domingo 07 julio 2024

Pasajero de la nave Tierra

por Regina Freyman

Era difícil comprender dos cosas: que se vive de paso y que su Tierra, un nombre polisémico pero abstracto, que le daba sensación de pertenencia, era sólo una nave.

Un transporte efímero, eso sí, mucho menos volátil que su propio ser. Por eso Constanza se preguntaba dos cosas: por qué le habían puesto ese nombre que sonaba a sin razón para los de su especie y la complejidad del abstracto que sus paisanos llamaban mente. Cada mañana pensaba dos cosas siempre relativas a la ausencia de Fernanda.

La mente es una máquina recolectora de historias para sobrevivir, sus excesos obedecen a un mundo cambiante. Pero esa misma mente actúa contra sí misma, porque es incapaz de entender cambios abruptos, por eso seguía sintiendo temores a roedores y alimañas que ya ni siquiera estaban cerca. Una especie de repositorio de viejos cuentos es eso que llevamos cargando sobre los hombros.

Temer roedores o alimañas era lo de menos; la mente en su afán por aprender de prisa graba consignas dañinas que fueron repetidas en la primera parte de su “viaje”, en ese periodo temporal que los humanos dan por llamar infancia.

Constanza nació (llegada o surgimiento del humano tras previa concepción de pasajeros anteriores en un ritual físico complejo que Mente trama a partir de la alteración de sus funciones y que es semilla de una historia memorable, a veces tormentosa, agria, dulce…) con Fernanda.

Le llaman hermano o hermana a ese compañero de viaje que comienza el trayecto con uno y que, aunque habrán de vivir vidas separadas es o son, quienes guardan las primeras historias compartidas del trayecto Infancia.

Fernanda era quizás su mayor ¿por qué?

Cada Mente de los infantes tiene una autoría particular, de lo que se puede desprender que las mentes son muy caprichosas, en este paraje llaman “tramas del Ego” a la percepción particular que hace que nadie, absolutamente nadie, cuente una historia igual. “Ego”, que es una palabra de una región de Tierra que se llama Grecia, es un nombre elegante para decir Yo, y Yo, es un equivalente a eso que denominamos Mente.

Pues resulta que Yo, Mente o Ego son “egocéntricos”, tanto que hubo un tiempo que se creyeron el cuento de que el universo era heliocéntrico y todos los cuerpos celestes daban vueltas alrededor de su Sol; bueno, esto fue un avance, antes creyeron que su propia nave era el ombligo del cosmos.

Esa peligrosa tendencia los hace construir toda historia con su yo como centro. Por otro lado ¿cómo culparlos?, si es un mecanismo de defensa que les orilla protegerse. En la Tierra llaman a eso “quererse”. En biología, el egoísmo es la tendencia de un organismo hacia su propio bienestar a expensas de los otros; y sin embargo, parecen descubrir los expertos que el altruismo provoca que se sientan feliz.

Retomando la historia de Fernanda y Constanza cabe decir que sin explicación aparente y a pesar de compartir historias de infancia, la construcción de las mismas fue distinta; sin embargo, su cariño era inmenso. Fernanda nunca comprendió que la mente es realmente como un tablero de juego donde piezas adversarias se debaten por el control, lo peor que se puede hacer es tomar partido entre las negras y las blancas. Así, en días blancos se desborda el espíritu de triunfo y se vive sin pensar en mañana; las negras son temerosas y provocan que el pasajero se quede quieto en la desidia, entre el deseo de actuar y la imposibilidad de hacerlo; como una gallina empollando un huevo. Fernanda pasó la infancia jugando con las negras y luego la verdad es que tomaba partido sin ton ni son.

Constanza no sabe juzgar correctamente a los viajeros, cuando lo hace su ego es inexacto, caprichoso, temperamental. Sólo sabe que entre negras y blancas amó mucho a Fernanda y algo de negra pasión ha quedado desde aquella mañana en que decidió irse sin decirle adiós. Fernanda tomó las historias compartidas y las metió en una maleta hechas bola y sin planchar. Tomó también sus historias personales, o mejor dicho sus fragmentos, porque las dejó rasgadas como quien estira la tela por contar de prisa y deja heridas en el tejido, imposibles de sanar.

En algún momento de nuestra historia nada era un peligro, piensa Constanza, pero al atravesar los años surge la necesidad de protegerse y varios organismos son hipersensibles al dolor. Era el caso de Fernanda que no podía distinguir entre un recuerdo (en Tierra la gente va archivando sus recorridos en historias que, por situarse en el pasado se llaman recuerdos y se parecen mucho a unos recuerdos que se posicionan en el futuro; al ser de esa región temporal cambian su nombre a proyectos; es decir, recuerdos lanzados hacia el porvenir) doloroso y una situación presente, regresaba siempre a ese momento difícil que supuso un riesgo, alterada por las experiencias amargas.

Sin embargo, aquello que una vez fue dramático puede ya no serlo. No lo comprendió nunca a pesar de que Constanza quiso explicarle que existía una Fernanda del futuro, sentada bajo un árbol tranquila, pero bajó varias estaciones antes y dejó a Constanza triste, sola, furiosa.

La mente se mueve en torno a la vida como un péndulo, en la medida que su rango crece experimentamos emociones intensas, Fernanda sufría mucho con esos vaivenes. La mente se deja influir por el estado de ánimo, así que nuestra lectura en estados de depresión o de alegría, en torno al mismo evento, son radicalmente distintas, qué podemos decir, al parecer a Constanza le daba por la alegría, quizás la equivocada es ella. Esa es otra de las dos preguntas posibles.

La mente es una máquina de recuerdos, pero eso tiene un precio, nos es muy difícil alejarnos de nuestros recuerdos. Tendemos a recordar aquello que dejó un impacto emocional. Cada vez que nos enfrentamos a una situación similar la mente recupera el recuerdo catastrófico para evitar que suframos nuevamente. Sin embargo, esa ansiedad que quiere evitar que nos pongamos en riesgo, nos limita y nos impide superar la mala experiencia ¿a qué tememos? ¿A la nueva experiencia o al recuerdo de un fracaso? Realmente y con el tiempo, hacer caso a esos pensamientos de ansiedad nos llena de miedo y nos paraliza y conduce a la depresión. No podemos borrar las experiencias negativas y estas se convierten en pensamientos intrusivos. Entre más intentemos borrar el pasado o desoír a los pensamientos, más se reproducen, como la hidra.

Hemos vivido experiencias pero no somos nuestras experiencias, pensaba Constanza rumiante. La verdad es que lo que fue en el pasado no necesariamente será ahora.

Esta nave esta habitada por seres sintientes, nos agrupa el efecto de conocer mediante los sentidos; por ello Constanza cree que eso de seres racionales es un embuste, sentimos y luego acomodamos razones para no contradecir aquello que deseamos. Se pregunta quizás, si no será que no comprende a Fernanda porque su aparato sensible fue muy distinto. Así como las plantas que se marchitan fácil como las flores hemerocalis que duran tan sólo un día, a diferencia de los cactus.

Constanza piensa que ella es cactus y por eso resiste. Duda mucho de los cuentos antiguos que atribuían una chispa divina que confería al hombre un privilegio sobre los otros sintientes. Hoy leyó un boletín que decía:

Los seres humanos viven en una rendición de cuentas mutua, cada uno responsable ante el otro y cada uno objeto de juicios. Los ojos de los otros se dirigen a nosotros con una pregunta ineludible: “¿por qué?”.

Constanza se cansa de preguntar ¿Por qué? Fernanda se fue y no dijo ni eso, ni pío siquiera.

Esta mañana, intenta evadir sus dos preguntas habituales. Escucha esa canción, una canción que escuchaba desde niña. Unidos por una sensación tan fuerte que es capaz de hacernos olvidar todo daño, todo dolor. Con esas notas supo que es un pasajero más y que en algún momento ella ha de bajar también.

¿Cuándo? ¿Para qué?

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