El ombudsman debe señalar los abusos de poder de las autoridades, los cuales pueden consistir en actos o en omisiones, para que cesen, se enmienden y/o, en su caso, se castiguen. Incluso la actuación negligente de quien desempeña un cargo público es un abuso de poder, pues, con su descuido o falta de aplicación, el funcionario incumple su deber de realizar óptimamente su trabajo en beneficio de los gobernados.
El ombudsman no es enemigo de los servidores públicos, sino de los atropellos que éstos perpetren. Por eso, a partir de su instauración en Suecia a principios del siglo XIX, su presencia en muchos países ha sido sumamente provechosa. Los titulares de las entidades estatales que comprenden la esencia de su función lo ven como un aliado en el cumplimiento de sus obligaciones, pues allí donde el ombudsman advierte una iniquidad se las hace ver para que corrijan el desaguisado.
El ombudsman tiene la misión de demostrar al destinatario de sus señalamientos la faz retorcida del abuso para que éste se detenga, tal como Perseo paralizó a la gorgona al mostrarle la imagen de su rostro contorsionado, cuyo reflejo ella vio en el escudo del héroe.
Para cumplir adecuadamente su tarea, el ombudsman requiere actuar con acendrado profesionalismo, objetividad sin concesiones y autonomía sin fisuras. El primer ombudsman que tuvo el país, el inolvidable doctor Jorge Carpizo, expresó con contundencia: “Un ombudsman es autónomo o no es un ombudsman”.
En efecto, el ombudsman no debe permitir indicaciones ni ceder a presiones. Su autonomía ha de defenderla no sólo frente a las autoridades estatales, sino ante todo grupo de poder o de presión. Sus resoluciones deben tener como sustento exclusivamente las pruebas existentes, jamás los dictados, los intereses o los prejuicios de grupo o persona alguna.
El ombudsman, en cada caso, debe ir al encuentro de la verdad y de la justicia, y en defensa de los principios democráticos, y debe combatir las tropelías de toda autoridad, sea ésta del signo ideológico o del partido que fuere. Sólo de esa manera le será posible cumplir con la altísima misión que tiene encomendada.
En las dictaduras y en los regímenes autoritarios no tiene cabida el ombudsman. Los dictadores y los autócratas no admiten que sus decisiones y sus procederes sean cuestionados. Para ellos, un funcionario o cualquier otro ciudadano que expresa libremente su parecer disidente es un enemigo al que hay que vilipendiar, calumniar, humillar o aun perseguir.
Los regímenes autoritarios que presumen de tener ombudsman, lo que tienen en realidad es un simulador que se hace pasar por tal, un cómplice pasivo de sus arbitrariedades, como ocurre en Venezuela con el denominado defensor del pueblo, que a quienes en realidad defiende es a los tiranos de su país.
El maestro Luis Raúl González Pérez ha sido un ombudsman auténtico. Ha actuado con profesionalismo, objetividad, autonomía y algo más: coraje y temple para enfrentar las acciones violatorias de derechos humanos. Su desempeño ha sido tan plausible que, para denostarlo y estigmatizar a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) que él ha presidido en el último lustro, tanto el Presidente de la República como miembros de su séquito han tenido que recurrir a la calumnia.
Como cualquier persona mínimamente enterada sabe, es falso que la CNDH haya callado ante graves violaciones a los derechos humanos cometidas en el hoy satanizado periodo llamado neoliberal. Por el contrario, ha realizado investigaciones minuciosas y recomendaciones rigurosas sobre esos casos.
Luis Raúl González Pérez ha decidido no buscar ser reelegido porque al principio de su gestión anunció que no buscaría un segundo perIodo como ombudsman y con la esperanza de que su ausencia del proceso de elección “abra la puerta al diálogo y a la reflexión que permitan preservar y garantizar la autonomía e independencia de la CNDH para que pueda seguir ejerciendo a cabalidad sus funciones”.
Algunas veces, realizando las actividades académicas que, por cierto, nunca ha abandonado, Luis Raúl tendrá en mente episodios turbulentos que le tocó enfrentar en la CNDH, y seguramente pensará con íntima satisfacción, como rememorando un sueño que ya se estará esfumando: “Yo fui un ombudsman auténtico”.
Este artículo fue publicado en Excélsior el 17 de octubre de 2019, agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.