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jueves 26 diciembre 2024

Vivir en el país de AMLO

por Armando Reyes Vigueras

Una de las frases favoritas que el presidente acostumbra decir en sus conferencias mañaneras es “vamos muy bien”. A pesar de la crisis económica, sanitaria o de inseguridad, el mandatario insiste en que su México –que sólo él ve– saldrá adelante, que el desplome del PIB no afectará y que estamos saliendo de la pandemia. Incluso sus fanáticos siguen la línea marcada en Palacio Nacional. México vive entre dos realidades, una, la que insisten en difundir desde el gobierno y, otra, la que viven a diario millones, muchos de los cuales quieren creer, a pesar de todo, en la palabra del mandatario.

Vivir al este del edén

En redes sociales, una usuaria se lamenta que su madre, de más de 80 años, no quiere usar cubrebocas porque el presidente no lo usa; meses antes, éste presume en su mañanera sus detentes y dice que es la protección contra el coronavirus, lo cual se refleja en que en el Mercado Sonora crezcan las ventas de estos artículos por las personas que lo buscan para seguir el ejemplo.

Son apenas un par de estampas que reflejan la influencia que el presidente López Obrador ha obtenido en nuestro país, en donde un taxista puede llegar a enfurecerse si alguien critica a “su” presidente a quien, presume, ha ayudado con sus aportaciones desde hace años o adultos mayores que no permiten ninguna crítica bajo el argumento de que gracias a los cheques que él les da, pueden comprar más comida.

En su obra La propaganda política, Jean Marie Domenach recuerda: “Como el sueño, la propaganda contribuye a hacernos vivir otra vida, una vida por procuración. La política puede desempeñar aquí el mismo papel exultorio que el deporte, y la muchedumbre ‘proyecta’ su deseo de aventuras y de heroísmo tanto en un hombre de Estado o en un jefe de partido, como en un gran campeón del ciclismo. Toda la habilidad de la propaganda consiste en hacernos creer que ese hombre de Estado, ese jefe de partido, ese gobierno, nos ‘representan’ no solo al defender nuestros intereses, sino al asumir nuestras pasiones, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas”.

FOTO: DANIEL AUGUSTO /CUARTOSCURO.COM

Y sí, muchos se han instalado en ese mundo que a diario nos quieren vender desde la incesante propaganda que da inicio muy temprano en las conferencias mañaneras.

Así, hay quien acude a firmar gustosamente en la consulta para enjuiciar a expresidentes o busca comprar un cachito de la rifa del avión presidencial.

Pero creer en alguien no oculta que este año se está presentando como uno de los peores en la historia del país, de acuerdo a los otros datos de la realidad.

De acuerdo a las previsiones oficiales y de organismos independientes, este año será uno de los peores en la historia económica del país, con millones de desempleados y un crecimiento económico negativo medido en cifras de dos dígitos.

A lo anterior se suman 70 mil muertos por el Covid-19 y una cantidad similar por las disputas de miembros del crimen organizado o por los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.

Las protestas por diversos temas están a la orden del día, desde mujeres, campesinos, extrabajadores, agricultores y otros grupos sociales.

El recuento de encuestas que lleva a cabo el portal Oraculus.mx, muestra que la aprobación presidencial bajo de un 75% en septiembre de 2018 a un 58% en agosto de 2020.

A 20 meses de que asumiera el cargo, el actual titular del ejecutivo federal muestra un nivel de aprobación ligeramente superior al que tenía Vicente Fox en el mismo periodo –58% por 57% del exgobernador de Guanajuato–, pero inferior al de Felipe Calderón, 62%, de acuerdo al mismo portal.

En otra encuesta, Parametria midió el mismo indicador encontrando que “la intensidad medida como aquellos que ‘aprobaban mucho’ ha caído casi 30 puntos porcentuales, es decir ha perdido un porcentaje considerable de incondicionales. Mientras al inicio de su administración llegaron a estar en 66 por ciento, hoy se ubican en 38 por ciento, 28 puntos por debajo. Esta caída es mayor que el de la aprobación en el agregado”.

En una nota de Excélsior fechada el pasado 6 de julio, se podía leer que “por primera vez en décadas, la cantidad de mexicanos indecisos para las elecciones estatales de 2021 es superior en la mayoría de los casos que las preferencias electorales de los punteros, pues entre 25% y 43% de los ciudadanos en los 15 estados que tendrán cambio de gobernador aún no definen el voto, lo que provoca un reto para los partidos políticos diferentes a Morena”.

El subgobernador del Banco de México, Jonhathan Heat aseguró que, como parte de la explicación de por qué hay un bajo crecimiento económico en los primeros años de este sexenio, “parte del problema es que el gobierno lo ve (a Pemex) como una promesa de motor de crecimiento en el futuro lo cual es prácticamente imposible”.

Ex secretarios de salud propusieron un plan –calificado como “fórmulas mágicas” por Hugo López Gatell– en que señalan, “ha habido falta de rectoría por parte del gobierno federal y de descoordinación con los estados. No se aumentaron el número de pruebas y se siguió negando la recomendación de usar el cubrebocas, para convertirlo en una solicitud nacional de uso obligatorio”.

La única esperanza, en palabras de Domenach, es esperar a que se haga realidad eso que apuntó en su libro: “A los pueblos les gusta soñar, pero también llega un momento en que ya no quieren que se les cuenten más historias y comienzan a exigir hechos, cifras, testimonios”. ¿Llegará este momento antes de las elecciones?

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