Me gusta esta fotografía, miren ustedes: retrata una circunstancia de hace casi 100 años; es Chicago en 1922 y varias jóvenes serán llevadas a la comisaría por usar prendas demasiado cortas según las medidas que, en ese entonces, delimitaban la decencia. No sólo me llama la atención la voltereta de las piernas y la regia figura calipigia de la muchacha que está cerca de ser echada a la fuerza a la furgoneta, también está aquella señora que sujeta a la otra chica que correrá la misma suerte y por eso su rostro asustado. (El bikini, toda una bomba y los expertos saben por qué le llamo así, sería inventado 24 años más tarde, como parte de la oferta lúdica y sicalíptica de cada quien, en un contexto de mayores libertades, y renaciendo la alegría luego del fin de la Segunda Guerra Mundial –aunque hubo problemas para darlo a conocer pues las modelos se negaban a desfilar con la prenda).
Entonces, este es Chicago en 1922, y esta una instantánea de los limites legales y morales de la época. Casi cien años después, pero en el nombre del feminismo y su bandera contra los estereotipos, la decencia cobra el mismo rostro autoritario y, como recordó Javier Marías en un artículo para El País, ahora las tenistas no podrán usar minifalda porque serán multadas y las edecanes no podrán dar un besito al ganador de alguna carrera de autos. Es decir, estamos frente a una regresión enorme promovida por los vientos de la política correcta y la ideología que intenta suprimir las libertades, a la mujer que con toda libertad decide mostrar su figura turgente y el de los mirones que, con su permiso y respeto, podemos admirarlas y quizá, sólo quizá, evocarla en nuestra soledad febril que de este modo y de todas las formas posibles las hace consigo, como incluso puede suceder con esta fotografía.