y métodos de los gobiernos socialistas europeos y aquellos que se autodenominan socialistas en América Latina. No se puede hacer una comparación directa, ya que los enfoques y las políticas son distintos en cada contexto.
Los socialistas en nuestra región se alejan significativamente de ese modelo. No creen en las libertades políticas ni económicas, lo que crea un ambiente propicio para la destrucción de la riqueza en una escala dramática y sin precedentes en los últimos cien años. Los ejemplos más extremos son Cuba y Venezuela, países donde el clan de los Castro en Cuba y el dúo Chávez- Maduro en Venezuela podrían escribir en su epitafio “tomamos el control del país más rico de América Latina y en tiempo récord, lo sumimos en la miseria”. Para ser precisos, Cuba no era el país más rico al final del régimen de Batista en 1959, ya que era superado en ingreso per cápita por Venezuela, Argentina, Chile y Uruguay, pero aun así estaba entre los países destacados. No obstante, el declive fue inigualable ya que, en 2001 después de Haití y Nicaragua, era el país más pobre de toda la región. Desde entonces, no ha habido mejoras significativas, excepto por las valientes protestas de 2021 desencadenadas contra la dictadura, debido a la crisis sanitaria por la pandemia de COVID-19, la escasez y el racionamiento de alimentos y medicamentos, y las restricciones a la libertad de expresión y de reunión. Sin embargo, lo que le llevó a Cuba 42 años, Hugo Chávez y su sucesor Nicolás Maduro lo lograron en veinte años menos. En 1998, cuando Chávez ganó las elecciones en Venezuela, el país era el más rico de América Latina, con un Producto Interno Bruto per cápita ajustado por poder adquisitivo de $12,153 dólares, según datos del Banco Mundial. Para finales de 2020, esa cifra se había desplomado a $5,178 dólares, situándose en el nivel más bajo, solo superado por Haití. Es decir, en menos de un cuarto de siglo, Venezuela pasó del primer lugar al penúltimo, a pesar de haber experimentado una de las mayores bonanzas petroleras de su historia.
Esto resalta cómo la economía venezolana se deterioró rápidamente, a pesar de contar con abundantes recursos petroleros. Es un ejemplo impactante de cómo una mala gestión y políticas económicas desfavorables pueden llevar a un país desde una posición de riqueza relativa hasta la pobreza extrema. Estos casos evidencian las consecuencias devastadoras de las políticas socialistas en términos de declive económico y deterioro social. Sirven como recordatorio de la importancia de tomar decisiones políticas y económicas responsables, que fomenten el crecimiento, la estabilidad y el bienestar de la población.
Estos dos países llegaron a esta lamentable situación a través de una combinación de autoritarismo y supresión de la iniciativa privada, junto con expropiaciones y una notable incompetencia. Dichos factores jugaron un papel crucial en su deterioro económico. Los defensores de lo indefendible intentarán atribuir este fracaso a las sanciones impuestas por Estados Unidos. Sin embargo, en el caso de Venezuela estas sanciones solo se intensificaron en los últimos años, cuando el país ya estaba en una espiral descendente. Cualquier economista serio afirmaría que las sanciones no contribuyen ni siquiera en una fracción del desastroso resultado provocado por su receta económica mortal.
Es importante reconocer que la combinación de autoritarismo, supresión de la iniciativa privada y políticas económicas equivocadas han sido los principales impulsores del declive en estos países. Las sanciones pueden tener un impacto, pero no pueden explicar por sí solas la magnitud del desastre económico y social experimentado. El análisis objetivo muestra que las políticas internas y las decisiones gubernamentales son las responsables fundamentales de los resultados desastrosos. El hecho innegable es que existen suficientes razones para temer a cualquier político latinoamericano que abiertamente simpatice con el socialismo.
En México, la 4T podría sumergirnos en los niveles de pobreza y represión que asolan a Caracas o a Cuba. Esto no es simplemente una cuestión ideológica, sino un hecho respaldado por las crudas y reales cifras de una tragedia que ha golpeado a varias naciones del continente.
A lo largo de cinco años hemos comido del amargo plato del Socialismo del Siglo XXI que ahora debemos rechazar. Muchos comprendemos las consecuencias negativas y los efectos perjudiciales de políticas que atentan contra la libertad económica, de expresión, la estabilidad y el bienestar de la sociedad. Debemos aprender de esta dolorosa experiencia y ser cautelosos ante cualquier propuesta que ponga en riesgo nuestra prosperidad y nuestras libertades fundamentales.
La exjefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, no sólo lidera las encuestas presidenciales rumbo al 2024, sino que además, es la favorita del presidente. Ella es francamente radical; por lo tanto, sus movimientos carecen de disciplina y límites. En su equipo, están aquellos que abiertamente proponen la expropiación. Sheinbaum y los suyos son adversarios de la libertad económica, el comercio abierto, la convivencia plural y la amistad con Estados Unidos. Ahora se contiene, pero de llegar a Palacio, no tendrá límites. En sus recorridos de campaña ilegal y adelantada, Sheinbaum ha mantenido encuentros con empresarios a quienes les ofrece garantías y beneficios. Existe evidencia de que ha establecido acuerdos y compromisos con algunos de ellos, se los ha echado a la bolsa, pues. Y se repite la historia…
Un evento histórico que se ajusta a esa descripción es la Revolución Rusa de 1917. Durante este período, el pueblo ruso celebró con júbilo la caída del gobierno autocrático del zar Nicolás II y el establecimiento de un sistema socialista liderado por los bolcheviques. Sin embargo, las esperanzas de libertad y progreso se vieron frustradas por la consolidación del poder por parte de Vladimir Lenin y la posterior creación de la Unión Soviética. Siempre se puede estar peor, ¿o no?