Gerardo Fernández Noroña es una de las peores caras y voces de la autonombrada Cuarta Transformación. Una de las más desagradables, sin duda alguna. No hay mucho que decir sobre él porque no ha hecho mucho. Hace poco y lo que más hace es vociferar e intentar intimidar. Pero digamos algo más.
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Su definición individual provisional: el diputado antiparlamentario. La definición permanente e histórica de este político: el grito baldío.
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La inutilidad pública de Noroña es al mismo tiempo la estrategia Noroña: desvirtuar, gritar y escupir y, cuando se le critica por ello o reaccionan los agraviados (a veces con la posterior dureza merecida), él opta por indignarse, fingir ser la víctima y pedir serenidad (¡él!), para volver a desvirtuar, gritar y escupir. Una estrategia finalmente útil sólo para que el grillo se consuma a sí mismo…
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Acaso sea acertado decir que el producto interno bruto de Noroña es la provocación a lo bestia (a lo bruto) y su producto interno neto es el conjunto histórico de tiros por la culata. ¿Qué ha logrado Noroña para el bien de México? ¿Qué ha logrado para su propio apellido? ¿Qué ha logrado más allá de grillas, candidaturas, fueros, más grillas y disputas? No encuentro nada grande ni duradero, nada excepto un porro con discursito patriotero.
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Ver a Noroña pedir mesura y racionalidad es como ver a Florence Foster Jenkins pidiendo meritocracia y perfeccionismo técnico para cantar.
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Pocas cosas tan antitéticas a un Congreso deliberativo como el congresista Noroña. Si algún lego quiere entender qué no es la democracia deliberativa, sólo tiene que observar un poco a Noroña.
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Conclusión: ¡qué político más nefasto! ¡Qué “parlamentario” más absurdo! ¡Qué actor más molesto! ¡Qué representante más inútil! ¡Qué “legislador” más vacío! Siempre enojado, siempre gritando, siempre exagerando. La amenaza flamígera constante, ridícula y gratuita. Siempre confundido. Siempre irracional. Siempre actuando como si todos y cada uno de los actos de los demás fueran apocalíptica “traición a la patria”: ¡qué hueva y qué asco!, no hay modo más correcto de decirlo. Su incapacidad para racionalizar el enojo, para fundamentarlo y administrarlo, esa incapacidad y su ignorancia personal y sobre lo democrático, hacen de Noroña un caso de la política más estúpida. Revoltura de grillo, asno y cangrejo. Eterno fueguito fatuo. Infinita y baja fila de llamaradas de petate. Inservible para un verdadero México mejor.