La película Zona de interés (2023), del director Jonathan Glazer, ganó el Óscar a la mejor película internacional hace poco más de un mes. ¿Qué significa un Óscar? Seguramente obtener uno de esos premios —los que más atención global reciben— tiene muchos sentidos e implicaciones. Una de ellas es que se trata de una cinta bien hecha, lo que no es gran cosa, considerando que esto se refiere a cumplir especificaciones de producción y narración apreciadas por algo que solemos imaginar como el gran público. Además, Zona de interés parece abordar un asunto grave. Glazer —director de tres largometrajes previos y de exitosos videos musicales— no sólo dio ese contenido a su filme —al ubicarlo alrededor de la actividad de exterminio en Auschwitz— también sugirió, al recibir su premio, una condena a la acción del ejército de Israel en Gaza, aunque sea judío y ésta iniciara en respuesta a un atroz ataque terrorista. ¿La importancia de lo tratado justifica una película?
Un filme no es una ilustración de un tema. Se queda en eso sólo cuando su hacedor no tiene como prioridad la especificidad cinemática. Una de las maneras de no explorar la particularidad del cine es guiarse por preceptos. Es de sobra conocida la proposición de que no mostrar algo lo haría más fuerte, le daría presencia elevada a paradoja: sin necesidad de estar, ese elemento se convertiría en la clave (el interior del campo convertido en sitio histórico es visible sólo por segundos, casi al final, durante labores de limpieza). La película de Glazer se desarrolla en la orilla del campo de exterminio de judíos de Auschwitz —en realidad era un complejo industrial de la muerte y trabajo esclavo en Polonia, cerca de Cracovia— sin que se vea lo que perpetran ahí los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, sino concentrándose en la familia del oficial alemán Rudolf Höss —figura histórica real interpretada por Christian Friedel— que está a cargo del campo y tiene su casa justo al lado del muro que delimita la explotación y asesinato multitudinario. Los Höss viven plácidamente y cuentan con servicios en su casa que funciona como reloj —alguien, por ejemplo, limpia el lodo de las botas del militar tan pronto las descalza— pero más revelador que eso son detalles como la reproducción de la vida alemana con todo y Volkswagen de juguete.
Un elemento significativo de Zona de interés es la psicología de los personajes. Pero ésta tiene cuando menos dos debilidades: es presentada de maneras evidentes y es ilustración esquemática de la tesis de Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”, según la cual el caso del nazi Adolf Eichmann revela la posible disolución de los referentes del bien y del mal durante el cumplimiento de órdenes al interior de aparatos burocráticos. En una muestra más de su capacidad actoral, Sandra Hüller desarrolla el personaje de Hedwig, la esposa del oficial protagonista. Hüller adopta incluso un caminar que distingue a su Hedwig; describe a su esposo como muy trabajador, “una hormiguita”, como si hablara de cualquier trabajo. Una de sus aspiraciones es ir a un “spa” italiano nuevamente. Le divierte contar que su esposo la llama “La reina de Auschwitz” y su madre expresa cómo su hija ha logrado destacar socialmente: “Estás bien parada” (la progenitora también habla de una vecina judía capturada y cómo habría maquinado “cosas judías”). Pero si la esposa es ambiciosa en mal sentido —desea simplezas como un abrigo de piel— Rudolf está dedicado a cumplir sus funciones, tener rutinarias relaciones sexuales fuera de su matrimonio y cuando le anuncian que será transferido a Uraniemburgo —ciudad alemana en que también hubo un campo de concentración— resiente que su esposa, ante sus comodidades en Auschwitz, decida que ella y sus hijos se quedarán ahí. Sin embargo, quizá uno de los contrastes más notorios entre el auténtico genocidio que cometen los nazis y la vida hogareña de los Höss sea un letrero que cuelga en las caballerizas: “La felicidad de la tierra reside en los lomos de los caballos”, mayor aprecio por animales que por un grupo humano.
Hay recursos audiovisuales en Zona de interés que son vistosos, pero no necesariamente efectivos. A momentos la pantalla es negra, roja o blanca, con énfasis en lo auditivo y en otras existe contrapunto entre gritos de las víctimas y el colorido de las flores cultivadas en el jardín de los Höss. Recurrentemente una niña —mostrada como en negativo de película analógica— deja comida en el campo donde los judíos esclavizados la encontrarán, lo que apela a conmover más que a discusiones filosóficas. Un mérito de Glazer es crear un dejo siniestro en la mezcla de verdes de las plantas, flores y la grisura de los muros. Pero hay que ubicar sus logros en la dimensión que corresponde. En videos como “A song for the lovers” (2000), que muestra a Richard Ashcroft a la espera en un cuarto de hotel, Glazer ya trabajaba en planos de sonido y su efecto dramático. En Zona de interés el sonido del exterminio es trasfondo permanente de la cotidianidad de los Höss: ruidos caseros como el llanto del bebé y los disparos en el campo conviven en igualdad, ambos pierden importancia.
Zona de interés está hecha para un público de baja exigencia y quizá pase entre muchos como historia atractiva. Es erróneo suponer un público mayoritario y un público sofisticado como categorías únicas; así como creer que esta obra de Glazer complacería sólo a uno de los segmentos. El gran público es sumamente diverso en sí mismo y no es infrecuente que entre quienes se identifican como público especializado haya multitud que guarda pobre relación con el cine como arte. Así, por ejemplo, personajes de memoria entrenada se postulan como cinéfilos —y tienden a ser reconocidos como tales— por mencionar datos sobre la periferia de los filmes, incapaces de acceder a la cinematicidad de las obras. Recientemente en la televisión mexicana abierta, alguien de ese perfil afirmó —ante la pregunta sobre qué es el cine experimental— que el cine experimental sería David Lynch, lo que no es didáctico sino un sinsentido y magno error de comprensión. La diversidad de los públicos que describo no obsta para que Glazer en Zona de interés pareciera seguir el paradigma de que habría un público masivo que recibiría con beneplácito un relato que aborda un tema serio y que hasta elogiará la simulación de ofrecerlo con cierto giro filosófico. Sin embargo, cumplir como artesano y que su director se postule a sí mismo, en la entrega del Óscar, como alineado con la superstición del lado correcto de la historia no convierte a una película en digna de su tema, ni siquiera en potente narración. Otro sentido de los Óscar es volver inocuo lo grave: la banalización de la tragedia.