México y las drogas: de lo espiritual a lo bélico

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Pero visto desde una perspectiva a la que los académicos llaman mesoeconómica, es decir, desde las comunidades, es un beneficio el hecho de que haya habido algún señor que quién sabe qué negocio tenía pero que dio el dinero para construir la iglesia, el centrito de salud, la escuelita, para remozar las calles, para permitir que a los pueblitos ya no sólo se llegara en avioneta y que hubiera aunque sea una carretera de terracería. Se trataba de varias generaciones de personas de esas regiones tan olvidadas no sólo por el gobierno sino también por la sociedad mexicana en su conjunto.


El hecho de que algunas generaciones no se hayan muerto de hambre ya es, desde la perspectiva de las comunidades, un beneficio, así de fácil.


¿Es lo ideal? Por supuesto que no. Debería haber políticas de desarrollo que no solamente se preocuparan por la percepción macroeconómica sino también por modificar la idea de que el narcotráfico es la única manera de ascensión social en estas comunidades, de que es la única forma en que los medios de comunicación, los especialistas y los políticos se van a interesar en estas comunidades.


Pero ese beneficio ha tenido costos muy altos. En ese sentido otro ensayo muy revelador tiene un dato importante: 1976 fue el año más violento en la historia de Culiacán, cuando hubo 543 homicidios. ¿Qué ocurrió en aquel entonces y cómo se detuvo aquella matanza?


Explico ese año en términos estratégicos por el regreso de los soldados de Vietnam, el aumento del consumo de opiáceos en Estados Unidos y el cierre de la ruta turcofrancesa, que provocó que el precio de la heroína negra mexicana se triplicara. Entonces muchos campesinos, los poquiteros, los gomeritos —como les llamaban en aquella época— comenzaron a obtener recursos que les permitían volverse patrones.


¿Qué es lo que siguió? Operativos militares: la Operación Cóndor. ¿Solucionó la violencia? al contrario: no sólo incrementó silenciosas masacres en las comunidades campesinas, porque esa operación no fue parte de una guerra contra las drogas sino una operación anticampesina, zen la cual, como se puede ver en la selección de fotos inéditas que logré rescatar de los archivos de los hermanos Mayo, no solamente se llevaron entre las patas a los campesinos sino también a muchos jóvenes estudiantes que participaban en aquellos momentos en movimientos opositores al régimen autoritario del PRI.


No se acabó la violencia: ésta tiene que ver con incentivos de mercado globales, y los operativos que vinieron después no acabaron con ella sino que iniciaron ciclos de violencia muchos más complejos y más dispersos en el país, porque muchos de los líderes del narco, cuya juventud la vivieron en medio de los operativos anticampesinos de los años 70, se distribuyeron en todo el país, y después fundaron organizaciones criminales en Ciudad Juárez, Tijuana, Mexicali y en cada uno de los puntos de la frontera.


También habla de la narcocultura: con ésta se enfrenta el riesgo, le da un valor organizacional y creo que otro aspiracional al oficio. Dice que, finalmente, esto tiene que ver con los mercados. ¿Cuál es el fondo y el significado económico de la narcocultura?


Creo que es la manera violenta y corrupta con que en México nos estamos relacionando con las drogas en la actualidad. Lo que yo quiero decir allí es que la narcocultura no se circunscribe a unos seres exóticos que usan botas de piel de avestruz, cinto piteado, camisa Versace, pantalón atrincao Louis Vuitton y lentes Prada.


El retrato del narco como un ser exóticoes como un artefacto semiótico que usamos las clases intelectuales, las clases altas, para que lo que nosotros hacemos, la manera en que nos relacionamos con las drogas, no suenen a narcocultura. Los mexicanos tenemos una relación directa o indirecta con esta tragedia, y cada uno debemos ir a recoger nuestro pedacito de responsabilidad. La narcocultura es un sistema en el que todos estamos metidos. La discusión pública de la corrupción política (lo que ahora llamamos “narcopolítica”) también es narcocultura, intercambio de significados alrededor de estas sustancias que tanto daño nos han hecho.


Propongo ver la narcocultura para acercarnos a nuestra propia historia, nuestras diferentes relaciones con las drogas y que comencemos a participar en la sofisticación de esa cultura no sólo de manera funcional al mercado negro de drogas, sino para crear nuevas ideas que nos permitan dejar de enriquecer a contrabandistas y políticos corruptos, y empezar a cuidar tanto a nuestros productores y a nuestros consumidores de productos legales o ilegales como connacionales, no como estos personajes lejanos y superexóticos.


En el libro dice que debemos imaginar y crear nuevas nociones de reparación de los daños, de justicia. Habla de formación de las comisiones de la verdad e incluso de una suerte de Plan Marshall. A grandes rasgos ¿cuáles son sus ideas acerca de esta reparación de daños y de justicia?


Mi propuesta es que el gobierno mexicano escuche tanto al movimiento de las víctimas, del cual han sido parte Javier Sicilia, las madres de los desaparecidos, etcétera, como al movimiento por la reforma de la política de drogas, que hace propuestas de legalización. El daño que la guerra contra las drogas ha sido brutal, y merecería la colaboración de las grandes potencias prohibicionistas en la reconstrucción de México.


También tenemos que pensar en poner la justicia en el centro del desmantelamiento de la prohibición de las drogas.

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