El problema de los clásicos: los latinos de Hernández Busto

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La antología de poetas latinos traducidos por Ernesto Hernández Busto.

Hay diversas actitudes hacia los clásicos. Desde quienes los frecuentan para emplearlos como armas arrojadizas hasta quienes, intrigados, se involucran con sus obras tratando de descifrar por qué serían tan especiales, sin darlo por hecho. Según ciertas perspectivas podría discutirse quiénes son los clásicos. Aunque hay cuestionamientos legítimos sobre exclusiones del corpus comúnmente aceptado, sería poco útil debatir si un autor muerto hace pocos años es clásico. En el sentido tradicional, estos autores han sido y son, en rigor, ciertos escritores de la Grecia clásica —de una lengua griega distante de la moderna—, y de la Roma que usó el latín.

En el libro Miel y hiel (Ediciones Poéticas, 2020) se han reeditado traducciones que Ernesto Hernández Busto ha hecho de poemas de Catulo, Horacio y Marcial. El libro es una antología, con los textos ofrecidos en edición bilingüe. Hernández Busto prefiere llamar “versiones” a las transformaciones que hace de los poemas al español. Declara buscar el rescate de estos textos de usos que generalmente se da a los clásicos, atreviéndose a explorar su probable coloquialismo para recobrar su carácter poético. Cumplir esta tarea requiere de una idea coherente de la poesía, que Hernández Busto —ensayista, poeta y editor—, sin duda ha cultivado.

Con los clásicos hay que empezar librándose de palabrerías insustentables. Los clásicos no son textos mágicos que cumplirán deseos a cualquiera. La lectura y el acercamiento a los clásicos implica una dificultad. En Gran Bretaña aprovecho toda ocasión de ver teatro de Shakespeare: desde mamarrachadas que creen adaptar las obras a circunstancias políticas presentes —cuando sólo preservan argumentos, omitiendo que muchos de ellos no los imaginó Shakespeare—, hasta representaciones de la mayor delicadeza y cuidado —se apeguen o no al texto original. Algo que me mueve a esas puestas en escena es observar las reacciones de los asistentes al bajar el telón: invariablemente encuentro algunos gestos de frustración, que suelen verbalizarse, cuando el texto ha sido total o parcialmente conservado. Personas de diferentes perfiles, hablantes nativos del idioma, que se descubren ajenos a lo representado. En ocasiones puede tratarse de deficiencias actorales, pero incluso en esos casos el problema tiene relación con el lenguaje de los siglos XVI y XVII. Cuánto más será el caso con el latín —un idioma que hoy tiene sólo vida artificial, como lengua oficial en una comunidad religiosa incrustada en la capital italiana—, y cuando los autores escribieron sus versos antes del tiempo de Cristo o apenas al inicio de la era cristiana. Ese fue el reto que Hernández Busto tomó.

Escultura de Catulo en Sirmione, Italia. Fotografía de Alamy.

En sus versiones de los poetas latinos, Hernández Busto no parece limitarse por la pretensión de exactitud. En las breves notas finales dice de Horacio que: “para facilitar la fluidez y la modernidad de la versión, se han aligerado algunas de las prolijas referencias mitológicas del original”. Su objetivo es trasladar un habla de hace siglos a palabras que puedan ser cercanas a hablantes del español en el siglo XXI. Así “lingua sed torpet” se convierte en un familiar “se me traba la lengua”. Alguien más engolado podría haber traducido: “la lengua se entorpece” o, con más oído, “se entorpece la lengua”. No obstante, el alcance hispanohablante de Miel y hiel no es el de la estandarización editorial del español que produce enunciados comprensibles, pero ajenos a la vida cotidiana. A Hernández Busto le interesa encontrar una voz y su origen nacional resuena no sólo por los guiños de vocabulario cubano, sino por alcanzar cierto tono, como en el humor de Marcial, “sé que ninguna te contesta”, o cuando Catulo dice: “acaso se han creído los únicos con pingas”. Las pingas son penes.

Busto del poeta Horacio.

En el contexto poético actual, en varias lenguas, hay inclinación a celebrar los poemas inscritos en las diferentes formas de lo que se supone opuesto a lo “bonito”, que ahora se estigmatiza. Ese espíritu combativo puede resultar pertinente cuando se opone a tradiciones poéticas que se regodean en piruetas lingüísticas insustanciales. Sin embargo, la irreverencia también se degrada al ostentar una oposición más bien intrascendente y en realidad socialmente aceptada, como la valoración ingenua de Bukowski. En sus versiones de los latinos, Miel y hiel se aleja de la deriva oratoria que suele adjudicarse en automático a autores como Horacio. Sin embargo, Hernández Busto guarda un equilibrio que no es ni coloquialismo fácil, ni búsqueda del aplauso por medio de insolencias impostadas —a pesar de la carga sexual de los textos. La de Hernández Busto es la difícil exploración de la naturalidad: “invítame a tu casa a echar la siesta”.

El poeta, ensayista, traductor y editor Ernesto Hernández Busto.

Comencé refiriéndome a quienes leen los clásicos para citarlos a la menor provocación. Generalmente son alusiones impertinentes que no problematizan la historicidad del lenguaje. Un ejemplo es el primer ministro británico —el populista de derecha Boris Johnson—, quien estudió literatura inglesa y clásica en la Universidad de Oxford. Con frecuencia tiene ocurrencias que vinculan circunstancias presentes con pasajes de los clásicos. La veneración convenida, no descubierta a través de la lectura, iguala la disposición arrogante y la cohibición que muchos lectores sienten ante los clásicos. En contraste con el afán de lucimiento y la construcción de una muralla intelectual, está la postura lectora de Ernesto Hernández Busto: hecha de curiosidad que se interroga por el lenguaje antiguo, que se atreve a jugar con los significados —no por insolencia, sino por conciencia verbal lúdica— y, sobre todo, hecho de la audición del idioma actual. Leer Miel y hiel es acercarse a la poesía clásica latina en un español contemporáneo que no se empeña en serlo, sino que inevitablemente lo es.

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