Veinte principios del liberalismo, aplicables al México de 2020

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Los liberales tienen en primer lugar dos valores a respetar: la vida y la libertad. Por tanto, están en contra de cualquier conducta que afecte la integridad física ajena.

Los liberales consideran que la propiedad debe ser respetada. Por ende, están en contra de las confiscaciones, expolios, expropiaciones, daños y saqueos.

Los liberales consideran sagrado el derecho a expresarse sin restricciones, salvo que afecten la integridad o libertades de los demás. En consecuencia, están en contra de la censura.

Los liberales desconfían de cualquier entidad o corporación que pretenda arrogarse las libertades o la verdad, comenzando por el gobierno. Por eso, están en contra de cualquier régimen que busque concentrar el poder.

Los liberales, por estas razones, consideran que todo poder debe tener límites y controles: el poder debe servir a las libertades y no al revés.

Por lo tanto, la función principal del Estado es asegurar las libertades y derechos de la personas. Con leyes, policías y tribunales en el interior; con tratados, diplomacia y ejércitos en el exterior.

Como el poder tiene límites y controles, los liberales estiman que el gobierno sólo puede hacer lo que la ley establece y nada más… y que siempre debe existir un recurso efectivo ante los tribunales, para controlar que el gobierno actúe legalmente.

En el liberalismo se entiende que las leyes se hacen para garantizar las libertades de las personas, por lo que su contenido siempre debe ser en beneficio de los individuos, no para el confort del gobierno.

Por ende, para los liberales, las instituciones y leyes son para el bienestar, felicidad y comodidad del individuo, nunca para la satisfacción del gobierno.

Los liberales piensan que no hay democracia sin Estado de Derecho, es decir, una sociedad democrática es aquella donde los derechos humanos son la base de las leyes y esas leyes son cumplidas regularmente.

Foto: Cuartoscuro

Por ello, los liberales se oponen a los linchamientos, saqueos, vandalizaciones y escraches que dañan dignidades y propiedades.

Un liberal jamás impondría su criterio por la fuerza, porque, al respetar las libertades de pensamiento y expresión, sabe que la verdad resplandece en el debate. Por ello, nunca diría que aquellos que no coinciden con él son sus enemigos.

Los liberales odian el transpersonalismo, porque saben que el Estado, las leyes y las constituciones, son los medios que deben ponerse al servicio del individuo, porque las libertades y derechos individuales prevalecen sobre el Estado, ya que son límites del poder.

Para lo liberales, la finalidad del Estado es que los individuos satisfagan sus propias metas: el bien común se integra con el bien particular de cada persona.

En consecuencia, los liberales entienden que la democracia es un gobierno de mayorías que respeta los derechos fundamentales de las minorías. Para el liberalismo, ninguna mayoría tiene derecho a anular a la oposición o a sus críticos.

Como las contribuciones son afectaciones a la propiedad, los liberales consideran que sólo deben recaudarse y gastarse para los gastos públicos que la misma sociedad define a través del Congreso. Un liberal jamás dejaría que la Administración definiera unilateralmente qué cobrar, cuánto recaudar y en qué gastárselo.

Los liberales se oponen a la demagogia, porque estiman fraudulento que los políticos se ganen el favor popular mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos. Piensan que utilizar esas estratagemas para tratar de conseguir o mantener el poder, es una estafa a la democracia, una perversión del sistema de gobierno.

Para los liberales, el papel del gobierno no es entregar dádivas a la gente, sino quitar las barreras para que cada quien obtenga su porvenir por su propio esfuerzo. El liberal no cree en el asistencialismo, sino en la supresión de obstáculos.

Los liberales, al ser conscientes de que el poder sirve a los ciudadanos, consideran que el gobierno, administrador de dineros y ejércitos, no tiene derecho a atacar a los ciudadanos de forma alguna, ni siquiera con la palabra.

El liberalismo entiende que, dada la asimetría entre el gobierno y los ciudadanos, cualquier agresión desde el poder siembra odio, por más pequeña que pueda parecerle esa embestida al administrador temporal de esas potestades.

En suma, ser liberal es no ser un hijo de puta.

Autor

  • Óscar Constantino Gutierrez

    Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y catedrático universitario. Consultor en políticas públicas, contratos, Derecho Constitucional, Derecho de la Información y Derecho Administrativo.

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