Contrasta el discurso de Andrés Manuel López Obrador sobre los resultados electorales del pasado 6 de junio con los triunfos obtenidos por Morena en las elecciones de gobernador en 15 estados. En vez del festejo, las recriminaciones; en vez del discurso sosegado y los llamados a la unidad de quien se alzó con la victoria, las bravatas y las imprecaciones de alguien que está en medio de un combate lejos del desenlace.
Toda una semana de “mañaneras” se dedicó a tratar de convencer de que su partido triunfó en la elección de diputados federales, lo que está alejado de la realidad. Tal dedicación resultó infructuosa, dado que los cómputos distritales confirmaron que Morena dejó de tener la mayoría absoluta en la conformación del cuerpo legislativo de San Lázaro y pasó a ocupar la primera minoría. Pese a la suma de sus aliados, también perdió la mayoría calificada que encabezaba, la que le permitió aprobar por mayoriteo, sin consensos, las ocurrencias presidenciales que reformaron la Constitución además de someter, mediante amenazas de desafuero, lo mismo a los gobernadores que a los integrantes de órganos autónomos (al de Tamaulipas se la cumplieron).
Morena y sus aliados ganaron 12 de las 15 gubernatura en disputa (incluida la de San Luis Potosí, pues el Pollo era su candidato), pero esto no fue suficiente para aliviar el encono presidencial. En la mayoría de los casos, los candidatos oficiales alcanzaron la victoria no en campañas que cautivaran al electorado, sino en esforzadas contiendas que los pusieron en evidencia por arbitrarios, con márgenes inesperadamente estrechos y tras dejar importantes plazas en manos de la oposición. Perdieron buena cantidad de las capitales estatales y, en la capital del país y el Estado de México, en donde no hubo elección de gobernadores, la oposición alcanzó más votos que Morena y propinó severos reveses a sus candidatos en las alcaldías y municipios.

Pese a lo anterior, a que el partido oficial avanzó en su predominio de varios congresos estatales y también a pesar de que el suyo es el partido con más votos a nivel nacional, dichos avances no son suficientes a ojos del Presidente. De ahí su engañifa barata para ocultar sus traspiés (como aquello de que “nunca tuvimos mayoría calificada” en la Cámara) y la retahíla de insultos contra los medios de comunicación, la disidencia y su pretensión de instalar a las clases medias dentro de su concepto en permanente ampliación de la “mafia del poder”.
Las victorias de Morena, aun las que cualquier político festejaría por lo alto, son anémicas si se les compara con el esfuerzo que implicó su logro. Comencemos porque a lo largo de las campañas el presidente se vio obligado a comportarse como el vocero y litigante de su partido, exhibiéndose sin recato como un contumaz transgresor de la Constitución. Pero, además, el excesivo gasto de dinero público en la estructura electoral mal llamada Servidores de la Nación y los cuantiosos recursos destinados a la política social con fines clientelares (más de 800 mil millones de pesos en lo que va del sexenio), las muestran como victorias ganadas a costos demasiado elevados.
Por eso las recientes victorias electorales de Morena hacen recordar a Pirro, el rey de Epiro: soñaba con superar las glorias de Alejandro Magno pero, luego de derrotar a las legiones romanas a costa de grandes sacrificios, los historiadores helénicos de aquel tiempo afirman que dijo: “Si vencemos a los romanos en otra batalla como esta, moriremos sin remedio”. Al final fue derrotado.
Cincelada: la sobrevivencia del PRD, con el 3.7 por ciento de los votos, permitirá su reconstrucción como la izquierda democrática de oposición. Pudiera ser la última oportunidad.
Autor
Fundador y consejero nacional del PRD, fue su diputados federal y representante electoral. Se desempeña como asesor parlamentario y analista político.
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