Delfina Gómez tomó protesta como titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP) en un momento de crisis. Tras nueve meses de suspensión de clases presenciales, la presión por volver a las aulas incrementaba. De forma inédita, estudiantes abandonaban sus estudios, incluso en nivel primaria, donde hace décadas no sucedía. Esta grave situación reclamaba acciones urgentes y vigorosas para levantar un sistema educativo que se hallaba paralizado; se necesitaba apoyar a los maestros que se esforzaban desesperadamente por comunicarse con sus alumnos; urgía dotar a los docentes con equipo digital que facilitara la educación a distancia; era imperioso diseñar nuevas estrategias para reinventar la relación del maestro con sus alumnos; se necesitaban evaluaciones de la situación que dieran fundamento sólido a la acción de las autoridades. Nada de lo anterior sucedió.
En este contexto, Gómez emitió un mensaje desalentador para los docentes y para el sistema educativo en general. En la XXII Reunión Extraordinaria del Consejo Nacional de Autoridades Educativas (Conaedu) en enero de 2021, declaró: “No vengo a cambiar nada, porque finalmente ustedes [las autoridades educativas] tienen ya una situación muy sustentada”. Esta postura resultó desconcertante para muchos ya que, en lugar de reconocer los desafíos pendientes, ofrecer salidas y mostrar un liderazgo claro y comprometido, la secretaria se conformaba con avalar un supuesto statu quo que era, en realidad, un alarmante desastre.
Por largo tiempo, Delfina tuvo un desempeño silencioso, casi invisible. Nada ni nadie la molestaba. Y esa invisibilidad no era la de una funcionaria que actúa con discreción o modestia mientras está concentrada en el desempeño de importantes tareas. No, ese silencio era el fiel reflejo de su inacción, su abstención en un contexto complicado, de desastre, como el que enfrentaba. La política de Delfina fue cuidar su imagen ante el presidente y abstenerse de emprender cualquier política orientada a la atención de los antiguos problemas del sistema educativo y a los estropicios que había dejado tras de sí la calamidad sanitaria de la Covid-19. Nada se hizo para levantar el ánimo del magisterio ni para cohesionar las relaciones educativas que habían quedado seriamente lesionadas.
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Este desolador contexto se amplifica con la desaparición del programa de Escuelas de Tiempo Completo, decisión justificada por una acusación de corrupción que nunca se comprobó. Por otro lado, la evidencia muestra que esta política impactaba positivamente a la nutrición y desempeño escolar de estudiantes, así como a la participación laboral de madres y abuelas. La secretaria Gómez ejecutó esta desaparición en el momento en el que más se necesitaban ampliar las jornadas escolares, mantener las actividades extracurriculares e implementar sesiones de educación remedial. Eventualmente, el presidente recapacitó y solicitó que algunas escuelas pudieran tener elementos de escuelas de tiempo completo. Para implementarlo, la SEP decidió integrarlos en un programa de infraestructura escolar llamado La Escuela Es Nuestra. La Auditoría Superior de la Federación no pudo acreditar la aplicación de 1 de cada 2 pesos gastados en este programa.
Un hecho la inhibió aún más en su actuar: la llegada a la Dirección de Materiales de la SEP de Marx Arriaga, un filólogo convertido en educador por decreto presidencial. Este individuo se convirtió muy pronto en un fuerte y mediático liderazgo de la SEP, sin que Delfina se atreviera a decir nada para no tener ningún roce con el poder presidencial. En enero de 2022 se hizo público un proyecto que generó alarma entre investigadores de la educación: el nuevo marco curricular. El proyecto se fundamentó en las llamadas epistemologías del sur, las cuales cuestionan a la modernidad y a la ciencia debido a que se gestan desde un paradigma que consideran “dominante”. Por lo tanto, ven necesario impulsar el conocimiento de los saberes construidos localmente. Esta iniciativa representa el mayor esfuerzo ideológico educativo por parte de la administración obradorista.
En realidad, no existe ningún diagnóstico serio que sugiera que el problema educativo en México reside en su proyecto curricular. En cambio, los grandes retos históricos quedaron sin atenderse. La educación preescolar sigue cubriendo únicamente a dos de cada tres niños; en media superior, uno de cada tres estudiantes que ingresan, no concluye este nivel. La ausencia de evaluaciones de aprendizaje nacionales ha dejado a la SEP a ciegas. Sin embargo, han existido esfuerzos independientes, como el llevado a cabo por Luis Medina, Arcelia Martínez y otros investigadores del Departamento de Educación de la Ibero. Gracias a este ejercicio sabemos que aumentó el porcentaje de estudiantes sin los aprendizajes mínimos indispensables para su grado, que perdimos a los pocos estudiantes sobresalientes que teníamos y que se amplificaron las brechas de desigualdad.
Este fue el principal vacío de Delfina Gómez como secretaria de Educación: la ausencia de esfuerzos para mitigar los daños provocados por la pandemia. En la mayoría de los países del mundo se realizaron diagnósticos para focalizar apoyos, se implementaron programas de educación remedial (jornada ampliada, cursos de verano, talleres en fin de semana, entre otros) y se capacitó a docentes en la promoción del desarrollo socioemocional de sus estudiantes. Este no fue el caso mexicano; aquí continuamos haciendo política educativa improvisada y a ciegas.
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Desde la SEP jamás se le dio la importancia a la crisis que enfrentamos como país. Era un momento que requería un liderazgo competente y sensible para el cual Delfina Gómez no estuvo a la altura. La llegada de una docente al frente de la SEP (por primera vez en 27 años) representó una oportunidad para abordar los grandes desafíos educativos desde una perspectiva más cercana a la realidad de las aulas. Sin embargo, esta docente —que se dedicó por décadas a la política electoral y ahora era funcionaria— mostró poco conocimiento del sistema educativo y falta de visión para enfrentar los efectos nocivos de la pandemia. La ausencia de atención a los grandes retos históricos de la educación deja claro que esa oportunidad se perdió. Para ser justos, cumplió su palabra: “Yo no vengo a cambiar nada”. Y así fue.