La matanza de 21 personas en la escuela primaria Robb en Uvalde, Texas, muestra una de las caras más oprobiosas y dolorosas de la vida cotidiana en EU, es un hecho que pega en su corazón, pero ante el cual no hay signos de que se le ataque directamente.
Son muchos los factores que intervienen para que suceda algo tan brutal. El entorno es cada vez más influyente, es lo que impulsa a los perpetradores a actuar como lo hacen.
Una de las vertientes está en la facilidad con la que se puede comprar un arma sin importar la edad de quien lo hace. El mercado está a la vista y forma parte de la cultura y cotidianidad de EU. No hay hogar que no tenga un arma, la cual en un alto porcentaje de los casos está debidamente registrada. Se calcula que en EU hay 300 millones de armas, número mayor del total de la población, de las cuales la gran mayoría son de asalto y automáticas.
Lo que pasó el martes se suma a muchos otros actos de esta naturaleza en que los perpetradores de los asesinatos viven bajo condiciones desfavorables, no necesariamente económicas. En un buen número de casos son integrantes de familias rotas, están aislados, van acumulando un odio enfermizo el que no se detecta o no se le pone la más mínima atención.
Las propias familias van dejando que los jóvenes se encierren en sí mismos y hacen poco o nada por acercarse a ellos, se deja en la cotidianidad la distancia y la incomunicación, lo cual va definiendo los términos de la relación.
Padres y madres de familia no conocen a sus hijos, no tienen la más remota idea de lo que piensan y a lo que aspiran, no saben cómo les va en la escuela y en la calle, situación similar que también suele presentarse entre jóvenes trabajadores donde las empresas poco reparan en su comportamiento en los centros de trabajo.
Nadie en su entorno repara en esto. Todo indica que el trabajo psicológico pasa a segundo plano tanto en el aula, fuera de ella y en el desarrollo laboral.
El historial del atacante identificado como Salvador Ramos, de 18 años, obligaba a un seguimiento particular sobre su vida, está visto que no sólo se trata de que tengan antecedentes penales o no. Las primeras informaciones reportan que su madre tenía problemas de adicción y que Ramos reiteradamente era sujeto de acoso en la escuela y en la zona en donde vivía.
La historia de Salvador Ramos no es única ni excepcional. Es parecida a la de muchos jóvenes que viven aislados, que crecen con prejuicios y visiones de un mundo concebido como racista y supremacista del cual intentan “defenderse” y “atacar” con la discriminación en el mejor de los casos, tienen a las armas como uno de sus instrumentos de venganza social.
La violencia que rodea la vida de muchos jóvenes se va convirtiendo en parte de la cotidianidad en EU. Las autoridades hacen poco o nada para reparar en lo que está sucediendo, porque tienen a las armas como un eje de negociación en su gobernabilidad.
Las tragedias se vienen suscitando una tras otra, llenando de dolor a mucha gente. Y las promesas terminan por ser efímeras, se dan golpes de pecho, pero a los pocos días aparece el síndrome terrible del olvido.
EU está llegando a perfiles de muy alto riesgo por la permisibilidad bajo la cual se vive. En medio de lo que pasó en Uvalde en lugar de que prevalecieron las voces sensatas hubo quien propuso en el exceso que los maestros deberían estar armados, planteamiento que por lo que se sabe no trascendió.
Ahora viene el tiempo para explicar a los niños y niñas estadounidenses lo que pasó y por qué pasó. Mientras no se controle la compraventa de las armas siempre aparecerá un Salvador Ramos por las calles o las escuelas de EU.
RESQUICIOS
Ayer tuvimos el segundo día más violento del sexenio con 118 asesinatos. El reporte del Inegi confirma que las cosas en esencia no han cambiado, por más cifras acomodadas o “alegres” que se dan a conocer, entre la percepción y la realidad no hay mucha diferencia.
Este artículo fue publicado en La Razón el 26 de mayo de 2022. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.