Este 21 de septiembre fue un día interesante e importante en el Senado de la república. Vimos varias cosas: algo bueno, unos medios políticos cuestionables y no tan eficaces como se esperaba, un fin igualmente cuestionable y de plano equivocado; pueden verse también algo muy problemático, algo insuficiente y a cierto actor pataleando entre la espada y la pared. He aquí la complejidad del presente y el futuro.
Primero, los obradoristas mantuvieron al ejército en las calles, después formalizaron que estuviera en ellas –como si el problema de fondo fuera que Calderón lo haya hecho sin definición legal y no que el ejército haga lo que no debe hacer-, luego militarizaron informalmente a la Guardia Nacional, siguieron hasta formalizar la militarización de la Guardia, e intentaron extender el tiempo de la estancia militar callejera. Este intento, iniciado por el presidente a través de “Alito” y sus diputados priistas, es el que fracasó el 21 de septiembre. Sería erróneo decir que no se logró nada, pero también lo sería creer en una victoria definitiva y global. Todo sigue dentro de la nube de claroscuros que tiende a la oscuridad. Claros: el presidente y Morena no tienen todo el poder, la oposición en el Congreso tiene “veto constitucional” (relativo a reformas constitucionales), algunas propuestas presidenciales se han bloqueado, etc. Oscuros: el presidente y su partido de malas propuestas quieren todo, no dejan de intentar lo que no han logrado, pueden hacer reformas que no requieren cambio constitucional, la oposición a nivel federal está sirviendo para bloquear algo pero no para crear una alternativa de programa frente al 2024, el deterioro institucional sigue y la militarización está en marcha. Lo que ocurrió antier en la cámara de senadores no es el freno a la militarización, como han pregonado algunos, es un freno momentáneo a la extensión temporal de la militarización. Ésta no ha sido cancelada, ni revertida ni ha quedado muy disminuida. Es grande, está viva, continúa, no sabemos aún legalmente por cuánto tiempo más. Claro: la oposición senatorial frenó un intento presidencial. Oscuro: el presidente todavía tiene tiempo para superar priistamente ese obstáculo.
Lo bueno, por el momento, es que se frenó un mayor empeoramiento y que la oposición podría resistir el próximo embate obradorista para romperla. También es bueno (aunque parece que algunos quisieran secretamente que no lo fuera) que el régimen democrático sobrevive –aunque sólo sobrevive-, lo que implica que el gobierno de AMLO no es “el régimen”. ¿Cómo puede ser el régimen nacional lo que nunca ha podido por sí mismo reformar la Constitución y menos crear una a modo? Por eso la viola cuando lo necesita. Antier no fue la primera que vez que se derrota al presidente López Obrador en el Congreso, y se le derrotó ahí, con números legales, no con resistencia callejera ni en una especie de elecciones inaugurales. La imprecisión al respecto no sólo es un error conceptual-analítico, también confunde a mucha gente sobre lo que está pasando, lo que puede inhibir la participación, y a otros los hace creer que ya no hay nada que hacer –si AMLO es el régimen, ya no hay democracia, que es un régimen, a la cual defender-; desde luego, también sirve para engrandecer artificial y masturbatoriamente la autonarrativa de algunos actores políticos y mediáticos, al tiempo que se achica más la percepción sobre el poder de la oposición.
En otras palabras, con el uso acentuado de esa expresión, repitiendo hasta el hartazgo que el obradorismo y su presidente son “el régimen” a) se hace parecer más poderoso a López Obrador y aun más impotente a la oposición, b) lo que es riesgo se hace aparecer como realidad, como si el riesgo no fuera suficiente problema, y c) puede creerse que es heroica, pero también inútil o desesperada y ociosa, la resistencia en la que algunos se dan a sí mismos un lugar principal. Si los obradoristas son el régimen, ya no hay democracia. Y el INE sería nada… Pero si el INE y otras cosas no son nada, aún hay democracia, y los obradoristas no son el régimen; si la democracia, es decir, el régimen democrático del país (y no sólo un gobierno de alguien) está amenazado por ellos y hay que defenderlo y llamar a defenderlo, se implica que el obradorismo no es el régimen pero que quiere e intenta serlo. ¡Ése es el problema! Por eso, unos se contradicen y confunden, y por eso insistir en que el gobierno de López Obrador no es el régimen no es ni una defensa de ese gobierno ni una crítica tibia sino una crítica precisa, que operacionaliza la mejor definición de régimen político y da cuenta precisamente del significado y riesgo autoritarios del proyecto obradorista.
No peco de optimismo ni me excedo en el pesimismo: el análisis me dice que no hay dictadura sino que sobrevive la democracia, pero que la democracia está en riesgo y que las probabilidades de más deterioro y hasta de quiebre han vuelto a crecer, frente a la sucesión presidencial. Algunos celebran lo ocurrido el 21 de septiembre y siguen llamando “el régimen” al gobierno de AMLO, yo llamo gobierno al gobierno federal y digo que eso que no es precisamente régimen amenaza al régimen deteriorado y sobreviviente –la democracia- independientemente de lo ocurrido el día 21. Eso es lo problemático.
Como no tienen todo, o no son el régimen, pero quieren tenerlo/serlo, los obradoristas se comportaron ese día como el priismo puro para complacer al presidente. La diferencia está en la hegemonía: el PRI clásico la tenía, Morena no. Y por eso no pudieron complacerlo. Intentaron así por tener la perspectiva política de los priistas de antaño, el presidencialismo autoritario, no pudieron concretar el intento porque no tienen el poder que tenían esos priistas, el hecho de ser partido hegemónico. Para acercarse a lograr ese poder recurren donde pueden y en cuanto pueden a las prácticas típicas del priismo. El 21 y antes vimos, entonces, el uso morenista de medios que usaba el PRI generalmente en otros ámbitos, porque en el legislativo tenía el control real total: trampas, chicanas, simulaciones, violaciones, compras, amenazas. Medios para ganar a cualquier costo. Morena es un partido vivo pero también podrido, enamorado del poder, obsesionado con acapararlo, priizado en forma y fondo, miope y embrutecido.
Pero así como es priista, AMLO es conservador, y le transmite su conservadurismo a su partido. Resultado: Morena peleando con deseos priistas y medios priistas por un fin específico conservador, de derecha: la mayor militarización posible de la seguridad pública. Los obradoristas quieren (se den cabal cuenta o no) un líder con el poder del presidente de la época priista, un control partidista del Estado como el que tuvieron por décadas los priistas, incluyendo la organización de las elecciones, pero también gobernar en algunas áreas como hubiera soñado un Calderón ya militarizado. Sólo ciegos no ven que el obradorismo actual busca realizar como régimen nacional y nuevo Estado una síntesis populista del priismo del siglo XX y el panismo calderonista del XXI –tanto por militarismo como por “mochería”, ambos contra la libertad en general y el uso libre de drogas en particular.
Se vio también la difícil, penosa y potencialmente embarazosa posición de Ricardo Monreal: quedando más mal que bien con todos. Ni logra lo que quiere AMLO ni se une de lleno a la oposición. Todavía intenta que el presidente lo revalore pero no cierra la puerta hacia el otro lado, que de todos modos le mantendrá abierta López Obrador por su apoyo a Sheinbaum. Busca ganar tiempo y sobrevivir entre dios y el diablo. Si se quiere un ejemplo de tibieza calculadora en política, de supuesto equilibrio republicano que es de hecho malabarismo grillo, con algún brote de calentura retórica distractora, es el de Monreal. Sobre la militarización obradorista, el senador ha ido del apoyo a la abstención al grito vacío y al juego chiquito con procedimientos para posponer conclusiones. Ciertamente está atrapado en un “momento inoportuno”, pero también se está equivocando por ambición: no es cierto que siempre sea obvio cuál es el “lado correcto de la Historia” pero a veces es claro y una de esas veces la estamos viviendo: la militarización no lo es, y Monreal no lo está entendiendo plenamente. Tenemos casi 15 años de evidencia mexicana. La militarización no ha servido para lo que dicen que ha servido o servirá, no servirá, fracasó y fracasará, y el licenciado López Obrador va derechito a la Historia como el máximo artífice de ese fracaso, y de todos los costos extra que acarrea. El senador Monreal no ha soltado esa mano, la mano que no lo hará presidente y sí puede hundirlo en el pasado. ¿Qué espera?
Por último, no se puede dejar de notar que la oposición unida no ha pasado de su papel de “bloque de contención”. Aún no hay en ella alternativa de gobierno, en el sentido programático. Hoy pueden convencer fácilmente a un comentócrata conservador o a los conservadores no obradoristas pero no pueden convencer a todos los que desean un alejamiento del obradorismo y de la visión de los gobiernos anteriores. ¿Qué ofrecen a quienes no quieren repetir ninguna de esas experiencias fracasadas y no absolutamente diferentes entre sí? Esa ausencia se nota sobre el tema de seguridad. Se oponen a la militarización, la frenan muy relativamente, pero su propuesta no es nada en positivo, sólo en negativo. Eso “negativo” es bueno y necesario, pero es insuficiente. Y sigue acercándose el 24…
La complejidad de nuestro presente queda clara, creo, la del futuro también.