¡Viva la libertad de pensamiento!

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Alentar la libertad de expresión es una de las formas eficaces de regar la pradera democrática, lo mismo cuando ésta expresa opiniones similares a las nuestras como cuando difieren de nosotros. Ese principio volteriano, acuñado hace más de tres centurias, fue traducido por Evelyn Betrice Hall mediante una de las frases más conocidas de la actualidad, tanto, que omito transcribirla (seguramente, en este momento el lector acucioso la está balbuceando).

Hace un par de días se cumplieron 329 años del nacimiento de François-Marie Arouet. Su legado en favor de la tolerancia y contra el fanatismo permanece. Más aún cuando la persecución del pensamiento ajeno proclamado desde un estado de ánimo que abandona al pensamiento es moneda corriente en sociedades donde impera el autoritarismo, en particular en países como el nuestro donde la hegemonía populista enarbola al pensamiento único y estigmatiza a quienes rompen ese molde. Pero la clase política que detenta el poder en México no es la única en sostener esas proclamas. Asistimos a un estado generalizado, vale decir, a una cultura donde la eliminación del otro es la tensión habitual de nuestro intercambio público.

Aquella tensión puede sintetizarse en una frase sarcástica de Voltaire: “¡Viva la libertad y muera el que no piense como yo!”. En nuestro país ocurre a menudo que, cuando un periodista exhibe la ineptitud del poder, el poder responde tratando de inhibir su trabajo de diferentes formas, desde la amenaza proferida en el pináculo del mismo poder hasta el empleo de la artillería de sus peones a quienes retribuye o, peor aún, el aliento de un fervor (casi) religioso entre sus genuinos adherentes. El asunto es más complejo si, además, registramos el hecho de que, quienes de oponen a ese poder, muestran la misma intolerancia si el periodista también los cuestiona. Ambos enfoques buscan incondicionales.

“La búsqueda de la verdad es más importante que la creencia en cualquier verdad”, expuso el escritor Arthur Koestler, luego de haber reconocido que, en su juventud, manchó su obra por exponer sermones defendiendo a la URSS. El pensamiento razonado jamás se conforma con una verdad a no ser que éste se abandone por delirios extremistas o por mamaderas que los impelen a inventar teorías que les justifiquen sus chanchullos, como escribió Vargas Llora en “Historia de Mayta”, recordando a ese autor Húngaro.

Documentar en México la ineptitud criminal del gobierno y de su candidata presidencial tiene riesgos, y no sólo se deben a la estigmatización del presidente (y a su desquite). Los tentáculos de ese discurso abarcan el frenesí de quienes renunciaron a razonar, es decir, se abandonaron a sí mismos. Pasa lo mismo cuando el periodista o el intelectual critica a opositores por sus devaneos corruptos cuando ocuparon el poder o por sus actuales inconsistencias y errores. Los resortes del fanatismo se activan de diferentes formas con el objetivo de inhibir esos cuestionamientos mediante la agresión y, entre ésta, la difamación; una reacción asidua acusa al crítico de haberse vendido. Por cierto, cuando desde la Iglesia o el poder le decían eso a Voltaire, él respondía de forma contundente: “Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”.

El 19 de noviembre es un día emblemático para nuestro país. Usuarios de las redes sociales festejaron el triunfo de Milei como si en ello se les fuera la vida e incluso la candidata opositora asoció esto con el advenimiento de mejores tiempos para México (luego lo negó pero queda el registro de sus palabras). Otras legiones deploraron el resultado electoral con la paradoja de que esos mismos usuarios promueven el autoritaritarismo y la demagogia de AMLO. Aquel domingo se unieron los extremos de la derecha y la izquierda recalcitrantes que, en el fondo, atentan contra la libertad de expresión.

Por todo ello vale la pena recordar a Voltaire y junto con él impulsar:

¡Viva el pensamiento razonado por encima del fanatismo!

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