Atiendo honrado la invitación de etcétera, publicación visionaria que supo señalar un nuevo eje de la convivencia en estos tiempos. Retomo el debate abierto en el que hemos participado Héctor Aguilar Camín, Raymundo Riva Palacio y Marco Levario entre otros.
Por desgracia el tema propuesto -el papel de los medios en la lucha contra el narcotráfico- no ha perdido actualidad, por el contrario.
¿Buenas conciencias o reacciones inocentes? Al lanzarse la propuesta para que los medios en México adopten explícitamente códigos y protocolos para el tratamiento de la violencia que nos invade, algunos viejos integrantes de la comunidad periodística se envolvieron en la bandera de la libertad de expresión vociferando que de ninguna manera se podía aceptar la intromisión del gobierno en la selección de las notas a ser publicadas o transmitidas. Con la reacción, porque fue eso, no un acto de la razón sino del hígado, desnudaron varios prejuicios y problemas.
El primero radica en el brutal desfase temporal y cultural, un auténtico abismo entre algunos altares del periodismo y una nueva generación de profesionales. No es una mera cuestión de edad, sino de visión: una individualista versus una en que predomina la idea de equipo. En ese individualismo el ego del reportero -que igual puede ser el director de una empresa- conlleva a la soledad informativa. El mejor es el que llega solo, el que mete zancadillas para apropiarse de la nota o de la exclusiva. Pero en una situación de emergencia o guerra esa actitud es tanto como un miembro de una tripulación de un barco o un avión que decide actuar por su cuenta.
El segundo problema radica en la concepción entre Estado y gobierno. ¿Quién ha hablado de la intervención del gobierno? Sólo quienes crecieron acatando órdenes gubernamentales pueden recuperar en su mente esa experiencia. Al resto ni siquiera le pasa por la mente. Pero una cosa es ser independiente del gobierno, principio inexorable del periodismo, y otra muy distinta negar la pertenencia a un Estado. Todo demócrata, que de verdad lo sea, defiende a muerte a las instituciones. Ninguna libertad incluida la de prensa, florece fuera de ellas. La debilidad del estado mexicano se muestra, entre otras, en que muchos de los usufructuarios ni siquiera saben okque pertenecen al Estado.
Habría otro prejuicio, lo añado ahora. Se expresa en la idea de que cualquier protocolo deviene en el acto de no informar. Falso. Lanzar al lector carretadas de información en bruto atosiga pero no necesariamente informa mejor. Esa es la estrategia que siguen algunos órganos de acceso a la información pública que buscan ahogar al ciudadano con datos, muchos datos irrelevantes y repetitivos.
Mirar una pila de cadáveres 20 veces me puede aturdir, impresionar, hostigar, pero no necesariamente me brinda nuevas pistas de entendimiento, menos aun conceptos que me permitan formar juicio.
La reacción contra las “buenas conciencias” como se les llamó, -o se nos llamó- dejó ver el enorme desconocimiento, la ignorancia, sobre el manejo de la prensa y ahora de los medios masivos en las sociedades democráticas, no del siglo XXI sino de principios del XX. Como se recordó en varias ocasiones en los materiales publicados desde junio del 2010 en Este País, las experiencias de autocontención por parte de los medios nos remiten a los años 20 del siglo pasado en Estados Unidos. Fue entonces cuando se adoptó la tesis de la responsabilidad social de los medios: el periodismo como profesión debe valorar las consecuencias de su ejercicio. Eso para no repetir la discusión provocada por Robert M. Hutchins, en la Comisión sobre Libertad de Prensa de 1947 que terminó con el informe titulado “A Free and Responsible Press”. ¿Intervención del gobierno? No autorregulación, ese es el punto. Autorregulación que ha tenido muchos otros ejemplos sobre todo en tiempos de guerra o de brutal violencia como los que vive México.
Otra reacción de la vieja guardia fue afirmar que se invitaba a no informar. Ninguno de los materiales publicados tiene una línea en ese sentido, de nuevo fantasmas. Se alega a favor de una estrategia pública de los medios frente al narco terror con dos objetivos. Primero, seguir informando. Nada más preocupante que ver caer plazas periodísticas como producto de la amenaza, de la extorsión, de la intimidación o del asesinato vil.
Un caso dramático pero no exclusivo es Tamaulipas. Pero igual no podemos dejar fuera los casos de los
diarios El Noroeste o El Diario de Juárez por citar los mas conocidos. El segundo objetivo es brindar protección a los medios y sus integrantes en estas terribles circunstancias. Basta con revisar los casos expuestos por Reporteros Sin Fronteras o recientemente en su asamblea la Sociedad Interamericana de Prensa, ambas organizaciones califican la situación de México como la más grave del continente. Reporteros poco conocidos, estaciones de radio locales, periódicos regionales o televisoras con presencia nacional como Televisa, en todos los niveles y dimensiones, han vivido en carne propia experiencias aterradoras. Nadie se salva. Por eso creo que son reacciones inocentes, porque piensan que ya vivieron todo, que no hay nada nuevo, que saben como lidiar con el problema. Es difícil para los viejos lobos que venden su experiencia, aceptar que sus fórmulas se miran anquilosadas, que los problemas son diferentes, que tienen que aprender. Algo o mucho de soberbia ronda en los argumentos.
Otra reacción inocente fue afirmar, pero si ya tenemos esos criterios, esos protocolos, siempre los hemos tenido, a diario los aplicamos. En la argumentación se repite el error. Supongamos que es cierto, que en verdad las mesas de redacción de los principales medios que troquelan a la opinión pública tienen protocolos para lidiar con la violencia, para no caer en su juego, para no servir a los fines contrarios al estado -ojo, no gobierno- y a la sociedad. Pues si los tienen son muy laxos, basta con observar la infinita repetición de ciertas escenas dantescas. El protocolo por lo visto no considera perjudicial repetir ene veces escenas que se toman de Youtube donde se ven cabezas de un lado y los cuerpos del otro o el patio ensangrentado donde fueron ejecutados los jóvenes en Ciudad Juárez. Como en Youtube está todo, las emisoras tienen licencia para endilgárselo y magnificárselo al gran público -que no lo busca en Youtube- cuantas veces sea necesario para aumentar el rating. Supongo que esa es la razón, aunque un alto ejecutivo de una empresa me decía que la violencia no aumenta la audiencia. Le creo, pero entonces cuál es el propósito. Si no es el dinero, el asunto es todavía más grave. Se han perdido valores de mínimo recato humanista, éticos y si se me permite estéticos.
La información no puede seguir cánones estéticos, pero hay un punto de inflexión que se provoca al repetir las notas, en el cual el propósito informativo se desvanece. La misma crítica ha sido hecha en contra de algunos museos del Holocausto que no sólo presentan la información -las pilas de cadáveres famélicos movidos por un buldózer- sino que parecieran regodearse con el horror. No hay recato frente al efecto de banalización de la muerte. Hay límites, todos debemos poder conocer las imágenes, pero los medios deben estar concientes de las consecuencias negativas de la magnificación que degrada a la sociedad. Provocar la nausea a través de la tragedia humana y su cosificación nunca será razón de orgullo informativo o periodístico.
Por lo visto los protocolos vigentes suponen que repitiendo escenas dantescas se agrega información. Los narcos deben estar encantados con esos protocolos que les ofrecen horarios estelares con tal de que la escena sea verdaderamente estrujante. Es mucho más eficiente en términos de cobertura decapitar a alguien y colgarlo de un puente, de preferencia después de haberlo castrado o haberle sacado los ojos, porque de acuerdo a los protocolos esa imagen puede ser transmitida y muy probablemente repetida en horario estelar. Se me hace que esos protocolos huelen a naftalina. Los tiempos que estamos viviendo no tienen precedente. Quiero recordar que algunos de los miembros de la nueva generación de comunicadores simpatizaron expresamente con la propuesta, fue el caso de Denise Maerker, Adela Micha o Carlos Loret de Mola, entre otros, quienes se refirieron al asunto en una emisión de “Tercer Grado” del Canal 2 en la cual Leopoldo Gómez, vicepresidente de noticieros Televisa, planteó la discusión. Si Leopoldo Gómez no la hubiera considerado pertinente no la hubiera propuesto como tema de debate.
Debo mencionar el caso de León Krauze quien abrió las puertas de sus emisiones a la propuesta. No sólo eso, según me han comentado el día en que aparecieron por segunda ocasión cuatro cuerpos degollados en un puente de la carretera que cruza Cuernavaca hacia Acapulco, León comenzó el programa informando sobre los hechos pero remató, palabras más o menos, usted está informado por lo tanto no vamos a transmitir las imágenes. En mi opinión, son esas decisiones las que nos muestran una clara conciencia sobre el impacto del oficio de informar y sobre los momentos que estamos viviendo. León Krauze no calló ni ocultó, informó pero no promovió el terror. Ahí está el quid de la discusión: si de verdad no se quiere que el terror se instale en definitiva como una forma de presión en contra del estado cada vez más extendida y poderosa, los medios deben fijar una postura al respecto. Pero hay más.
Parte de la eficacia de una contra estrategia informativa¡ por parte de los medios radica en hacerla explícita. Ese fue el caso de Discreción por Colombia o del Libro de Estilo de El País. Si los narcos no saben qué esperar de los medios, están siendo invitados a intentar lo que sea. Si a ello se le agrega el desconcierto de la novedad terrorista -una cabeza colgada en un poste de La Alameda- sumado a la velocidad con la que se deben tomar las decisiones, nos daremos cuenta de la fragilidad e irresponsable espontaneidad en la toma de decisiones cotidianas. Por eso las definiciones previas, la ruta de información acordada y conjunta, es tan relevante. Ella permite al informador dejarse llevar por criterios informativos y no sólo por la impresión o impresiones que generan las noticias. La responsabilidad de los medios frente a la sociedad es de tal magnitud y la tormenta de terrorismo de tal severidad, que lo mínimo que podemos hacer es reflexionar sobre las opciones más racionales para enfrentar el reto. El futuro de México está de por medio.