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jueves 02 enero 2025

El CEU a 30 años de distancia, su legado trasciende

por María Miroslava García Suárez

Queremos todo, lo siempre ajeno, o nunca nuestro, lo tomaremos”.

 

 

El nacimiento del Consejo Estudiantil Universitario de la UNAM en 1986 fue un parteaguas en la vida universitaria; hacer un balance en su 30 aniversario es necesario. Para ello se requiere una breve reseña de las circunstancias de aquel momento histórico.

 

 

La década del 80 del siglo pasado sacudió fuerte a México. A nivel económico, político, social y natural; en 1982 al final de su sexenio, José López Portillo nacionalizó el sistema bancario como medida desesperada ante la crisis financiera y la fuga masiva de capitales del país.

 

 

En 1984, la tragedia en San Juan Ixhuatepec o San Juanico como lo llama la voz popular, ubicado en Tlalnepantla, Estado de México, causó indignación. Una serie de explosiones de gas cobraron la vida de entre 500 y 600 personas según cifras oficiales, otras fuentes hablan de más de dos mil calcinados por el pésimo mantenimiento en los almacenes propiedad de PEMEX.

 

 

El terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México, no sólo derribó casas, edificios, negocios y hoteles, sino que sacudió la consciencia de millones de personas. El gobierno federal encabezado ¿o descabezado? por Miguel De la Madrid, evidenció su falta de preparación para afrontar de manera organizada una situación de tales proporciones y fueron los propios ciudadanos quienes tomaron la iniciativa para rescatar a los sobrevivientes y recuperar los cuerpos de los menos afortunados. A raíz del sismo surgió el movimiento urbano popular influenciado por diversas corrientes de la izquierda mexicana.

 

 

En ese marco el doctor Jorge Carpizo McGregor, rector de la UNAM, publicó en abril de 1986 el documento “Fortaleza y debilidad de la UNAM”; 30 puntos de diagnóstico que justificaban una serie de reformas sin haber sostenido un diálogo previo directo y frontal con la comunidad universitaria. “El Plan Carpizo” expresaba un mosaico de claroscuros sobre la situación universitaria desde el enfoque de las autoridades, pero faltaba a todas luces un verdadero auscultamiento para saber las opiniones y propuestas de investigadores, docentes, trabajadores y estudiantes.

 

 

La simulación de la consulta universitaria evidenció que a las autoridades y al gobierno les daba miedo la opinión de los jóvenes. Después del diagnóstico, se promulgaron las reformas del 11 y 12 de septiembre. Los principales puntos que permitieron aglutinar el rechazo masivo de los estudiantes fueron; 1. Cobrar cuotas de inscripción: en pocas palabras, que estudien los que puedan pagar; 2. Eliminar el pase automático de la Escuela Nacional Preparatoria y los Colegios de Ciencias y Humanidades. 3; Acotar la libertad de cátedra y de investigación a los docentes para vincular las cátedras a las necesidades de algunos sectores de la iniciativa privada.

 

 

El rector Carpizo planteó que un problema era el gran tamaño de la UNAM, dando por hecho que una Universidad de masas no puede tener calidad, lo que era un falso debate; optar por calidad o cantidad esa era la disyuntiva aparente. Se debe recordar que es justamente en estos años que el modelo económico neoclásico se adopta en el país como condicionamiento a acceder a más créditos provenientes del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

 

 

La filosofía de adelgazar al Estado ya era un compromiso público asumido por el gobierno mexicano desde que nuestro país entró al Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (GATT, por sus siglas en inglés) en 1985.

 

 

Cuando ingresé a la Escuela Nacional Preparatoria No. 6 “Antonio Caso” respiré los aires de libertad lejos del uniforme escolar y la estandarización que si bien tiene sus ventajas sociales es muy tedioso para los adolescentes; terminas por sentirte otro ladrillo en la pared. Hace 30 años tener el cabello corto estilo punk y de color morado era sumamente extraño para una joven y más aún en el contexto de la prepa de Coyoacán. Nunca imaginé la gran experiencia formativa que estaba por vivir y que ha dejado una huella imborrable en mí, corría la segunda mitad de 1986.

 

Siempre he estado en contra de las imposiciones: “así se hace porque lo digo yo…”, en automático brinca en mi interior un resorte para cuestionar ¿Por qué así y no de otro modo? Tal vez sea parte del ADN de la generación X, o sea como lo afirmó Marx “las condiciones materiales que determinan a los individuos”.

 

 

Los líderes visibles al inicio del CEU eran estudiantes de posgrado, Antonio Santos, Imanol Ordorika, Carlos Imaz y Guadalupe Carrasco. Llamaban por medio de conferencias de prensa a la comunidad estudiantil para realizar asambleas en cada plantel, discutir el diagnóstico y las propuestas explícitas e implícitas del rector Carpizo y a su vez hacer contra propuestas.

 

 

Lo primero que movió a los estudiantes de las prepas y cch´s fue la posibilidad de eliminar el pase automático. El razonamiento general fue: -Pues si ya hicimos examen y miles fueron rechazados, ¿cómo que tenemos que hacer otro examen para entrar a licenciatura? Nooo-, fue la respuesta multitudinaria, seguro habría mano negra y les darían preferencia a los egresados de bachilleratos privados.

 

 

Hubo un llamado general para invitar a los preparatorianos a hacer asambleas e informar a la comunidad y elegir a los tres representantes del plantel ante la plenaria del CEU. Así se hizo y me convertí en una de las representantes de prepa 6.

 

 

Los diálogos públicos transmitidos por Radio UNAM entre las autoridades universitarias y los representantes estudiantiles fueron escuchados por miles de ciudadanos que tomaron simpatía por el movimiento estudiantil. Estos diálogos demostraron que el CEU no sólo se oponía al “Plan Carpizo” sino que estaba generando propuestas interesantes, inteligentes y viables.

 

 

El CEU surgió 18 años después de la represión del 2 de octubre de 1968 con sus propias demandas y con una dinámica diferente; varios de los líderes del movimiento estudiantil del 68 eran profesores e investigadores en aquel año, ellos se agruparon en el llamado Consejo Académico Universitario (CAU), lo que permitió conformar un frente amplio universitario de estudiantes (CEU), académicos (CAU) y trabajadores (STUNAM) con una misma demanda: dar marcha atrás a las reformas universitarias impulsadas por las autoridades y comenzar un proceso profundo de auscultación que involucrará a todos los sectores de la UNAM en un Congreso General Universitario democrático y resolutivo.

 

 

En prepa 6, como en todos los planteles, se informaba diariamente a la comunidad, mediante periódicos murales y saloneo (del verbo salonear, acción informativa de los activistas que íbamos de salón en salón). Contra todas las apuestas de los medios masivos de información oficial se realizaron las asambleas en cada escuela, colegio, facultad e instituto universitario para tomar la decisión crucial huelga sí o huelga no. Después de amenazas contra los activistas y cortes de energía eléctrica la Prepa 6 se unió a la Huelga General Universitaria convocada por el CEU.

 

 

Los cinco puntos básicos de la huelga universitaria convocada por los estudiantes se sintetizaron así: 1) La suspensión de las reformas del 11 y 12 de septiembre de 1986; 2) La realización de un Congreso General Universitario democrático y resolutivo para llevar a cabo una verdadera auscultación y escuchar a todos los sectores; 3) Aumento del presupuesto federal destinado a la educación superior; 4) Ampliación de la matrícula en la UNAM y 5) Reconocimiento de las escuelas populares.

 

Viví la huelga en los turnos de guardia de la prepa 6, en las reuniones de la coordinadora de todas las prepas y los cch´s, en las plenarias larguísimas pero amenas del Consejo General de representantes del CEU, el voto del turno vespertino estaba en mis manos, representaba a mi comunidad. El movimiento formó a miles de cuadros políticos y sociales de manera intensiva; en unas cuantas semanas leímos la Constitución Política, textos del movimiento de 1968 de México y el mundo, literatura marxista, maoísta, trotskista, poesía, etcétera.

 

 

El CEU fue un movimiento triunfante, gozoso, divertido, remontó la tragedia de la represión del 68. Forjó a una generación que crecimos con la convicción de que no existe nada imposible. El CEU en las prepas contó con muchos cuadros femeninos con capacidad de decisión. Después de la huelga se renovó el Consejo Universitario de la UNAM, las autoridades temblaron, tuvieron que publicar la convocatoria para llamar a la comunidad estudiantil y hacer las elecciones pertinentes.

 

 

Fui electa Consejera Universitaria por el voto libre y secreto de los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria a los 17 años, lo que me permitió darle seguimiento directo a los avances de la Comisión Organizadora del Congreso Universitario (COCU) y a la realización del mismo.

 

 

Después de la huelga y en el proceso de la organización del Congreso el CEU ya comprendía varios grupos. Cuando terminé la prepa e ingresé a la Facultad de Economía formé parte de la Corriente de la Reforma Universitaria (CRU) que agrupaba a estudiantes de prácticamente todas las facultades y escuelas con una visión seria y propositiva para llegar bien preparados al Congreso; ahí destacaron los liderazgos de Ricardo Becerra, Ulises Lara y Alberto Monroy, aunque asistían muchos que hoy son figuras públicas. Se organizó un seminario sabatino que coordinaba el maestro Olac Fuentes Molinar. Era increíble cómo jóvenes universitarios matábamos el fin de semana ñoñeando y elaborando propuestas.

 

 

Cuando llegó el momento de inscribir candidaturas en la Facultad de Economía, todos éramos ceuístas de diferentes expresiones. Participé de manera individual sin corriente junto con Carlos Reyes Gámiz. Al final de los cinco espacios para delegados estudiantiles la corriente “ultra” de Economía ganó cuatro espacios y su servidora entro en cuarto lugar como delegada al Congreso, entonces tenía 19, la formación y experiencia de esos años es un tesoro de vida. Participé en la Mesa 4: “Métodos de enseñanza-aprendizaje” y fui electa Presidenta estudiantil de la misma.

 

 

Las aportaciones del CEU a la UNAM y al país todavía están presentes, la educación media-superior y superior permanece gratuita; el pase automático es una realidad para los jóvenes de prepas y cch´s; la libertad de cátedra es una realidad lo que garantiza la pluralidad; la realización del Congreso fue un triunfo y sus resolutivos todavía están vigentes, por ejemplo: propusimos la creación de los Consejos Académicos por Área del saber, se aprobaron y hoy tienen una vida académica real.

 

 

El CEU le devolvió a México la oportunidad de una educación superior gratuita y de calidad, visibilizó a los jóvenes como entes proactivos e inteligentes capaces de amar a la universidad y al país, de entablar diálogos de tú a tú con las autoridades y ganar debates, capaces de revertir reformas lesivas para los que menos tienen, capaces de conquistar espacios nuevos de decisión, capaces de organizar y llevar a cabo empresas tan grandes como un Congreso y llevar con la fuerza de la razón a ese escenario a las mismas autoridades para respetar acuerdos.

 

 

A través del tiempo los cuadros que formó el CEU se han desarrollado en espacios de la política de todos los colores y tendencias, en la sociedad civil y también en el ámbito artístico. ¡El CEU vive en la UNAM! ¡El CEU vive en México!

 

 

 

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