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jueves 26 diciembre 2024

Trópico de cáncer: una antropología del hambre

por Germán Martínez Martínez

Trópico de cáncer fue el primer documental de Polgovsky.

El documental Trópico de cáncer (2004), de Eugenio Polgovsky, es de esas películas primerizas que anuncian la posibilidad de una obra cinematográfica por mostrar una mirada y una visión individuales. En el caso de Polgovsky (1977-2017) esa promesa se cumplió. Arrancó con este filme que quizá pueda sintetizarse en unos cuervos que chillan por comida, condición semejante al impulso que mueve a los personajes humanos de la cinta y a nosotros, espectadores: el carácter indispensable de la alimentación.

La película carece de explicaciones, pero en ningún momento hace falta un narrador o diálogos ilustrativos. Apenas hay indicadores de tiempo, como la neblina que suponemos del amanecer por el canto de algunos gallos. Sólo en créditos finales se descubre que se documenta la vida en Charco Cercado, una comunidad en el estado mexicano de San Luis Potosí. Hoy las estadísticas siguen describiendo al pueblo, ubicado en el trópico de Cáncer, como lugar de pobreza. Por eso, aunque su hogar cuente con televisor, estamos ante cazadores no deportivos: ir a trabajar es salir a cazar, con trampas y jaulas de su propia elaboración.

El expendio de los cazadores de Trópico de cáncer.

Un hombre captura una víbora de cascabel, un niño alimenta a animales capturados. La puntería con resortera y la capacidad para irse cargando de ratas cazadas y, aun así, liberar una mano para comer frutos de un cactus es más importante para estos niños que los discursos contemporáneos acerca del trabajo infantil. En la visión de Trópico de cáncer no hay lugar para la ternura de cajón: un cazador niño es tan cruel con su resortera como cualquier niño citadino que tortura a su mascota. Revisitar el documental descubre que la situación de los animales se piensa hoy en términos distintos: había maltrato de los animales por parte de los cazadores, pues, por ejemplo, tenían aves vivas almacenadas en cajas de cartón, cubiertas cajas y aves, por sus propios excrementos.

El tema, por supuesto, no es nuevo. En Trópico de cáncer lo importante no son los derechos de los animales, sino explorar una situación. Los cazadores vendían sus presas a la orilla de la carretera, entre el estruendo del transporte de mercancías en tráileres, mientras los cazadores niños jugaban al lado del raquítico expendio. Uno de los compradores potenciales expresa que los animales se veían “maltratados” —en términos, podemos adivinar, de apariencia, más que de bienestar. Sin embargo, es sólo en este 2021 que en México se legislan penas mayores por maltrato contra “animales vertebrados”, incluyendo “fines sexuales”, pero con excepciones “culturales” —como corridas de toros— y alimenticias por ser necesidad inevitable.

Los productos de la caza en el documental de Polgovsky.

En Trópico de cáncer la piel de las víboras es cortada con tijeras. Una mujer pela los restos, dispone de las vísceras. La mirada de Polgovsky se interesó en el cuidado con que ella colocaba pedacitos de una vara para dar forma al reptil y dejarlo desecar, pues los personajes del documental vendían la carne de las serpientes —reputada por supuestas propiedades, según uno de los clientes. También vendían cactáceas, pues además eran recolectores de cuando menos esas plantas. La película presenta la casa y el puesto de venta como aislados, aunque el requerir de dinero y la presencia de varios bienes, revela que los personajes acudían a comercios. Aún así, en el documental se acentúan cuestiones como que la víbora de cascabel es del color de la tierra… seca. No es un documental para quienes buscan nitidez fotográfica o espectacularidad de la naturaleza a lo David Attenborough. En Trópico de cáncer los pocos paisajes expuestos son formas, montañas que conducen la mirada, así como el documental lleva a otra forma de vida de este tiempo.

Frente a los cazadores recolectores —aunque sean sedentarios— retratados en Trópico de cáncer, tenemos a personajes urbanos hacia el final del filme. Éstos, como la mayoría del público del documental y de los citadinos, no sabemos distinguir entre un burro y una mula, entre un águila y un halcón —a un comprador se le dificulta recordar la palabra “halcón”. Un ave devora una serpiente, una sobreinterpretación pensaría en el escudo nacional mexicano. En la tesitura de la película, no obstante, puede verse el rasgo común del hambre, lo mismo en polluelos y roedores atrapados que en sus captores que comen la carne de ratas recién cazadas, cocinada con algo de cebolla.

Víbora de cascabel en proceso de secado.

Habrá quienes vean a estas personas como víctimas y quizá aludirán al regateo que lleva tres pieles de víbora de 150 a 120 pesos. Acaso también querrán ver sabiduría ancestral y armonía con la naturaleza en gestos como la capacidad de distinguir entre lo que capturan —con la consecuente liberación de algunos ejemplares. Sin embargo, los mismos hechos pueden interpretarse como acciones por propio interés, que en estas condiciones significa lucha por la subsistencia. Considero, en cambio, que Trópico de cáncer fue un desafío de Polgovsky hacia quienes piensan la naturaleza con ingenuidad creyéndola siempre bella, o que incluso afirman necesitar naturaleza —asumiéndola apacible y vacacional—, expresando, en realidad, un anhelo fantasioso.

El documentalista Eugenio Polgovsky.

En cierto punto los personajes ven televisión: una voluptuosa rubia apodada “La Tetanic”. ¿El director quiso mostrar cuán ajeno a los cazadores era lo que presentaba la televisión? Puede ser. Sin embargo, las diferencias fundamentales no están en la preocupación de alguna compradora por acicalarse en su vehículo —rociando su pelo con aerosol— o en el hombre con esclava, anillo y reloj dorados —no por estética narcotraficante sino clasemediera—, enfocados por Polgosvky. Es cierto, algunos paseantes se detienen, compran víboras, cactus y animales como ración de exotismo —mientras un niño local lengüetea la tierra. Pero Eugenio Polgovsky logró ver —con equilibrada lejanía de ambos— la distinción entre quienes viven para sobrevivir y quienes sobreviven en la convencionalidad. Hay una fauna inconmensurable en una naturaleza agreste que, sin anteojeras, Trópico de cáncer vio de frente, y capturó, como posibilidad de vida.

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