Los medios y los periodistas, hoy, ocupan un lugar central en la discusión pública. Se abordan no sólo como arena o vehículo del debate, sino que tienen un lugar como tema de debate.
Particularmente, se analiza y se discute la relación entre medios y violencia en sus distintas direcciones. Sus posibilidades de actuación en el marco de los riesgos a la libertad de expresión; las responsabilidades que tienen de comunicar en contextos de amenaza. En un sentido, por las agresiones e intimidación creciente del crimen organizado; pero en otros por la forma en la que las coberturas contribuyen a crear atmósferas de violencia en el país o sirven a la pretensión de generar temor de parte del crimen organizado.
Por supuesto, se trata de aspectos muy distintos en la reflexión sobre el ejercicio de la prensa, pero tienen en común que, en una u otra dirección, se parte de la pregunta sobre cómo y en qué condiciones deben hacer su trabajo los periodistas. En un caso, para reclamar las garantías mínimas de seguridad para ejercer la profesión, en otras para cuestionar los usos y costumbres, prácticas y vicios, con los que el “mensajero” selecciona, jerarquiza y transmite la información, especialmente la relacionada con la seguridad pública y la lucha contra el narco. Incorporar esta pregunta al debate público también es una novedad en las discusiones públicas del país. La ética en el periodismo fue durante mucho tiempo un asunto de escaso interés. La cuestión estuvo ausente de las preocupaciones generales porque durante décadas el grueso de los medios sirvió como correa de transmisión de las élites gobernantes.
Bien decía en un reciente artículo el colombiano Javier Darío Restrepo que “lo que hoy sufre el periodismo mexicano le está haciendo ver sus debilidades, pero también sus posibilidades”. Se refería a la situación de amenaza bajo la que se encuentran los informadores por el doble fuego que hoy padecen de parte del crimen organizado y de otros poderes, especialmente en los estados. En esas condiciones -nos recuerda- salen los peores vicios tanto como las oportunidades de cambio. ¿Cuáles son las que debería tomar y cuáles las que tendría que dejar atrás?
La primera, y central para el futuro, es recuperar al lector o a la audiencia en el centro de la actividad periodística. Si los términos de referencia del debate atienden a la pregunta sobre cómo cumplir con la obligación de informar, -y no sobre cómo dejar de hacerlo como quisieran los violentos-, el punto medular es colocar al ciudadano y su derecho a saber, como el sujeto y finalidad de la tarea. El ciudadano es, para citar a Restrepo, su primera lealtad.
Una de las mayores debilidades del periodismo mexicano para reaccionar ante la amenaza del narco e informar con calidad en las condiciones actuales es su pobre vínculo con el ciudadano. De ello dan cuenta los bajos tirajes, pero sobretodo la poca cercanía que el ciudadano percibe y lo escasamente representado que se siente por los integrantes del gremio.
Resulta comprensible que si durante mucho tiempo los medios estuvieron más preocupados por servir a la comunicación entre las élites que a la gente, ahora el ciudadano común no encuentre razones para hacerse cargo de los problemas que afectan a los periodistas.
Ello puede apreciarse en la débil y lenta respuesta de la sociedad a las agresiones contra periodistas, a pesar de que hoy México es uno de los países más peligrosos para ese trabajo y en varios estados la libertad de expresión está conculcada por la autocensura. En los últimos 20 meses han muerto o desaparecido casi uno por mes. La ciudadanía en cambio, presta oídos dúctiles a acusaciones sobre el impacto de los medios en la difusión de la violencia como los que reiteradamente hace el gobierno respecto a los narcomensajes o presentación de imágenes violentas.
Afortunadamente algunas de estas cuestiones parecen haber comenzado a cambiar, como pudo verse en la reciente marcha tras el secuestro de cuatro periodistas en Durango.
Nadie pone en duda la mayor libertad que respira la prensa desde la alternancia en el poder, incluso desde antes, pero también que han aprovechado esos terrenos para explotar la pluralidad como oportunidad de negocio y la violencia como punto de venta. Explotar sentidos, instintos y pasiones genera ventas, pero no necesariamente lectores o audiencias, no al menos esos seguidores leales que están ahí un día y el otro también para conocer lo que en “su medio” se informa, explica y opina de un tema.