La tribuna construye y le da vida al espectáculo. Sin los aficionados todo adquiere otra dimensión. Un estadio vacío es un espacio sin respiración y sin alma.
La pandemia cambió nuestras vidas y al deporte le quitó la algarabía. Por más intentos porque los estadios recuperen su esencia, las cosas no son del todo diferentes, prevalece el temor, la incertidumbre y el riesgo, como se vio en la Eurocopa de Naciones.
El Covid nos mantiene en vilo por más que la voluntad y el deseo de los aficionados sea regresar a los estadios, los cuales son una extensión de su vida.
Los dueños del deporte han tratado de reinventarse. Los mueve el valor que le conceden, pero también y, sobre todo, no querer perder uno de los grandes negocios del mundo, es el dinero que va y viene y es la vida y el ocio.
El deporte y lo que lo rodea es merecedor de infinidad de críticas. El aficionado lo sabe, pero, al mismo tiempo, vive una pasión difícil de explicar. La entrega por su equipo rebasa nuestros entendimientos, al igual que cuando alguno de los atletas del país salta a la pista, a la alberca o a cualquier espacio en donde se representa y nos representa.
El estadio es un rito generacional que se organiza a lo largo de semanas. Comprar el boleto, buscar el mejor lugar, estar entre quienes se convierten en parte de nosotros —aunque sea sólo durante un espacio de tiempo—, imaginar, pensar y sufrir con lo que se va a ver, platicarlo y compartirlo es una forma de existir, socializar y tener un código; es vida en la vida de millones de personas.
El deporte es también el que practicamos cuando jugamos a ser émulos de quienes vemos y admiramos. El deporte también pasa por nuestra participación desbocada en los partidos que jugamos en las muchas ligas de futbol, beisbol, basquetbol y más y por las carreras y ejercicios en calles, parques, clubes o donde se pueda.
Todo ello suma porque, además, el deporte nos da un sentido de pertenencia e identidad. No importa si es por la afición por un equipo, por el seguimiento a deportistas que compiten contra otros y, sobre todo, contra ellos mismos o por lo que nosotros hacemos.
Los equipos y quienes representan a los barrios y a las naciones y a las y los atletas son quienes provocan el alarido, la emoción y el sentimiento con una multitud que los acoge, los provoca y los impulsa. Es el estadio la puesta en escena de todo ello y es el estadio con el aficionado lo que da sentido y vida a millones y millones de personas en todo el mundo.
En tiempos de pandemia, los estadios vacíos han servido para conocer la respiración y las reacciones a los muy cuidadosos deportistas, quienes son cada vez más conscientes de que las cámaras son testigos de sus momentos más íntimos.
Sin embargo, es evidente que no se ha logrado recrear el espectáculo, porque éste tiene como su componente fundamental y su razón de ser la tribuna.
La televisión en medio de la pandemia ha tratado de reinventar los deportes. Si bien escuchamos como nunca antes a los deportistas, también es cierto que sus acciones, expresiones y gritos terminan en medio del vacío. Ellas y ellos compiten y juegan para vencer, participar y enfrentarse con ellas y ellos mismos y saben que todo adquiere otra dimensión con los estadios respirando, gritando, alentando y fustigando.
Las y los deportistas saben que un estadio vacío los deja solos, a pesar de que tenga a doña tele como testigo.
Rondarán dosis de nostalgia y tristeza, el mundo tendrá su respiro de cada cuatro años.
El reto también lo tendrán los medios y sus 9 mil horas de transmisión. Tokio, por su parte, hará lo que está a su alcance, no hay para más.
RESQUICIOS
Nada es casual. Nueva filtración de un video de otro hermano del Presidente recibiendo dinero, acusación contra alto funcionario de Peña Nieto, detención de Cárdenas Palomino, salida del director de noticias de Televisa, y mientras la violencia en Michoacán, Chiapas y Guerrero, en éstas andamos.
Este artículo fue publicado en La Razón el 12 de julio de 2021. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.