- Nos patea e insulta porque es bipolar
- 28 años por la democracia y nos hemos decepcionado
Mirando los días nublados por la ventana del confinamiento, aburrida de la computadora, una mañana rescaté entre mis libros antiguos Tiempo Nublado, de Octavio Paz, una edición de 1980. Su libro, ni poesía ni novela, es una colección de artículos profundos que, leyéndolo, nos lleva de la mano por ese otro laberinto que es la pelea humana por búsqueda de la sabiduría, el entendimiento y la modernidad.
Tiempos Nublados que en sentido figurativo son tiempos opacos, sin claridad, Paz va tejiendo su gran crítica a los regímenes autoritarios y dictatoriales. Su poca confianza en las masas y los partidos nos conduce, con hechos, lentamente a cuestionar cómo acciones por el avance político y humanitario se hacen añicos, y por ello, con todo y las nuevas miradas de las sabias opiniones o estudios, éstas son ignoradas por el poder. Fui pasando de la decepción a la depresión. “Fin o comienzo”, titula su última reflexión.
El mundo era otro en 1980. No había caído el Muro de Berlín y –lentamente– se recuperaron los regímenes democráticos en América Latina. Todavía pintaban apenas los estudios sobre el medio ambiente y, sin embargo, estaba potente e intenso el movimiento feminista del cual no se ocupa Paz.
Sin duda, se ensayaban proyectos de democracia moderna. Pero ¿cómo no vio la revuelta feminista? Tan parecida a la ola verde y la diamantina juvenil que hoy está aquí. Una revuelta que marcaría las próximas décadas y se opondría de manera contundente y continuada al autoritarismo patriarcal, el de las dictaduras. Como fuera, Paz nos hace pensar en la necesaria ciudadanía. Avanza previniendo la defensa de la tierra y la amada libertad en todos los órdenes. Nadie podía saber que ocho años después, emprenderíamos en el México de 1988 la gran marcha para el fortalecimiento de la ciudadanía, la libertad de votar y las autonomías institucionales en contrapeso al partido de Estado.
Pensé en esto, leyendo sobre la resistencia polaca, las rebeliones de los noventa contra la Stasi en la Alemania Democrática, en la lenta caída de las dictaduras militares apuntaladas por el gran patriarca: los Estados Unidos.
Estos años hemos atestiguado muchos cambios, pero entre ellos los de la apuesta ciudadana en las decenas de iniciativas para conservar el ambiente, perfeccionar la participación social y política de las mujeres, para reconocer y abrazar las causas de la homosexualidad al movimiento LGTB, el nacimiento de las teorías de género feminista y hasta la exigencia fortalecida de los pueblos originarios. Y –por supuesto– la aparición en nuestras palabras y preocupaciones del verdadero sentido de la violencia contra las mujeres: el feminicidio.
Cada asunto se fue inscribiendo en la zaga por arrinconar al partido de Estado. Fue su impulso, en todas direcciones, sumando la adhesión de miles y millones de mexicanos y mexicanas, como fuimos construyendo espacios, participación, conciencias claras y –sobre todo– esperanza en el cambio, frase que hoy me resulta molesta y de pronto hasta vacía.
Nada fue sencillo. La enorme cantidad de muertes que ha dejado el camino: encarcelamientos y desapariciones forzadas. A la vera de ese camino, se introdujo la trata de personas por explotación sexual y trabajos forzados, la creciente influencia en la vida cotidiana del crimen por narcotráfico y todo lo que se le ha sumado.
Hemos vivido el renacimiento de la siempre altisonante Europa para los europeos y Estados Unidos para los “americanos”. Y el declive del partido de estado en México, sostenido para ser herencia de las y los constructores de la Revolución Mexicana, hoy casi muerta. Y vimos esta larga etapa del llamado neoliberalismo. Casi en sentido paralelo, crecían los grupos por la ciudadanía y los derechos civiles. Se aplastaba la lucha y la organización de las y los trabajadores.
Duro ponerse a pensar. Indignante por ello ésta corta y antidemocrática visión de nuestro actual régimen. Una amiga me decía hace un par de días, que éste fue posible por esa proeza ciudadana, acumulada y levantada que tuvo la contribución del alzamiento zapatista y la de las mujeres, muchas cristianas, movilizando a otras mujeres en todo el territorio nacional, por más de 30 años.
A cambio, el presidente de la República solamente tiene insultos para las organizaciones sociales y no gubernamentales. Es como un individuo bipolar que retrocede en el tiempo, que solamente –como en el feudalismo– ve dos clases de personas: los egoístas, corruptos y dueños de los bienes materiales y esos otros: humildes, sin ninguna clase de opciones. Por eso odia a la clase media y a los pensamientos laicos y progresistas. Es binario.
A las y los ciudadanos que le dieron los elementos empíricos y científicos para llegar al poder los patea y desautoriza. Contradictoriamente, no toca a los verdaderos poderes fácticos, como se esperaría. Odia el conocimiento y la investigación y consiente a los que llamamos ladinos, como los de la CNTE, y a sus semejantes en todos los campos. Yo creo que sí: es bipolar y tiene lo que las feministas llamamos ceguera de género. Las mujeres dejamos de ser ciudadanas en búsqueda de la libertad para engrosar, en su pensamiento, una masa indescifrable llamada pueblo. No entiendo este retroceso, no lo entiendo. Veremos.