Las democracias se suicidan y es más frecuente de lo que imaginamos. En junio vamos a decidir sobre un cambio de régimen. El presidente López Obrador ya lo advirtió al señalar que requiere una mayoría legislativa para continuar con la 4T y que cambiará la Constitución cada vez que haga falta.
Si los votantes deciden otorgarle esa fuerza a Morena y sus partidos satélite, estaremos en la antesala de una suerte de restauración del modelo presidencialista y de partido dominante.
Eso es lo que no ocurrirá si la figura presidencial asume todo el poder y recobra las facultades meta constitucionales que perdió con la llegada de mayores equilibrios y zonas de control.
Esta suerte de vuelta al pasado, pero revigorizado, puede tener implicaciones muy graves en lo que respecta al sistema electoral que se construyó a lo largo de décadas y que ha sido funcional para garantizar que el voto cuente y se respete.
En la 4T consideran al INE y al Tribunal Electoral piezas estorbosas que permitieron el fraude, en particular el de 2006, aunque nunca hayan presentado pruebas al respecto.
Otro tanto podríamos decir del Poder Judicial, asediado, pero también colaborador de muchas de las trampas en las que ha caído gustoso.
En la propuesta restauradora, también hay una crítica bastante explícita a la pluralidad que hizo posible cambios que han sido fundamentales en lo político y en lo económico.
En el fondo, la descalificación al Pacto por México, en realidad lo es a la negociación como una herramienta fundamental del ejercicio del poder y de la democracia.
Si bien el Pacto está desmontado y ni sus promotores lo defienden, por una idea errónea de su propia seguridad y futuro, hay que reconocer que funcionó porque todas las fuerza políticas relevantes participaron. No pocos de los que ahora militan en Morena eran defensores entusiastas de las reformas que se generaron.
Inquieta, pero quizá debamos enfrentar que al proceso de consolidación de la democracia le faltó tiempo. La debilidad de las instituciones es evidente ahora que están bajo ataque, donde ni la oposición es capaz de armar una defensa vigorosa y coherente.
Pero también es cierto que en junio habrá otra oportunidad, cuando menos para dar un respiro y evaluar cómo serán las cosas en el futuro, porque es evidente que aquel México anterior al 1 de diciembre de 2018 ya no existe y no lo hará más.
Ojalá impere la prudencia, en el electorado, y de algún modo volvamos al equilibrio legislativo que permita una deliberación sobre las propuestas y sus alcances.
Esto no significa ni descalificar ni impedir el arribo de una corriente o de otra, sino de no desbarrancar el proyecto democrático.