Con la pandemia todo se vive al límite. Que haya habido diferentes interpretaciones sobre ella tiene más que ver con la falta de información y, en algunos casos, soberbia, para atenderla.
En estos días, los precarios límites están siendo rebasados. Mucho tenemos que ver en ellos los ciudadanos. Es comprensible el hartazgo y la necesidad; sin embargo, se ha cruzado una cuestionable conducta ciudadana que nos ha relajado. Por más que la autoridad nos ha exhortado a quedarnos en casa la respuesta en un gran número de casos ha sido la contraria.
Los ciudadanos estamos rompiendo las reglas en momentos en que los sistemas de salud están siendo rebasados. En un reporte del Hospital General informó que de las 140 camas que tienen para atender la pandemia 138 están ocupadas, “si no es que en este momento estemos saturados”.
Las consecuencias de lo que estamos viviendo llevan a una infinidad de interpretaciones sobre el sentido de la vida que hemos ido asumiendo en medio de la pandemia. Una cosa es que un empresario plantee que la vida “se vive una sola vez” y otra, que millones de mexicanos en la adversidad tengan que salir de sus casas para poder vivir por ellos y sus familias; salir, más allá de los hartazgos, es buscar el sustento.
En perspectiva hemos enfrentado las contradicciones en la estrategia del Gobierno ante la pandemia que han provocado, a querer o no, confusión entre los ciudadanos. La insistencia en que no acudiéramos a los hospitales “de no ser que se tengan signos claros y graves de contagio” terminó siendo contraproducente.
El “eviten ir a los hospitales” para que no se saturaran, más como mecanismo para ponderar la estrategia oficial que para enfrentarla, terminó por crear temores entre los ciudadanos que en muchos casos los llevó a morirse en sus casas. No hubo saturación, pero sí hubo muchas muertes producto de la confusión en la que se cayó por temores, como ir a consulta para saber si se estaba contagiado.
El contradictorio vocero acabó confundiéndonos más cuando dijo que 60 mil personas muertas por Covid-19 sería una “catástrofe”. De igual manera pareció sin sentido que el mundo entero estuviera usando el cubrebocas, teniéndolo como mecanismo de defensa ante la pandemia, en tanto que él recomendaba al Presidente que no necesariamente lo usara.
La actitud del Presidente al no usarlo produjo un efecto expansivo, el incidente de Fernández Noroña en el INE es un caso más en este sentido.
Los días por venir van a ser todavía mucho más complicados. La saturación hospitalaria en algunas ciudades va a colocar al sistema de salud y a sus destacados trabajadores en situaciones límite. El personal lleva nueve meses en la primera línea sin bajar la guardia.
En muchos casos han tenido una gran cantidad de limitaciones en cuanto a los instrumentos para atender a miles de personas. Están agotados y por momentos desesperanzados, lo que los mantiene a flote es su vocación de servicio, porque saben que viven sobre la línea final. El dato que confirma todo esto es que somos el país con el mayor número de personal de salud muerto por Covid-19.
El viernes nos decía el doctor Antonio Domínguez, del Hospital General: “Resulta desalentador ver que la gente sale a la calle o hace fiestas en medio de lo que estamos viviendo y lo que nosotros como personal de salud vemos día con día”.
Asumamos que diciembre es atípico. Asumamos que tenemos que hacer las cosas como nunca antes lo habíamos hecho. Asumamos que se trata de los nuestros y de nosotros en primera persona.
RESQUICIOS
Todo indica que la extraordinaria embajadora Martha Bárcena tomó la decisión de jubilarse. Es un personaje estelar en el servicio exterior. Ha enaltecido la política exterior con sus conocimientos, su compromiso y amor por el país. Se le va a extrañar por su acucioso trabajo, difícil desde donde se le vea, que hizo en Washington con todo y las adversidades de aquí y de allá.
Este artículo fue publicado en La Razón el 15 de diciembre de 2020. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.