En una reunión, alguien dijo “no me gustó la de Thor, está aburridísima, me quedé dormido dos veces”. Creo que vimos dos películas distintas. Thor: Love and Thunder es quizá la película más redonda de Marvel y una evidencia más que Taika Waititi es un genio del cine.
Hace rato que no escribo en etcétera sobre cine, dejé en borrador un texto sobre el Batman de Matt Reeves y de cómics he presentado algunas cosas en los últimos meses, pero el filme de Waititi es un buen motivo para platicar sobre las guerras culturales y una pieza del séptimo arte que hace honor a su apelativo. En una apretada síntesis, Thor: Love and Thunder demuestra que una misma obra puede apelar a múltiples niveles emocionales e intelectuales, en una perfección que recuerda los huevos de pascua de Carl Fabergé, donde caben la teología, la filosofía, la inclusión, el feminismo, el valor de la niñez y hasta las formas actuales del capitalismo.
A partir de este momento comienzan los spoilers. Si usted no ha visto la película, recomiendo que la vea primero y luego regrese, sobra decir que la recomiendo.
La historia comienza con Gorr, un hombre en medio del desierto, que pierde a su hija, una niñita, por causa de la falta de agua. El personaje, piadoso, ruega al dios Rapu que salve a su hija y, cuando ella muere, acepta con resignación esa tragedia. En posición fetal, esperando la muerte, el sujeto escucha algo, se levanta y ve un oasis, al que llega corriendo, bebe agua y come una fruta que estaba en el pasto. En ese momento, el hombre se encuentra con la deidad que adoraba, quien le reclama que coma su fruta, lo humilla, golpea e informa que sus ruegos de vida eterna para su hija carecen de sentido, porque no hay otra vida para los mortales. Rapu lo comienza a estrangular, cuando una espada en el suelo llama al maltratado individuo, le brinda la oportunidad de vengarse, él acepta la oferta y los papeles se invierten: la espada se hunde en el cuerpo del dios, quien pretende desalentar al mortal, advirtiéndole que la espada infecta a quien lo toca. El individuo, decepcionado de la deidad que lo agredió y denigró, consiente su simbiosis con la espada y declara su misión: matar a los dioses. Decapita a su maltratador y acaba la escena.
No es mi intención describir toda la película, pero la introducción deja claro que existe una fuerza superior a las deidades, capaz de destruirlas y un hombre con un motivo para exterminarlas. Los planteamientos de Nietzsche dejan de ser simbólicos: no se trata de que el hombre renuncie a dios para ser superior a él, sin los grilletes de la moral impuesta, sino de seres que efectivamente pueden destruir a unos seres que se sienten superiores, pero que no son inmortales, ni absolutos. Thor se entera de la masacre de dioses, encuentra a Sif herida, sin un brazo, que le da cuenta de la existencia de Gorr, el ser que vimos en la introducción. Cuando el matadioses ataca Nueva Asgard, Thor se percata de que su antigua novia, Jane Foster, es la nueva detentadora del Mjolnir, el martillo de metal uru que Hela destruyó en Thor: Ragnarok. Como todo aquel que sea digno para levantar el Mjolnir tendrá el poder de Thor, Jane ahora es el avatar femenino del dios del trueno, The Mighty Thor. Gorr secuestra a los niños de Nueva Asgard, lo que lleva a Valkyrie, Korg, Thor Odinson y Jane Mighty Thor a la búsqueda de una alianza con otros dioses, que solo confirma la frivolidad y egoísmo de los supuestos seres superiores, con una actuación de Russell Crowe como Zeus que al mismo tiempo es hilarante y cínica. El arco final, que concilia a Gorr, Jane y Thor, refrenda a Christian Bale como el fenomenal camaleón de nuestros tiempos.
La película es inclusiva de una forma inteligente, tanto que a varios les pasa de noche este hecho, porque no es una película chocante de propaganda. La relación de Jane y Thor, la manera en que Jane pone paz para todos al final de la película, el liderazgo de Valkyrie y el rol de los niños de Nuevo Asgard son evidencias de lo genial que es el discurso de género cuando es formulado por un cineasta inteligente. El guión es de Taika Waititi y Jennifer Kaytin Robinson: una pieza a la que no le falta ni sobra nada.
Los dioses de Marvel no son seres supremos, ni inmortales, solo cuentan con mayores dones y destrezas que los humanos normales. Quizá el Dios de los dioses es Eternity, con lo que hay un guiño a nuestra realidad, donde abundan los abusos de poder por parte de sujetos que se sienten supremos y no son otra cosa que dioses menores, mortales y vulnerables a fuerzas superiores.
El ser pequeño que se vuelve matadioses tiene reflejo en el revolucionario francés, en Cromwell y en otros rebeldes. Al igual que Gorr, todos ellos se convirtieron en algo peor que sus victimarios: así surgió Robespierre y el terror, la dictadura de Cromwell o el régimen asesino soviético. Pesada es la cabeza que porta la corona y pesa aún más la mano del que blande la espada o el hacha: la gran mayoría no sabe cargarla.
Les recomiendo Thor: Love and Thunder. Les aseguro que se van a divertir.