El pasado domingo, justo una semana después del fallecimiento en Marrakech del escritor Juan Goytisolo, premio Cervantes 2014, este periódico publicó un amplio reportaje sobre los últimos años de su vida. El título y el subtítulo que llevaba en portada resumían adecuadamente su contenido: El amargo final de Goytisolo. El escritor, acuciado por la enfermedad, la depresión y la falta de dinero, aceptó el Cervantes para costear los estudios de sus ahijados.
El reportaje, que fue el texto más leído en la web del periódico ese domingo, ha cosechado numerosos elogios, y también protestas. Al segundo apartado pertenece la carta que me ha enviado Marika Embalek López, avalada por 29 firmas más de personas residentes en Madrid, Barcelona, París, Oxford, Tánger, Rabat o Nueva York, entre otras ciudades, y que, “como amigos o como lectores de Juan Goytisolo o de EL PAÍS”, expresan lo siguiente:
“Entre los principios de un periodista debería figurar la empatía y la ética de escribir del mismo modo estando viva o no la persona sobre la que se escribe. ¿Habría escrito F. Peregil lo mismo si Goytisolo viviera? ¿Cómo se sentiría (el periodista o sus allegados) si se publicaran su nómina, sus eventuales depresiones, conflictos con los colegas de profesión, con su pareja, familia, amigos?”.
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