“¿Qué hubiera pasado si Cervantes hubiera conseguido el beneficio
de administración que pretendía razonablemente y con todo derecho
que la corona le hubiera dado para venir a Cartagena de empleado?
¿Qué hubiera ocurrido? ¿Hubiera escrito Cien años de soledad, por ejemplo?“.
Víctor García de la Concha, director de la RAE
Las mariposas amarillas se mezclaron con los aplausos, los acordes de la música vallenata y los recuerdos de aquella casa en Aracataca, con su propio vuelo de alas ambarinas y soleadas atravesando el camino desde los almendros dulces hasta los benditos jazmines del jardín. Pero no sería esta vez la ensoñación recurrente que ha persistido en la memoria del escritor, la de la casa llena de presagios, evocaciones y fantasmas, a la que de alguna manera regresa todas las noches y en la que entonces se despierta con la firme convicción de que el tiempo se ha detenido.
Muchos años después, Gabriel García Márquez recordaría este día, en el que sostuvo el primer ejemplar del millón que ha sido el tiraje inicial de la edición conmemorativa de Cien años soledad; recordaría que ni en el más delirante de sus sueños habría llegado a imaginar que asistiría a ese acto, al homenaje que recibió por parte del mundo hispanoparlante que lo ha reconocido como uno de sus más grandes autores.
Cartagena de Indias fue la sede generosa del IV Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE),que será recordado sobre todo porque ha sido la fiesta de García Márquez en un año en el que ha celebrado sus 80 años de vida, 40 años de la publicación de Cien años de soledad y un cuarto de siglo de haber recibido el Premio Nobel.
Con el acento colombiano y caribeño diluido en su voz baja, Gabito, tímido, como es él, ha contado parte de la historia que lo llevó a escribir el devenir de la dinastía de los Buendía inscrita en los lindes de Macondo, y los episodios difíciles que atravesó en el camino de esa centuria en soledad que recorrió durante 18 meses “con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal”.
Los asistentes al Auditorio Getsemaní del Centro de Convenciones de Cartagena, amigos y lectores todos, siguieron con atención las palabras de García Márquez sólo para interrumpirlo de cuando en cuando con aplausos que de a poco alcanzaban a quebrar, conmovida, la voz del escritor que a pesar de la emoción lucía algo cansado, con el peso de tantas páginas, años y soledades a cuestas.
Dentro del homenaje que organizaron las Academias de la Lengua, el Instituto Cervantes y el gobierno colombiano, participó el escritor Carlos Fuentes, quien narró cuál fue su primera impresión al leer el manuscrito de Cien años de soledad. El autor de La región más transparente recordó algunas líneas que escribió al argentino Julio Cortázar, al respecto del libro de Gabo.
“Acabo de leer Cien años de soledad: una crónica exaltante y triste, una prosa sin desmayo, una imaginación liberadora. Me siento nuevo después de leer este libro, como si les hubiese dado la mano a todos mis amigos. He leído el Quijote americano, un Quijote capturado entre las montañas y la selva, privado de llanuras, un Quijote enclaustrado que por eso debe inventar al mundo a partir de cuatro paredes derrumbadas.”
Por su parte, Víctor García de la Concha, director de la RAE, narró divertido la anécdota a partir de la cual se explica el hecho de que Cartagena haya sido la ciudad anfitriona de la cuarta fiesta de la palabra en castellano.
“En una visita que hice a García Márquez y a Mercedes en Barcelona. ‘Cuando el rico viene al pobre -me dijo-, algo bueno le traerá’. Y yo le dije -Mercedes testimonia que es verdad-, ‘aquí el rico eres tú y yo soy el pobre que viene a pedirte que nos dejes hacer una edición popular… Y Gabriel García Márquez no hacía más que decirme: ‘Sí, pero al que yo quiero ver es al rey’. Y yo le decía, ‘Sí, Gabo, pero mira, es una edición, te he traído la del Quijote… ves qué hermosa es, popular, pero noble y se vende a un precio muy económico y de los dos millones y pico que iban vendidos entonces casi todos han ido a parar a manos de los jóvenes…’. ‘Sí, pero yo quiero ver al rey’. Yo entonces llamé al jefe de la casa del rey, quien puede testimoniar que fue así, y con ello, efectivamente, Gabriel García Márquez fue a visitar al rey.
“Días más tarde, yo le pregunté: Señor, ¿cómo fue la visita de García Márquez? -perdón, señor, por contarlo-. Y su majestad me dijo, ‘Muy sencilla, me dijo: Tú, rey, lo que tienes que hacer es ir a Cartagena’.”
Los reyes de España, más de siete mil 500 asistentes, 200 ponentes -y hasta el ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton quien arribó a mitad de la ceremonia inaugural- acudieron puntuales a la cita en Cartagena, que se ha convertido ya en una afortunada tradición desde 1997 cuando Zacatecas recibió al primer CILE, pasando después por Valladolid y Rosario, donde ha habido la feliz oportunidad para reunirnos y celebrar el gusto de hablar la lengua española.
Aquellos pies descalzos
El Centro de Convenciones de Cartagena se encuentra arrinconado por el Muelle de los Pegasos y el barrio de El Arsenal. Desde sus ventanales y la comodidad del aire acondicionado, fue posible mirar el mar Caribe que en esa parte baña con tranquilidad, oscuro y turbio, a la ciudad amurallada y al buque insignia de la marina colombiana, el Gloria, que por entonces atracaba en aguas cartageneras.
El hotel donde me hospedé se encuentra ubicado en la Calle Segunda de Badillo, en la misma vía -y quizá en la misma casa, no lo sé- donde residió la familia De la Espriella, amigos entrañables de García Márquez a los que acudía con sus folios de papel periódico, escritos a mano, en los que se asomarían los primeros trazos de lo que posteriormente sería la saga de los Buendía.
A la vuelta de cada rincón de Cartagena era posible encontrarse con fragmentos de la historia que Gabo ha vivido sólo para contarla.
Y aunque el festejo ha sido casi todo de García Márquez, el IV CILE también tuvo momentos en los que las palabras se alejaron de las puertas mágicas de Macondo para referirse a una dolorosa realidad.
“Tenemos corona de laureles pero andamos con los pies descalzos. El hambre, el desempleo, la ignorancia, la inseguridad, la corrupción, la violencia, la discriminación son todavía desiertos ásperos y pantanos peligrosos de la vida iberoamericana”. Hace tres años, Carlos Fuentes ponía el acento en el principal problema que vive la lengua castellana. La frase quedó tatuada en la memoria de muchos de quienes asistimos al Teatro El Círculo de Rosario, durante el III CILE (ver etcétera, diciembre 2004 y enero 2005).
Esta vez, ha sido el escritor español, Antonio Muñoz Molina quien durante la ceremonia de inauguración ha acuñado uno de los enunciados más contundentes e inolvidables en Cartagena. “El enemigo del español no es el inglés, sino la pobreza. El enemigo no es Internet, sino la ignorancia”. La idea fue documentada por Tomás Eloy Martínez quien mencionó un dato desconsolador: 80% de la población cartagenera vive sumida en la pobreza.
César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes, apostaría porque “el español sea una de nuestras grandes fuentes de recursos. Lo es ya, lo ha sido desde hace mucho, inmensa riqueza cultural, pero la lengua que hablamos casi 500 millones de personas y que se ha convertido en vehículo de comunicación internacional será también, si nos preparamos de forma adecuada, una de las principales vías de ingresos económicos para nuestros países.
“Hace unos años, un estudio encargado por el Instituto Cervantes estableció que el español suponía el 15% del Producto Interior Bruto de España. (…) Detrás de los fríos números se encuentran muchas cosas. Porque miden el impacto que produce el trabajo de nuestros escritores, cineastas, periodistas, profesores y científicos; la labor de nuestras editoriales, de los medios de comunicación, de las fundaciones culturales y educativas, las acciones de patrocinio de las empresas con mayor visión, de la enseñanza y de las tecnologías de la información y la comunicación. Miden, en definitiva, la rentabilidad social de nuestra cultura.”
El IV CILE tuvo como hilo conductor el “Presente y futuro de la Lengua Española. Unidad en la diversidad”. La sesión inaugural y el homenaje a Gabriel García Márquez concluyeron con una lluvia de papeles amarillos, reminiscencias de las mariposas rubias que volaron sobre los cielos de Macondo y que regresaban a Cartagena sólo para agasajar a su hijo predilecto, quien ha vendido más de 40 millones de libros en todo el mundo y cuya obra principal ha sido traducida en 39 idiomas.
La saludable diversidad
Hay que decirlo. El trabajo de cubrir el IV Congreso de la Lengua no fue sencillo. Durante dos días se desarrollaron dos rondas de páneles simultáneos, cinco pasadas las 15 horas y los otros cinco restantes al filo de las 17:30. La mayor complicación radicó en el hecho de que no hubo transcripciones ni estenográficas de las ponencias presentadas, salvo en contadas ocasiones. Los organizadores advirtieron a los reporteros que el Instituto Cervantes tendría disponible dichas versiones hasta una semana después de concluido el congreso.
Entonces fue casi imposible enterarse, por ejemplo, de lo que Antonio Navalón, delegado de Grupo Prisa en México, diría sobre el español como lengua de intercambio comercial, cuando al mismo tiempo Tania Libertad, Carlos Vives y Fito Páez hablaban sobre “La canción hispana y la sociedad globalizada”, e improvisaban duetos al piano que tocó el cantautor rosarino. (Esta mesa, por cierto, una de las más concurridas con la de “El periodismo cultural iberoamericano”.) Junto a este descuido logístico, estuvo el hecho de que la actualización de la página del IV CILE fue lenta, por lo que no se pudo rescatar con oportunidad la información de cada discusión. Y aunque un par de pantallas gigantes en la sala de prensa permitían seguir en vivo los pormenores de las sesiones que tuvieron lugar en el Auditorio Getsemaní, no se colocaron bocinas que permitieran rescatar un audio de calidad. (En www.etcetera-noticias.com usted puede consultar nuestra cobertura completa del CILE.)
Los medios colombianos dedicaron amplios espacios al homenaje a Gabo y algunas actividades paralelas, como el concierto del 26 marzo, pero hubo días en los que no se mencionaron los trabajos del CILE. La agencia EFE fue la que realizó una cobertura más vasta; que sirvió para que varios medios, como Reforma y El Universal, dieran cuenta de algunos pormenores del evento.
El desinterés mostrado por los medios ante el congreso fue tema de discusión en el panel dedicado al periodismo cultural en el que participaron el periodista colombiano Daniel Samper; el presidente de la Fundación de Nuevo Periodismo, Jaime Abello; el escritor argentino Martín Caparrós; el puertorriqueño Héctor Feliciano; Álex Grijelmo, director de la agencia EFE; Juan Ramón Martínez, periodista hondureño, y Carlos Monsiváis de México.
Durante esta mesa, Abello Banfi enlistó características que hacen muy similares a los medios en Latinoamérica, “y tienen que ver con desigualdad social, concentración y falta de pluralidad”.
Caparrós realizó una espléndida exposición sobre la crónica y criticó a los medios impresos que han abandonado el género, al mimetizarse con la televisión a través del abuso de recursos como infografías. “Creen que es mejor pelear con la tele con las armas de la tele”.
Álex Grijelmo destacó el valor de las columnas y artículos dedicados a temas lingüísticos y señaló “que este tipo de textos aun tratándose a todas luces de periodismo cultural, estas colaboraciones obtienen por lo regular otros lugares destacados, eso sí en los periódicos, junto a los artículos más sesudos del día o con una relevante tipográfica que los dota de una personalidad indiscutible”.
Carlos Monsiváis reconoció la labor que en México realizan “las estaciones de radio y televisión dedicadas a la cultura (que) funcionan curiosamente muy bien, y esto no por culpa de la televisión privada, pero se les hace un lado por falta de rating“.
Héctor Feliciano, autor de El museo desaparecido, se refirió al valor y la necesidad de promover la investigación periodística en la fuente cultural; y el hondureño Juan Ramón Martínez habló de su lucha constante como editor de cultura por hacerse de un espacio en los medios. Las sesiones plenarias del IV CILE arrojaron también reflexiones interesantes. Humberto López Morales, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua, fue el encargado de dilucidar la “Unidad en la diversidad lingüística” en el español, premisa en torno a la cual se construyeron las discusiones del congreso. Y presentó datos contundentes respecto a la saludable unidad y enriquecedora diversidad que goza nuestro idioma: el vocabulario común que comparten los países hispanos supera el 90%, un ejemplo claro de esto es que sólo se escuchan y escriben 25 regionalismos, por cada diez mil palabras que se escuchan en la televisión.
López Morales expuso que según un estudio elaborado por Raúl Ávila, investigador de El Colegio de México, en el que se analizó un total de 430 mil palabras utilizadas en la radio y TV mexicanas, se “concluyó que el léxico general hispánico que se encontraba en ese corpus correspondía a 98.4% del total. Es decir que el vocabulario diferencial obtenía un porcentaje verdaderamente residual que ascendía a 1.6%”. Y añadió la cifra de un estudio adicional, en el cual se hizo una revisión de 133 mil vocablos seleccionados del habla de Madrid y determinó que 99.9% del vocabulario es común al de México. Las diferencias estarían, de acuerdo con el académico, en “la diversidad inevitable del habla popular”.
No obstante este diagnóstico, Juan Gossaín, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, preguntaría si ¿la diversidad nos une o nos fragmenta? “En la lengua castellana de estos días que corren, diversidad podría ser el nuevo nombre de la torre de Babel. La diversidad, tan seductora como suelen serlo las palabras femeninas, no sólo es engañosa sino paradójica”.
Gossaín diría también que ante esta situación, “La prensa es nuestra mejor compañera de viaje porque la prensa hace entre la gente pedagogía del idioma, para bien o para mal. El lenguaje de los medios de comunicación tiene entre la masa un valor sacramental. Don Juan Grillín, poeta festivo de alto vuelo, sostiene que si la Real Academia ‘pule, fija y da esplendor’ al español, los medios de comunicación son su verdadera caja de herramientas. La prensa es el lenguaje activo”.
A las puertas de Macondo
Viernes, 30 de marzo. El camino hacia Aracataca es largo. Desde Cartagena hay que pasar varias horas en el automóvil que recorre la angosta carretera, unos cuatro retenes militares que de cuando en cuando nos detienen para revisar el vehículo y el paisaje desolado y continuo de una ciénaga colombiana, que muestra uno de los rostros más paupérrimos y adustos de este país.
No fue posible alquilar un auto y hubo que recurrir a una camioneta que llegara hasta el lejano pueblo que sólo se encuentra dibujado en el olvido de muchos mapas. La primera travesía tuvo lugar precisamente con la búsqueda de una agencia en Cartagena que realizara el viaje hasta Aracataca por un presupuesto menor al medio millón de pesos colombianos, algo así como unos 250 dólares.
Con el andar del kilometraje, la cálida humedad y la brisa cartagenera comienza a menguar desde el paso por Barranquilla, Ciénaga y Fundación, mientras que el calor empieza a quedar suspendido y quieto en el ambiente, como un sopor morboso y persistente que agobia al paso del tiempo y pone una pesada carga en los párpados que inevitablemente terminan por cerrarse. Podría alegar que ha sido producto del cansancio derivado del trabajo y la rumba sin tregua que he vivido en Cartagena, donde la romería de sus calles empieza temprano, mientras que sus noches precoces pueden pasar por largas serenatas de mariachi, vallenato y tango. Podría alegar eso para explicar que de entre las plantaciones de bananos que anuncian la llegada a Aracataca, me ha parecido ver el rostro mulato del coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, el vuelo ligero de Remedios la Bella que ascendió al cielo y los pasos gitanos y montaraces de Melquíades envueltos en un intenso olor a solimán.
No hay mariposas amarillas en Aracataca. Macondo anuncia que es tal con un letrero colorido que saluda a los visitantes: “¡Bienvenidos al mundo mágico de Macondo! Tierra Nobel”. La estación de trenes luce desierta y el río otrora de aguas cristalinas y frías, conserva sólo su gélido aliento, aunque guarda la promesa de que quien beba sus aguas, siempre volverá a este pequeño pueblo. No hay rastros, tampoco, de los almendros dulces. La casa número 619 de la calle Monseñor Espejo está cubierta por las redes de una remodelación que promete tenerla lista en noviembre, fecha en que se convertirá el nuevo museo de García Márquez, según ha confirmado Rubiela Reyes, la amable guía del lugar.
La oficina de la Administración Postal alberga en calidad de mientras los objetos, tesoros de los habitantes de Aracataca, que serán las piedras angulares del lugar que dedicarán para su premio Nobel: libros, fotografías, recortes de periódicos amarillentos, pinturas, una vieja máquina de escribir y un montón de anécdotas que de tarde en tarde, después de la hora de siesta, algún cataquero recuerda sobre Gabito y los muertos con los que convivió desde su infancia.
Aracataca, Macondo, es un pueblo en el que las horas se marcan diferente, al compás de la espera por descifrar la última página de los pergaminos mágicos de Melquíades, donde todo ha sido irrepetible desde siempre y para siempre.
Algún amigo colombiano me ha dicho que la historia de Macondo es la misma que la de su pueblo, la de una estirpe que desea asistir al último de sus años en soledad para tener una segunda oportunidad sobre la tierra.
Hasta luego, Cartagena
29 de marzo. La sesión de clausura del IV CILE concluyó al filo de las siete. La oscuridad se instaló sobre Cartagena y sus murallas desde temprano, lo justo para permitir celebrar la dicha de este encuentro con la luz colorida de los fuegos artificiales que amortiguaron un poco la nostalgia de la despedida. Las Academias de la Lengua saludan a Chile, quizá Valparaíso, como sede del próximo congreso en 2010, año del bicentanario de la independencia de la mayoría de los países latinoamericanos, mientras se despiden del amable Caribe colombiano y sus noches que no tienen mejor fin que el paisaje de una luna inmensa y plateada que se ahoga como la más hermosa del mundo en las aguas tranquilas de su mar.