Buena parte del discurso lopezobradorista descansa en supuestos como que se está luchando contra la corrupción o que se está corrigiendo todo lo malo que se hizo en el pasado. Sin embargo, los resultados no son tangibles. La corrupción no se ha terminado, tenemos varias crisis que afectan al país, pero el presidente tiene otras prioridades que no tienen que ver con las soluciones que necesita México y en eso ocupa el tiempo.
Otras prioridades
Se reúnen al amanecer para revisar las cifras de delitos cometidos en el país y otros temas referentes a la inseguridad, como se ha presumido hasta el cansancio, no obstante, las cifras de homicidios dolosos o feminicidios no se reducen y se quiere hacer creer que la disminución en robo en la vía pública es un logro de gobierno, no un efecto de la pandemia.
Bueno, si para el presidente las remesas que mandan los mexicanos que emigraron a Estados Unidos es algo para presumir, vemos la necesidad de colgarse de cualquier cosa ante la ausencia de resultados.
Y es que el presidente ha dedicado demasiado de su tiempo a responderle a sus críticos –sean periodistas, mujeres o activistas–, llegando al extremo de presentar un análisis de cuantos columnistas escriben de manera crítica de su gobierno y lamentarse porque es el mandatario más atacado de la historia, pero no en presentar resultados que muestren que está transformando, para bien, al país.
La economía no crece, el desempleo aumenta, para mucha gente la inseguridad sigue siendo una preocupación, pero el presidente dedica su tiempo en hablar de su deporte favorito o en pedir que se disculpen el Vaticano y España por algo que sucedió hace más de 500 años y que no va a resolver los problemas que tenemos hoy en el país.
En cuanto a la corrupción, ha dedicado tiempo a decir que ya se acabó, que como él no da permiso para que roben, el “bandidaje oficial” ha terminado, pero dicho discurso se contradice con las denuncias que en Morena han hecho Alfonso Ramírez Cuéllar en contra de Yeidckol Polevnsky o de Porfirio Muñoz Ledo en contra de Mario Delgado.
Y eso que no hablamos de lo de su hermano Pío o las denuncias que se han presentado en Conade, por citar un par de botones de muestra.
También dedicó mucho tiempo a hablar de la corrupción que, según él, existía en el aeropuerto de Texcoco, sin que hasta el momento se haya detenido a alguien o se haya sancionado a alguna empresa, aunque varias de las que participaron se les invitó a estar en el proyecto de Santa Lucía.
Las muertes por Covid-19 son desestimadas, pero eso sí, se ocupa mucho tiempo en decir que la pandemia ya se domó, que está controlada o que no nos fue tan mal como en otros países, y todo con más de 85 mil muertes sumadas sólo este año.
Si se habla del desabasto de medicinas para niños con cáncer, se gastará más tiempo en acusar a los padres de los menores de estar manipulados o de servir a otros intereses, lo mismo que se hizo con las mujeres que protestaban por la violencia de género.
Lo de los fideicomisos, también ocupó mucho tiempo del discurso presidencial en las mañaneras, pero a pesar de que presume que el ejercicio diario de las mañaneras es uno de diálogo circular, no se atendieron las peticiones de investigadores y académicos, pues se cerró al llamar a quienes defendían estos instrumentos como corruptos, así de simple.
Y luego más tiempo en justificar la medida –u orden a sus legisladores– y señalar que se iban a hacer auditorias en un plazo que, por cierto, ya pasó y no hay resultados.
Ha dedicado mucho de su tiempo en hablar de los expresidentes –a excepción de Peña Nieto–, para acusarlos de todo lo malo que le ha pasado a nuestra nación, pero no ha presentado ninguna denuncia –o pruebas– de algún delito cometido, ni ordenado que se les investigue y se proceda conforme a la ley.
En el caso de García Luna, dedicó mucho tiempo en fustigar a Calderón y dijo que debía estar enterado de lo que hacía su subordinado, pero cuando arrestaron al general Cienfuegos, dijo que no creía que su amigo Peña Nieto tuviera conocimiento de lo que hacía su secretario de la Defensa y se lanzó a atacar a la DEA, la misma agencia que aportó evidencia en contra del ex secretario de Seguridad en el sexenio 2006-2012.
En resumen, tenemos a un presidente que habla demasiado, que ocupa la mayor parte de su tiempo en grabar videos para redes sociales, en conferencias en las que se dedica a defenderse –más como persona que como jefe de Estado– de sus críticos o en abordar, a su manera, los temas que le interesan, en giras para seguir con su costumbre de ser el candidato eterno o en ver como estará en la boleta electoral el año entrante.
Si de discursos comiéramos los mexicanos, el hambre se habría acabado desde 2019, pero la realidad es que el tiempo que ocupa López Obrador en sus temas es algo que se desperdicia en lugar de buscar alcanzar un objetivo que debería tener como presidente: solucionar los problemas que tenemos como país, porque a las palabras se las lleva el viento, pero la crisis económica, sanitaria, de inseguridad, de empleo o política permanecen.