Estoy en la sala de profesores del Colegio de México con Gilles Lipovetsky, autor de una generosa obra que ha generado entusiasmos y controversias. Su obra, cardinal para entender los numerosos dispositivos y pliegues con que se organiza la sociedad de consumo hipermoderna, ha sido traducida a los principales idiomas del planeta. Entre sus libros más connotados están La era del vacío (1983), El imperio de lo efímero (1987), El crepúsculo del deber (1992), La tercera mujer (1997), La metamorfosis de la cultura liberal (2002), El lujo eterno (2003) y Los tiempos hipermodernos (2006).
¿Cuales son las diferencias entre la posmodernidad descrita hace 25 años y la hipermodernidad anunciada en su libro que apareció en 2006?
La posmodernidad fue un concepto popularizado en los 80. Yo mismo lo acepté; no obstante, los años siguientes, con el frágil desarrollo social, me hicieron rechazarlo. Comprendí que no hay más una sociedad posmoderna, ya no hay una realidad posmoderna. La verdad es que la modernidad no fue enterrrada totalmente; la idea de posmodernidad no quiere decir nada ya. Hay que radicalizar la modernidad en torno al nuevo estado de la modernidad llamada hipermodernidad. Este nuevo concepto está compuesto por tres elementos fundamentales: la ciencia, el mercado y los derechos humanos. Estos tres principios se construyeron en la primera modernidad inaugural. Junto a esa lógica no hay nada que obstaculice su expansión planetaria. En ese contexto, estamos en una suerte de exceso de la modernidad-hipermodernidad, que a su vez nos remite a través de la Red a la economía de mercado y a los intercambios turísticos. Fenómenos individuales que generan hiperconsumo y una serie de desórdenes de conducta que muestran finalmente que una vez más, los principios constitutivos de la modernidad no están muertos, al contrario, se volvieron enteramente estructurantes de la sociedad del mundo.
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