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Los medios de comunicación son narradores, blanco de estrategias de comunicación y víctimas cuando se trata de la violencia que enfrenta el país. Pero ¿son corresponsales de la misma? Habrá quien señale que no, que la sola pregunta sobra, cuando lo que los periodistas presentamos es sólo un reflejo de lo que pasa en la realidad.

Sin embargo ese discurso, cada día, parece perder terreno ante el conocimiento cada vez más generalizado de que los medios no mostramos aquello que llamamos realidad, sino nuestra interpretación de la misma, ejercicio que hacemos a partir de seleccionar que de todo lo que pasa resulta relevante, cuál es el peso que tiene cada nota y cómo la presentamos ante el público. Es decir, que de forma inevitable y sin que implique una carga negativa, los medios necesariamente manipulamos la información en el proceso de convertirla en noticia.

Y es ahí donde reside nuestra responsabilidad. En las palabras, las imágenes y los sonidos que empleamos para comunicar. Por ejemplo, -como ocurriera hace algunas semanas- en un intento de linchamiento en el Distrito Federal. El periódico La Prensa relató la manera en que “la libraron” personas a las que describió como “ratas”, palabras acompañadas de las fotografías de los presuntos delincuentes golpeados y sin ninguna distorsión en su rostro, confirmaba que las personas primero fueron juzgadas por los habitantes y luego por el diario.

Esta práctica se repite en la televisión al mostrar las imágenes de personas detenidas, lo mismo por el operativo del alcoholímetro que los presentados ante el Ministerio Público, si están bajo los efectos de alguna droga, lo que después los hace blanco de burlas como se muestra en las decenas de videos en Youtube, todos sacados de la televisión.

Historias que son presentadas como inocentes y simpáticas pero, en el fondo comparten la misma lógica de aquellas imágenes con las que las autoridades muestran a los “presuntos” responsables de un delito pero en medio de una escenografía -hombres encapuchados, armas, etc- de tal suerte que todo los señala como culpables, aun cuando no ha existido un juicio de por medio.

Estos recursos que se siguen utilizando desde la autoridad y se continúan reproduciendo en diversos medios, a pesar de que en múltiples ocasiones ha quedado claro que muchos de los ahí mostrados resultan inocentes por falta de pruebas. El fenómeno, también está acompañado de la difusión de las imágenes de las víctimas de la violencia sin preservar, en muchos casos, la dignidad de las personas involucradas.

¿Qué tienen en común todas estas historias? Que en ninguna se tiene como referente el respeto a los derechos humanos de los protagonistas de esa información. Y en este caso, no se trata de libertad editorial. En el caso de políticas públicas o del debate sobre prácticamente cualquier asunto, los medios tienen todo el derecho del mundo a elegir el enfoque de la información que consideren mejor. No obstante, cuando se trata del respeto a las personas hay un piso mínimo que ningún medio o periodista debería cruzar: los derechos humanos, aquellos que te garantizan, por ejemplo, que antes de ser condenado debes ser sujeto a un juicio en el que tienes la oportunidad de defenderte; que el nombre y la imagen deben ser respetadas incluso después de la muerte, o que ninguna persona puede ser etiquetada como “rata” porque eso implicaría denigrar su condición como ser humano.

Principios que deberían ser respetados por cualquier medio más allá de si es de derecha o de izquierda, si se asume como serio o tabloide, porque al violar ese piso se está contribuyendo a la creación de una cultura de la ilegalidad y en ese sentido contribuye a lo mismo que se supone se quiere denunciar y cuestionar. Ya va siendo hora de que los medios de comunicación también asumamos nuestra responsabilidad en esta parte de la historia.

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