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Los psicólogos estamos formados para diagnosticar y tratar, entre otras cosas, los llamados trastornos de la personalidad. A mí, en lo personal, si hay alguna alteración que me sobrecoge y atrae es, sin duda, la personalidad antisocial. Algo sucede en este tipo de individuos que están tan enamorados de sí mismos que no logran ver a los demás, lo que me genera una especie de atracción al vacío. Estas personas me resultan espeluznantemente adictivas. Me sucede lo que en las películas de terror: ¡qué miedo!… pero ahí estoy viéndolas, mientras me como no sólo las palomitas, sino más bien las uñas.

Desde luego, todos los humanos tenemos una dosis más o menos grande de egolatría, narcisismo y violencia, pero en los antisociales estos rasgos se han ido al extremo.

La falta de empatía y su compañera inseparable, la violencia, se expresan en ellos de muy diversas y aterradoras maneras: la violación, el asesinato, el secuestro, la tortura, el acoso y la indiferencia son formas más o menos graves de ellas. Cada una de estas conductas muestran la incapacidad de entender al otro; peor aún, de sentir con el otro, y tienen un rasgo común: la falta de capacidad para identificarse con las víctimas y la indiferencia por el sufrimiento ajeno.

Lo más desconcertante es que las personas con rasgos sociopáticos pueden parecer a primera vista encantadoras, subyugantes, aunque en el fondo son muy agresivos, en ocasiones letales y tienden a la irritabilidad. Se han publicado innumerables estudios e investigaciones al respecto, y son especialmente interesantes aquellos que han permitido conocer más de cerca el esquema mental de los megalómanos y dictadores, que en la mayoría de los casos caen claramente dentro este perfil.

Este mundo, tan persistentemente loco (como muchos de sus habitantes), se ha empeñado en diversos momentos y épocas en llevar al poder a sujetos que presentan muchas de esas características. Hoy, desafortunadamente, tenemos en el poder a más de una docena de ellos. Y por ahí desfilan los populistas encumbrados, como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán, Rodrigo Duterte, Recep Tayyip Erdogan, Daniel Ortega, Evo Morales y, desde luego, aquí, con nosotros, Andrés Manuel López Obrador.

Veamos nuestro caso, aunque podemos generalizar sin temor: sólo lo que él piensa es lo correcto y nadie puede tener una visión del mundo mejor o superior a la de él. El presidente mexicano es una persona que se considera perfecta, irrefutable y que no requiere de otros puntos de vista para conformar su opinión. Debo decir que el narcisismo maligno se correlaciona ampliamente con otro rasgo fundamental: el autoritarismo. Si la opinión de esta persona es inmejorable, se deben obedecer sus órdenes y cumplir sus indicaciones sin chistar y sin modificación alguna. ¿Para qué escuchar a otras personas? Él es inmejorable y todo lo que dice correcto. Nada de cambios, ajustes o golpes de timón. No hay reflexión o conocimiento que le pueda hacer cambiar el rumbo. ¡Dios no se puede equivocar!

Cuartoscuro

En el fondo, el narcisista es una persona muy insegura y vulnerable que no tolera las críticas ni que se vaya en su contra; eso le resulta inaceptable y peligroso para su estabilidad. Para los antisociales es muy difícil debatir porque requiere escuchar y conceder valor a los razonamientos de los otros y, por supuesto, sus niveles de empatía son muy bajos (yo diría que prácticamente inexistentes). ¿Cómo estar en los zapatos del otro si se trata de seres inferiores a su persona? Mejor borrarlos.

Todos los que no piensan como él son “conservadores” (cualquier cosa que eso quiera decir) y están en su contra porque no aceptan su superioridad, lista que comienza por periodistas, académicos y científicos que se oponen a la llegada de la bondad, honestidad y esperanza que él encarna más allá de la estorbosa realidad.

Ya para qué les digo de su misoginia: resulta evidente su falta de aprecio por las mujeres. Se comporta como un “macho” que tiende a subvaluar o a tener sentimientos derogatorios contra nosotras. Él sí es muy conservador, e intenta presentar una fachada de ideas progresistas, aunque en el fondo piensa que las mujeres deben estar subordinadas al hombre y, por supuesto, no deben decidir sobre su cuerpo. ¿Cómo se atreve a decir que es de izquierda? Recordemos que durante su administración como jefe de Gobierno del Distrito Federal recurrió a tácticas dilatorias para impedir que se legislara sobre el aborto y el matrimonio gay. Estos temas los rehúye consuetudinariamente y pospone dar un punto de vista definido sobre ellos.

En fin, el tema de las patológicas peculiaridades de nuestro jefe de Estado resultaría fascinante (al menos para mí como psicóloga) si no estuvieran en juego la libertad, la democracia y la vida de muchos mexicanos. Qué triste.

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