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La histeria, en mis recuerdos de estudiante de psicología en la preparatoria a través de un curso impartido por un señor que veía fijamente y se peinaba como el volcán Paricutín, se podría definir (perdone querido lector la falta de rigor) como una enfermedad en la que sin lesiones o causas fisiológicas aparentes, la gente entra en episodios que van desde el perder la vista hasta empezar a pegar de gritos y arrastrarse en el suelo en arrebatos que la primera actriz Marga López bordó en la época de oro del cine nacional. Por supuesto el término médico que aplica a mujeres y varones se ha desacreditado cuando el marido que llega hasta la madre a las tres de la mañana con confeti y abrazando al mago, recibe una lluvia de insultos a los que responde con parsimonia: “estás histérica”.


Bien, este no es un tratado médico que disto mucho de ser capaz de redactar, ya que mis conocimientos en la materia dan para saber que el Vick Vaporub tiene propiedades curativas universales, que es lo que creía mi difunto padre, ya que lo aplicaba lo mismo para un enfisema pulmonar que para un piquete de hormiga.


Siempre he creído que los temas son el sol, la plataforma tecnológica, Twitter y los tuiteros, las hormigas que se alborotan ante el calor producido. No hay tema que dure más que horas y en un caso extremo, algunos días. Pensemos en nuestra amada intelectual Kate del Castillo o en la contingencia ambiental. En ambos casos se produjo un revuelo entomológico y de coyuntura en el que volaron y vinieron opiniones sin ton ni son hasta que el interés se diluyó casi instantáneamente. Se me podrá argumentar que Twitter da sólo para eso, para la reacción inmediata y no para escribir El Quijote de la Mancha y es probable que se tenga razón, sin embargo, percibo un fenómeno de transformación en los procesos que nos comunican, éstos se han vuelto horizontales, en el sentido de que reúnen a gente que en otra circunstancia jamás se conocería, y superficiales en el sentido de que son principalmente adjetivos y carentes del más elemental análisis.


Hay tres causas que, me parece, desatan el revuelo del enjambre. Una primera y muy señalada es que alguien meta la pata. Los ejemplos sobran; la adolescente alcoholizada que saca un billete de a cien para sobornar policías que se ven menesterosos; el idiota que manda una fotografía en primer plano de su miembro viril enhiesto y luego dicen que lo hackearon; o la imbécil que se burla de los hábitos de la gente pobre. Desde luego bastaría tener dos dedos de frente para entender la catástrofe por venir pero ya se sabe que la lucidez no es un patrimonio nacional. Un segundo elemento es el de una nota escandalosa como la de la Casa Blanca de la Primera Dama que a alguien lo cacharon en una conversación telefónica; o que se informa que los diputados se asignaron 200 millones de pesos para pitos y flautas. En este caso la indignación estalla de manera virulenta y tenaz, el problema es que toda esta energía, que daría para proveer de luz a Tejupilco, se diluye en propuestas tan idiotas como “hacer un boicot a Televisa” o “no consumir productos Bimbo” que son como llamados a misa y de los cuales varios nos pitorreamos.


La tercera y última razón son las efemérides, escribo esta columna el 10 de mayo y si no he vomitado es porque tengo un estómago fuerte y me tomé medio litro de Kaopectate. Van y vienen fotografías con rositas y pensamientos que escandalizarían a un buitre. Las mamás se mandan felicitar con un criterio de reciprocidad y la nube estalla en asuntos que podrían provocar un coma diabético.


Esta histeria, insisto, no es una buena noticia, en la medida que sacrifica el análisis por la pirotecnia efectista. Pero como he dicho hace décadas, para los gustos se inventaron los colores y mi talante neurótico puede sesgar mi criterio de manera irremediable. Supongo que el tema de mañana rondará sobre el día internacional de las mascotas, lo dicho…histerias.

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